sábado, 5 de agosto de 2017

Mateo 17,1-9: Primicias de la gloria, por el P. Jorge González Guadalix

Mateo 17,1-9  

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis." Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."

— "Primicias de la gloria", por el P. Jorge González Guadalix

Todos los años leemos el evangelio de la transfiguración en el segundo domingo de cuaresma. El primer domingo es el de las tentaciones, seguro que recuerdan, donde vemos a Jesús triunfante ante las tentaciones del enemigo y aprendemos a enfrentarnos a las nuestras con las armas de Cristo: la Palabra de Dios.

El domingo segundo es el de la transfiguración. Cristo quiso llevar a los apóstoles más cercanos al monte Tabor, para transfigurarse ante ellos, ofrecerles la visión de un futuro de gloria, y enseñar, según escucharemos después en el prefacio, “que la pasión es el camino de la gloria”.

El día 6 de agosto es el día de la transfiguración. A veces cae en domingo y prevalece sobre la liturgia del domingo ordinario correspondiente.

La transfiguración es poner la mirada en el futuro y hacer que la gloria que se nos dará nos anime en el camino difícil de la vida. Lo podemos aplicar a la vida ordinaria. Esos opositores que no salen, trabajan y se esfuerzan para conseguir la meta. El atleta que sufre y llora trabajando cada día para arañar la décima o el centímetro que le faltan. La madre que soporta las penalidades de su embarazo soñando en un nuevo hijo.

No siempre es fácil la vida cristiana. Nunca lo ha sido, en lo personal y en lo que nos rodea. Si me permiten, hoy especialmente. El momento es complejo. La fe se desprecia, la iglesia, los templos, sufren ataques. En un mundo de supuestas libertades parece que todos tienen derecho a hablar y opinar, incluso otras religiones, menos los católicos. Los sacerdotes, los religiosos sufrimos desaires. Jamás me han agredido físicamente, insultos llevo unos cuantos. La doctrina de la Iglesia, que en muchas cosas es el simple derecho natural: respeto a la vida, sinceridad, no robar, no matar, se pone en solfa mientras se ensalzan las mayores aberraciones en aras de un falso respeto.

Difícil ser cristiano así. Si la vida cristiana nos supone un esfuerzo especial, complejo resulta mantener el buen espíritu cuando nos rodean el robo, la mentira, el placer, el materialismo, la laicidad inventada. Mucha gente me lo dice: te entran ganas de tirar la toalla, cuando nos miran a sacerdotes y los de más arriba y tienen la impresión de que no nos mojamos lo suficiente.

Para esto nos viene bien la transfiguración. Es como si Cristo nos tomara hoy de la mano y por un agujerito nos quisiera mostrar algunas cosas: Dios colocado en su trono (Daniel) recibiendo el honor de todos los pueblos; Dios Padre enseñándonos que Cristo es su Hijo, el amado, su palabra, la gloria que un día se nos entregará.

Hoy miramos a Cristo, su gloria, su vida. Miramos también a tantos que nos han precedido en la fe, los santos, los que nos educaron, los que levantaron este templo para gloria de Dios, los que nos transmitieron la fe, y nos decimos: dificultades sí, pero yo como ellos, yo de Cristo, yo fiel hasta el final, porque me sostiene su ejemplo y me sostiene el mismo Cristo con su gracia.

Cuando tengamos miedo, cuando la cosa se ponga difícil, cuando parezca que todo se nos pone en contra y no podemos más será el momento de subir al Tabor, contemplar las primicias de la gloria y seguir ascendiendo hasta que un día lleguemos a la meta.

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