viernes, 7 de noviembre de 2014

De los ángeles en los escritos de San Pablo, por Luis Antequera

Probablemente el primer estudio sobre los ángeles en el seno del cristianismo lo aborde San Pablo, cuyos escritos, a expensas de lo que nuevas investigaciones puedan llegar a determinar, pasan por ser los primeros del cristianismo, anteriores incluso a los de los primeros evangelistas.

De hecho, ya en la primera carta que escribe, la que dirige a los tesalonicenses, que puede considerarse cronológicamente hablando como el primero de los textos canónicos, realiza esta mención que se puede considerar como la más antigua mención estrictamente cristiana a los ángeles:

“El mismo Señor bajará del cielo con clamor, en voz de arcángel y trompeta de Dios, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1Te. 3,16)

Los grandes tratados angélicos de Pablo son sin embargo otros dos: la Primera a los Corintios y la Carta a los Hebreos. Existen menciones al tema también en las cartas que dirige a los Romanos, la Segunda a los corintios, la de los Gálatas, la de los Colosenses, la Segunda a los tesalonicenses y una de las que dirige a Timoteo, lo que da para todo un tratado.

Para San Pablo, que el demonio es un ángel está fuera de toda duda:

“Y nada tiene de extraño: que el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz” (2Co. 11,14)

Pablo reconoce al menos, dos tipos de ángeles, príncipes y potestades:

“Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis la plenitud en él, que es la cabeza de todo principado y de toda potestad” (Col. 2, 9-15; similar en Ro, 8, 38-39).

Aunque habla también de unos terceros, los querubines:

“Encima del arca, los querubines de la gloria que cubrían con su sombra el propiciatorio” (Hb. 9,5)

Entra también en la vieja cuestión de su número:

“Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miriadas de ángeles, reunión solemne” (Hb. 12,22)

Y están más cerca de lo que acostumbramos a creer:

“No olvidéis la hospitalidad; gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Hb. 13,2).

Pero si algo debió de preocupar a Pablo en lo relativo a los ángeles, fue el culto desmesurado que se produjo en algunas de las primeras iglesias, por lo menos en la de Colosas al sudoeste de Asia Menor:

“Que nadie os arrebate el premio por ruines prácticas y el culto de los ángeles, obsesionado por lo que vio, vanamente hinchado por su mente carnal” (Col. 2,18)

Y también en la de Galacia:

“Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea maldito!” (Gal. 1,8)

La cuestión no es baladí, y Pablo dedica toda buena parte de su literatura a establecer el rango de los ángeles. Primero respecto de Jesucristo, cosa que hace en la Carta a los Hebreos. Tras manifestar una duda inicial:

“En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo? Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios. Y de los ángeles dice: Hace de los vientos sus ángeles, y de las llamas de fuego sus ministros. Pero del Hijo: Tu trono, ¡oh Dios!, por los siglos de los siglos; y: El cetro de tu realeza, cetro de equidad. Amaste la justicia y aborreciste la iniquidad; por eso te ungió, ¡oh Dios!, tu Dios con óleo de alegría entre tus compañeros. Y también: Tú al comienzo, ¡oh Señor!, pusiste los cimientos de la tierra, y obra de tu mano son los cielos. Ellos perecerán, mas tú permaneces; todos como un vestido envejecerán; como un manto los enrollarás, como un vestido, y serán cambiados. Pero tú eres el mismo y tus años no tendrán fin. Y ¿a qué ángel dijo alguna vez: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies? ¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación?” (Hb. 1,5-14)

Dentro del mismo tema del rango de los ángeles, toca también Pablo su relación con los hombres, lo que hace por lo menos en dos ocasiones. Bastante claro aparece en la aseveración que realiza a los corintios:

“¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida!” (1Co. 6,3)

Más aún en la que realiza a los hebreos:

¿Es que no son todos ellos [los ángeles] espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación [los hombres]?” (Hb. 1,14)

Fuente: religionenlibertad.com

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