domingo, 19 de marzo de 2023

Juan 9,1-41, por M. Dolors Gaja, MN

Comentario por M. Dolors Gaja, MN
LA IMAGEN QUE TENEMOS DE DIOS

A Dios lo conocemos de manera muy defectuosa porque, de entrada, nuestros modelos de conducta son los humanos y se los aplicamos a Dios. En el A.T. Dios castiga, se enfada, se venga (pese a que ya los profetas hablan de un Dios madre que siente ternura por su hijo rebelde) y en ese contexto los contemporáneos de Jesús entendían que toda enfermedad o desgracia era una castigo de Dios.

No es que no se hable en el A.T. de la Misericordia de Dios pero había una especie de selección – igual que hacemos ahora- y la gente interiorizó más el aspecto que más“podía entender”: que Dios, como ellos, se enfadaba y castigaba.

Un ciego de nacimiento hace plantear la pregunta: ¿quién hizo el mal…porque si ya nació ciego…no tuvo tiempo de pecar, debieron ser sus padres, quizá? Con esta pregunta podríamos plantearnos qué imagen tengo yo de Dios. Porque hoy se sigue diciendo “parece un castigo de Dios” “esto no tiene perdón de Dios”…frases que hemos heredado, sí, pero que nos alejan del Dios de Jesús.

EL BARRO

Hay una insistencia machacona en el barro. Jesús quiere servirse de elementos pobres para hacer el bien. Hay una clara alusión a la materia del sacramento pero también nosotros somos barro que, en manos de Jesús, podemos llevar a otros la Luz. Lo pequeño agrada a Dios. Y lo despreciable, como el barro, es instrumento de salvación.

LA DIVISIÓN

El milagro de Jesús provoca una tremenda división en la comunidad. A priori, antes del milagro, hay quien está abierto a la Verdad y hay quien cree ya poseerla: ese nunca la descubrirá. Porque la Verdad, como  la Luz, es libre y soberana, inaprensible. Nunca poseemos la Verdad, sólo podemos dejarnos poseer por ella. Por lo mismo, nunca conoceré a Jesús del todo pero sé que Él me conoce y me ama.

La acción de Jesús sigue poniendo de relieve lo que hay en el corazón de la persona. Como el cuchillo que corta una manzana hermosa a la vista: pese a las apariencias algunas están podridas por dentro y eso no es culpa del cuchillo. Si me dejo, Jesús ha venido a enfrentarme con mi propio corazón para que pueda llegar a mi verdadera identidad y decir: “soy yo”. El ciego era antes un ciego. Ahora es él mismo. Jesús lo ha liberado.

EL TESTIMONIO

Reencontrado con él mismo, el ciego da testimonio. No sabe aún quién es Jesús pero su corazón se ha apegado ya a la Verdad. Está pues a punto para el encuentro definitivo porque sin amor incondicional a la Verdad no hay camino hacia Dios. El reconocimiento es paulatino y todo un programa de acción pastoral:

Primero reconoce su dignidad, su valor como persona: soy yo. Después ve en Jesús un Profeta pero no sabe dónde está. Pero ya está dispuesto a ser su discípulo y da testimonio de la Verdad, lo cual le vale la expulsión de la sinagoga. Finalmente Jesús le sale al encuentro y él, como María, hace su pregunta. Sólo después su corazón se rinde y adora a Jesús en quien ya cree como Señor.  También nosotros seguimos un proceso en ese seguir a Jesús y sería bueno preguntarnos, de vez en cuando, dónde estamos. ¿Dónde estoy en mi camino de fe?

LOS PADRES

En medio del alboroto, los padres, llamados a declarar, tienen miedo. No quieren ser expulsados de la sinagoga. Pero lo que dicen debería ser lo que todo padre que ha educado a su hijo en la fe puede llegar a  decir: Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo. Siempre me ha parecido este el proceso que va del bautismo a la confirmación. En el primero, padres y padrinos responden por el niño. La confirmación debería ser la vivencia personal, el encuentro transformador con Jesús y el poder dar razón personalmente de la fe recibida en familia.

LA SENTENCIA DE JESÚS

Como decís: `Vemos', vuestro pecado permanece”. Sólo quien cree que tiene ya la Luz se cierra a Ella. Hace falta reconocerse pecador para entrar en la Salvación, hace falta saberse enfermo para pedir salud. Ningún pecado nos aleja de Dios, sólo la soberbia le cierra el paso.

Este evangelio es una profunda catequesis bautismal que presenta a Jesús Luz del mundo y del catecúmeno que, paso a paso, llega a postrarse ante Él y adorarlo como Dios. Pidamos a Dios la gracia de la conversión y vivamos como “hijos de la luz”.

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