sábado, 21 de octubre de 2017

¿Es lícito pagar impuestos al César o no?, por Mons. Francisco Gonzalez, S.F.


Estamos ya en el domingo XXIX del Tiempo Ordinario. Vive Jesús los últimos de su vida en Jerusalén antes de su pasión y muerte y lo hace, hablando y confrontando a los líderes del pueblo.

Cuanto más presiona Jesús y más intenta que ellos mismos vayan enfrentándose con su propia situación, especialmente en referencia al Padre, aumenta en todos aquellos dirigentes un odio profundo hacia el Señor que no pueden o quieren disimular. En esta ocasión no son los mismos fariseos sus interlocutores, sino que mandan a otros que hablen por ellos. Parece que se lo habían ensayado todo muy bien, como los actores antes de salir a escena.

Comienzan con todo signo de respeto, dándole a Jesús el título de Maestro, al mismo tiempo que le caracterizan como sincero, que sabe, solo habla del camino que conduce a Dios, que porta el estandarte de la verdad, sin preocuparse por el que dirán ni por las apariencias. Y así presentándose ante Jesús, y la gente que le escuchaba, como sus grandes admiradores y ansiosos de conocer sus enseñanzas como si les interesara gran cosa le hacen la pregunta: ¿Es lícito pagar impuestos al César o no?

Jesús les ha visto venir, y más aún, ha penetrado en sus corazones y sabe a lo que han venido, por eso comienza su respuesta marcándoles, mejor dicho, descubriéndoles por lo que son y así les dice: ¡Hipócritas!, ¿Por qué me tentáis? El mismo evangelista nos dice que Jesús se había dado cuenta de la mala intención de estos enviados de los fariseos y algunos herodianos. Y les da una lección y sin caer en la trampa que le han tendido. Y les pide ver la moneda con que ellos pagan el tributo o impuesto del César, y con la moneda en la mano responde sin responder a la pregunta que le han hecho.

La moneda contiene la “imagen” del emperador y así les dice: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Me encanta Jesús, sabe estar siempre en su lugar y dar la respuesta que deja sin palabra a los infelices que los líderes le han mandado. Han venido para hacerle caer en una trampa peligrosa, pues se responde en lo afirmativo los judíos lo declararan enemigo del pueblo, si responde negativamente lo llevaran ante la autoridad como traidor y revolucionario.

A Jesús le preguntan por las cosas de este mundo y el responde poniendo a Dios en el centro. Si ese trocito de metal tiene la imagen del César, pues dénselo a él, pero el ser humano pertenece a Dios, pues lleva en sí la imagen de Dios, no del César.

Las palabras de Jesús han hecho correr litros de tinta, se han usado y abusado y sin mucho acierto, en gran número de ocasiones. Incluso las hemos oído en la boca de muchos políticos para separar a Dios de las responsabilidades y vida de las personas. Cambian de camisa o uniforme de acuerdo donde están sentados: en la poltrona de su oficina o en la banca de la Iglesia.

Hay quienes no se han dado cuenta que no se puede ser policía y ladrón al mismo tiempo, ni soldado y traidor o dador y destructor de vidas. A Dios no se le puede separar del hombre, ni al hombre de Dios. A Dios le pertenece todo.

Tanto el estado como la Iglesia, el gobernador y el clérigo, la política y la religión, todos están al servicio del ser humano para su desarrollo pleno y felicidad. Como muy acertadamente nos recuerda el evangelista las palabras de Jesús: “Vine para que tengan vida en plenitud”, y que más tarde nos lo recuerda uno de los grandes Padres de la Iglesia, San Irineo: “La mayor gloria de Dios es la persona completamente desarrollada”.

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