Marcos 8,27-33
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
— Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Tomando la palabra Pedro le dijo:
— Tú eres el Mesías.
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
— El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
— Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Comienza el camino hacia Jerusalén"
La vida de Jesús ha llegado a un recodo decisivo y crítico. Termina su presencia en el norte, en Galilea tan rica en encuentros y signos extraordinarios, y comienza el camino hacia Jerusalén No se puede ir a ella como turistas, ni como simples peregrinos; hay que ir como discípulos. Por eso es necesario confirmar la opción en favor de Jesús y estar preparados para ese camino.
El fragmento se abre con una nota geográfica: Cesarea de Filipo (v. 27). Se trata de una localidad situada en un territorio marginal, no frecuentado habitualmente por el grupo. Jesús quiso elegir un sitio aislado, alejado de las muchedumbres. Todo esto hace presagiar algo interesante. Por otra parte, el comienzo está dominado por el verbo «preguntó».
Para empezar, una pregunta general. « ¿Quién dice la gente que soy yo?»: (v. 27), que no compromete aún a los discípulos en primera persona. Sólo deben referir las opiniones de los otros. Empieza la rueda de las respuestas: Juan el Bautista, Elías, uno de los profetas.
El denominador común revela una altísima estima por Jesús. La gente le enumera entre los «grandes» que tienen una relación especial con Dios. A continuación, tras haber creado el clima favorable, y con los ánimos tranquilos Porque no están implicados directamente, llega la pregunta decisiva (v. 29).
Ha llegado el momento de pasar de la periferia de las opiniones de los otros al pensamiento personal: ahora les toca a los discípulos tomar posición.
Es Pedro quien responde en nombre de todo el grupo «Tú eres el Mesías» (v. 29). Con esta afirmación los discípulos toman posición sobre el papel y la verdadera identidad de Jesús. Esa será la respuesta que el propio Jesús dará a la autoridad judía suprema en el momento culminante de su proceso.
Aunque falta todavía la luz pascual y la respuesta sigue estando envuelta de incomprensión la opción es clara e inequívoca, porque identifica a Jesús como el enviado definitivo de Dios, como el cumplimiento de las esperanzas de liberación que han marcado la historia de Israel. Los últimos tiempos se habían caracterizado por una fuerte expectativa del Mesías, degenerando en la espera de un liberador político.
Jesús no pretende engendrar equívocos ni alimentar esa esperanza. Por eso ordena guardar silencio (v. 30), a fin de impedir un entusiasmo fácil entre la muchedumbre, que se habría imaginado al Mesías según la expectativa popular. No estaban maduros los tiempos para una comunicación.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
— Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Tomando la palabra Pedro le dijo:
— Tú eres el Mesías.
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
— El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
— Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Comienza el camino hacia Jerusalén"
La vida de Jesús ha llegado a un recodo decisivo y crítico. Termina su presencia en el norte, en Galilea tan rica en encuentros y signos extraordinarios, y comienza el camino hacia Jerusalén No se puede ir a ella como turistas, ni como simples peregrinos; hay que ir como discípulos. Por eso es necesario confirmar la opción en favor de Jesús y estar preparados para ese camino.
El fragmento se abre con una nota geográfica: Cesarea de Filipo (v. 27). Se trata de una localidad situada en un territorio marginal, no frecuentado habitualmente por el grupo. Jesús quiso elegir un sitio aislado, alejado de las muchedumbres. Todo esto hace presagiar algo interesante. Por otra parte, el comienzo está dominado por el verbo «preguntó».
Para empezar, una pregunta general. « ¿Quién dice la gente que soy yo?»: (v. 27), que no compromete aún a los discípulos en primera persona. Sólo deben referir las opiniones de los otros. Empieza la rueda de las respuestas: Juan el Bautista, Elías, uno de los profetas.
El denominador común revela una altísima estima por Jesús. La gente le enumera entre los «grandes» que tienen una relación especial con Dios. A continuación, tras haber creado el clima favorable, y con los ánimos tranquilos Porque no están implicados directamente, llega la pregunta decisiva (v. 29).
Ha llegado el momento de pasar de la periferia de las opiniones de los otros al pensamiento personal: ahora les toca a los discípulos tomar posición.
Es Pedro quien responde en nombre de todo el grupo «Tú eres el Mesías» (v. 29). Con esta afirmación los discípulos toman posición sobre el papel y la verdadera identidad de Jesús. Esa será la respuesta que el propio Jesús dará a la autoridad judía suprema en el momento culminante de su proceso.
Aunque falta todavía la luz pascual y la respuesta sigue estando envuelta de incomprensión la opción es clara e inequívoca, porque identifica a Jesús como el enviado definitivo de Dios, como el cumplimiento de las esperanzas de liberación que han marcado la historia de Israel. Los últimos tiempos se habían caracterizado por una fuerte expectativa del Mesías, degenerando en la espera de un liberador político.
Jesús no pretende engendrar equívocos ni alimentar esa esperanza. Por eso ordena guardar silencio (v. 30), a fin de impedir un entusiasmo fácil entre la muchedumbre, que se habría imaginado al Mesías según la expectativa popular. No estaban maduros los tiempos para una comunicación.
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