Marcos 8,22-26
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
— Ves algo?
Levantando los ojos dijo:
— Veo hombres, me parecen árboles, pero andan.
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.
— Comentario por Reflexiones Católicas
El milagro al que asistimos con este relato, uno de los pocos que sólo cuenta Marcos, tiene la peculiaridad de presentar una curación progresiva en dos tiempos. La sorprendente metodología empleada por Jesús se explica cómo didáctica para sus discípulos, que deben alcanzar la plena luz, la de la fe, de una manera progresiva.
Estamos en Betsaida, la patria de Pedro y Andrés. Sorprende la petición que hacen a Jesús de que «toque» al ciego (v. 22). ¿Por qué tocarle, cuando ya ha podido constatar en otras ocasiones que es la Palabra de Jesús la que produce la curación? Aflora aquí la mentalidad que atribuye un gran valor al contacto físico (recordemos también el caso de la hemorroísa, que creía que podía se curar con sólo tocar el manto de Jesús: Mc 5,28).
Jesús accede a la petición y realiza un hermoso gesto que crea proximidad y comunión: «Tomó de la mano al ciego» (v. 23). Después inicia un extraño procedimiento para llevar a cabo el milagro, porque —caso único y sorprendente— lo lleva a cabo en dos momentos.
Una primera lectura superficial podría hacer nacer la duda de que Jesús no ha tenido éxito la primera vez en su intento. Tampoco el uso de la saliva en los ojos tiene gran valor. Jesús le pregunta al ciego qué ve. Es como preguntar si el milagro se ha producido o no. La pregunta resulta de todos modos extraña, única en todo el repertorio de los milagros. La respuesta presenta un milagro a medias. Ha recuperado la vista, pero todavía no de una forma nítida, perfecta. De manera un tanto cómica, el medio ciego compara a los hombres que ve con árboles que caminan. Probablemente, se trata de alguien que se quedó ciego después de nacer, porque tenía una noción clara de los objetos.
Jesús le impone una segunda vez las manos sobre los ojos y esta vez obtiene una curación perfecta, de suerte que el beneficiario del milagro «hasta de lejos veía perfectamente todas las cosas» (v. 25). La conclusión contiene la acostumbrada recomendación de no propagar el hecho. El ciego curado debería volver de inmediato a su casa, sin pasar por la aldea.
Este fragmento tiene un fuerte valor simbólico en la economía del relato evangélico. El anterior había mostrado la lentitud de los discípulos en la comprensión de la persona y de la obra de Jesús.
Hace falta una intervención múltiple, una aproximación desde diferentes partes para llevar al pleno conocimiento de Jesús, del mismo modo que han hecho falta dos intervenciones distintas en favor del ciego.
El camino de fe se realiza de manera gradual, no sin fatiga, y también con cierta incertidumbre. Para llevar a cabo un salto de calidad, resulta propicio el episodio siguiente, donde veremos a Pedro realizar una apreciable profesión de fe.
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
— Ves algo?
Levantando los ojos dijo:
— Veo hombres, me parecen árboles, pero andan.
Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.
— Comentario por Reflexiones Católicas
El milagro al que asistimos con este relato, uno de los pocos que sólo cuenta Marcos, tiene la peculiaridad de presentar una curación progresiva en dos tiempos. La sorprendente metodología empleada por Jesús se explica cómo didáctica para sus discípulos, que deben alcanzar la plena luz, la de la fe, de una manera progresiva.
Estamos en Betsaida, la patria de Pedro y Andrés. Sorprende la petición que hacen a Jesús de que «toque» al ciego (v. 22). ¿Por qué tocarle, cuando ya ha podido constatar en otras ocasiones que es la Palabra de Jesús la que produce la curación? Aflora aquí la mentalidad que atribuye un gran valor al contacto físico (recordemos también el caso de la hemorroísa, que creía que podía se curar con sólo tocar el manto de Jesús: Mc 5,28).
Jesús accede a la petición y realiza un hermoso gesto que crea proximidad y comunión: «Tomó de la mano al ciego» (v. 23). Después inicia un extraño procedimiento para llevar a cabo el milagro, porque —caso único y sorprendente— lo lleva a cabo en dos momentos.
Una primera lectura superficial podría hacer nacer la duda de que Jesús no ha tenido éxito la primera vez en su intento. Tampoco el uso de la saliva en los ojos tiene gran valor. Jesús le pregunta al ciego qué ve. Es como preguntar si el milagro se ha producido o no. La pregunta resulta de todos modos extraña, única en todo el repertorio de los milagros. La respuesta presenta un milagro a medias. Ha recuperado la vista, pero todavía no de una forma nítida, perfecta. De manera un tanto cómica, el medio ciego compara a los hombres que ve con árboles que caminan. Probablemente, se trata de alguien que se quedó ciego después de nacer, porque tenía una noción clara de los objetos.
Jesús le impone una segunda vez las manos sobre los ojos y esta vez obtiene una curación perfecta, de suerte que el beneficiario del milagro «hasta de lejos veía perfectamente todas las cosas» (v. 25). La conclusión contiene la acostumbrada recomendación de no propagar el hecho. El ciego curado debería volver de inmediato a su casa, sin pasar por la aldea.
Este fragmento tiene un fuerte valor simbólico en la economía del relato evangélico. El anterior había mostrado la lentitud de los discípulos en la comprensión de la persona y de la obra de Jesús.
Hace falta una intervención múltiple, una aproximación desde diferentes partes para llevar al pleno conocimiento de Jesús, del mismo modo que han hecho falta dos intervenciones distintas en favor del ciego.
El camino de fe se realiza de manera gradual, no sin fatiga, y también con cierta incertidumbre. Para llevar a cabo un salto de calidad, resulta propicio el episodio siguiente, donde veremos a Pedro realizar una apreciable profesión de fe.
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