lunes, 13 de febrero de 2017

Marcos 8,11-13: Danos una señal del cielo

Marcos 8,11-13

En aquel tiempo, se presentaron los fariseos y se pusieron a discutir con Jesús; para ponerlo a prueba, le pidieron un signo del cielo. Jesús dio un profundo suspiro y dijo: «¿Por qué esta generación reclama un signo? Os aseguro que no se le dará un signo a esta generación.» Los dejó, se embarcó de nuevo y se fue a la otra orilla.

— Comentario por Reflexiones Católicas  

La llegada de los fariseos no permite presagiar nada bueno. Dado que se consideran a sí mismos mejores que los otros no aceptan a un maestro «liberal» que habla con todos, incluso con los paganos, y no se somete a la teología oficial. Poco antes se habían visto chafados y desmentidos a propósito de sus tradiciones (cf. 7,1ss). Es obvio que guardan rencor contra este singular maestro.

— Discusiones con polémica y sospecha

Apenas llegados hasta donde estaba Jesús, los fariseos discuten con él. El verbo griego “zyzetéo” expresa una discusión entre personas que no logran ponerse de acuerdo porque se encuentran en posiciones diferentes. Esto avala la idea de un diálogo polémico, alejado de los parámetros de una búsqueda sincera de la verdad o de una escucha disponible del otro.

Se respira el aire agrio de la polémica y de la sospecha, ese que envenena las relaciones interpersonales. Las relaciones ya no son una ocasión de encuentro y de crecimiento, sino el espacio donde se libra la batalla que tiende a eliminar al adversario.

El evangelista disipa, a continuación, toda duda sobre las auténticas intenciones de los interlocutores, porque no sólo refiere el objeto de su exorbitante petición —“una señal del cielo”—, sino que también revela su intención: «tenderle una trampa=ponerle a prueba» (v. 11). Se trata de una verdadera tentación, la ocasión de tenderle una trampa para cogerle en falta.

— Le piden una señal del cielo

Los fariseos que discuten con Jesús están, en realidad, celosos de él. Le piden «una señal del cielo» (v. 11) para demostrar que tampoco él es capaz de proporcionarla. Una señal del cielo: algo inequívoco, que atestigüe la elección de Jesús, la predilección divina por él. ¿Eres o no el elegido de Dios? Danos la prueba irrefutable de ello con una señal procedente «del cielo», es decir, de Dios mismo.

Esta petición de credenciales no es del todo ilógica pero Marcos acaba de presentar, en los dos fragmentos que preceden al de hoy, dos milagros que pueden certificar grandes muchedumbres —no unas pocas personas y de manera aislada—. La petición de los fariseos se vuelve ilógica en este punto y aparece sólo como un pretexto capcioso y como expresión de animadversión.

Jesús no entra en este juego, no se deja coger en la trampa. Se niega a pedir al Padre una señal que ya le ha dado una vez, en el bautismo, y le volverá a dar aún en la transfiguración: «Tú eres mi Hijo amado». Jesús da un profundo suspiro, que es casi un gemido de su espíritu. Este suspiro, este gemido, expresa todo el sufrimiento de Dios por la incomprensión a la que son sometidos sus caminos, infinitamente misericordiosos, en este mundo.

«¿Por qué pide esta generación una señal?» (v. 12). Tienen la señal ante sus ojos! Jesús mismo es la señal del cielo, una señal dada a todas las generaciones humanas. Jesús mismo, a través de su gemido, a través del rechazo que ha debido padecer, a través de la muerte que tuvo que sufrir: aquí está la señal de la predilección divina por él.

— Jesús se niega a proporcionarles un signo

Ya ha proporcionado muchos y lo seguirá haciendo. Sabe asimismo que cualquier gesto espectacular o intervención con autoridad serán rechazados o mal interpretados, como ocurrirá en Jerusalén.

Su pregunta: «¿Por qué pide esta generación una señal?» (v. 12), deja aflorar una sospecha de descontento. Asegura que no se le ofrecerá ninguna señal, al menos del tipo pensado por sus adversarios. Jesús insiste en hablar de «generación», cuando, en realidad, eran los fariseos quienes habían planteado la petición: ellos eran el espejo de todo el pueblo, en busca de signo espectacular que, aunque se den, no convencen, porque carecen de la disposición interior para acogerlos.

El alejamiento físico de Jesús, que se dirige a la otra orilla del lago (v. 13), es una disociación manifiesta contra una manera pérfida de actuar. Los fariseos se repliegan en sí mismos, incapaces de abrirse a la verdad. Se les podría aplicar este proverbio: «No hay peor sordo que el que no quiere oír».

• ¿Son los milagros un argumento a favor de la existencia de Dios y de su omnipotencia?

Algunos atribuyen una gran importancia a los milagros, otros, por el contrario, son escépticos. Dos son las perplejidades principales: con frecuencia, los milagros no son milagros; muchas cosas extrañas que suceden tienen una explicación natural, Pero, incluso cuando se tratase de un fenómeno que está más allá de las leyes naturales, ¿tiene verdaderamente tanta importancia?

En el milagro de Bolsena, la hostia consagrada goteó verdadera sangre humana: pero los creyentes creen en la presencia de Cristo en la eucaristía también sin este milagro, mientras que los no creyentes siguen siéndolo y se sonríen.

La teología apologética defiende el valor de los milagros: son parte del relato bíblico y el mismo Jesús realizó muchos. Sin embargo, en la Biblia, los milagros tienen un nombre especial: se llaman signos. Un signo no es un hecho en sí mismo, no es ni de la tierra ni del cielo. Un signo es un medio de diálogo entre dos personas que quieren entrar en contacto, entenderse e intentar entender el sentido del signo.

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