Marcos 8,27-33
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
— Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Tomando la palabra Pedro le dijo:
— Tú eres el Mesías.
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
— El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
— Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Buscar en Cristo nuestra conveniencia"
Con frecuencia las personas prefieren tener la idea de Cristo que más les conviene. La predicación de Juan a la orilla del Jordán tuvo un éxito enorme, explicable incluso psicológicamente.
Los judíos vivían a la espera de un gran cambio y he aquí que llega un hombre de Dios que anuncia su realización. Es siempre bienvenido quien profetiza aquello que se desea. Con frecuencia, hay en la gente un gran cansancio de la situación presente; es imposible seguir así y todos esperan algo nuevo, un cambio en la sociedad, en el gobierno y en la economía. Pero nadie se acuerda de lo que decía Juan Bautista: «¡Haced penitencia!» (Mt 3,2), es decir: ¡cambiad vosotros mismos!
Hoy ocurre lo mismo: la gente espera de Cristo, de la Iglesia, de la religión, un cambio en su vida, un nuevo orden en el mundo, un gobierno nuevo y mejor, y nuevas posibilidades económicas. Nadie piensa que el cambio deba comenzar en él mismo, en su corazón.
El verdadero cristianismo, por el contrario, está lleno de optimismo y no espera que el mundo cambie por sí solo: cree que nosotros podemos cambiarlo.
Los ingleses tienen un dicho: «Una mujer es lo que dice de las demás mujeres». Esto expresa con humor una profunda experiencia de vida, válida para todos. Creemos juzgar a los demás de modo objetivo. Sin embargo, nos proyectamos en los demás nosotros mismos, nuestros deseos secretos, nuestras pasiones. Los hombres sensuales ven a todos sensuales, los avaros se encuentran circundados por avaros. Quien busca a Dios, encontrará a Dios en los demás, porque todos somos imagen de Dios e hijos del Padre.
Esto es aún más cierto en el caso de quien juzga a Cristo y a su Cuerpo místico, la Iglesia. Tenemos una visión correcta de la Iglesia si buscamos en ella lo que es divino: entonces, la relación con la Iglesia nos santificará y nos dará paz interior. El corazón humano está inquieto hasta que no reposa en Dios (san Agustín).
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
— ¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
— Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
Él les preguntó:
— Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Tomando la palabra Pedro le dijo:
— Tú eres el Mesías.
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
— El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
— Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Buscar en Cristo nuestra conveniencia"
Con frecuencia las personas prefieren tener la idea de Cristo que más les conviene. La predicación de Juan a la orilla del Jordán tuvo un éxito enorme, explicable incluso psicológicamente.
Los judíos vivían a la espera de un gran cambio y he aquí que llega un hombre de Dios que anuncia su realización. Es siempre bienvenido quien profetiza aquello que se desea. Con frecuencia, hay en la gente un gran cansancio de la situación presente; es imposible seguir así y todos esperan algo nuevo, un cambio en la sociedad, en el gobierno y en la economía. Pero nadie se acuerda de lo que decía Juan Bautista: «¡Haced penitencia!» (Mt 3,2), es decir: ¡cambiad vosotros mismos!
Hoy ocurre lo mismo: la gente espera de Cristo, de la Iglesia, de la religión, un cambio en su vida, un nuevo orden en el mundo, un gobierno nuevo y mejor, y nuevas posibilidades económicas. Nadie piensa que el cambio deba comenzar en él mismo, en su corazón.
El verdadero cristianismo, por el contrario, está lleno de optimismo y no espera que el mundo cambie por sí solo: cree que nosotros podemos cambiarlo.
Los ingleses tienen un dicho: «Una mujer es lo que dice de las demás mujeres». Esto expresa con humor una profunda experiencia de vida, válida para todos. Creemos juzgar a los demás de modo objetivo. Sin embargo, nos proyectamos en los demás nosotros mismos, nuestros deseos secretos, nuestras pasiones. Los hombres sensuales ven a todos sensuales, los avaros se encuentran circundados por avaros. Quien busca a Dios, encontrará a Dios en los demás, porque todos somos imagen de Dios e hijos del Padre.
Esto es aún más cierto en el caso de quien juzga a Cristo y a su Cuerpo místico, la Iglesia. Tenemos una visión correcta de la Iglesia si buscamos en ella lo que es divino: entonces, la relación con la Iglesia nos santificará y nos dará paz interior. El corazón humano está inquieto hasta que no reposa en Dios (san Agustín).
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