Mateo 13,47-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí." Él les dijo: "Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo." Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
— Comentario del Santo Evangelio
"Valor absoluto del Reino de Dios"
El mensaje de las dos primeras parábolas coincide en la valoración del reino como bien supremo. Lo cual tiene dos efectos inmediatos: gozo y alegría por su hallazgo inesperado (el tesoro escondido) o afanosamente buscado (la perla de gran valor); En ambos casos los afortunados descubridores venden todo lo que tienen y compran el campo del tesoro o la perla.
La tercera parábola, la de la red de arrastre que se echa al mar y recoge toda clase de peces, tiene el mismo significado que la cizaña en medio del trigo.
La valoración del reino de Dios como el primero en la escala de valores requiere discernimiento y sabiduría. Porque si es un tesoro cuyo conocimiento genera gozo desbordante, es también una exigencia radical abocada a una opción que supone renunciar a muchas cosas. El misterio del reino fascina de tal modo que el que lo capta en toda su plenitud entiende que vale la pena sacrificarlo todo porque nada se le compara.
Esto explica la entrega incondicional de los grandes conversos de todos los tiempos; por ejemplo, san Pablo que encontró el tesoro inesperadamente, o san Agustín que lo buscó angustiosamente. Esa es también la opción de tantos cristianos hoy día, hombres y mujeres que, tomando en serio el evangelio, se deciden a seguir fielmente a Cristo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto?" Ellos le contestaron: "Sí." Él les dijo: "Ya veis, un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo." Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
— Comentario del Santo Evangelio
"Valor absoluto del Reino de Dios"
El mensaje de las dos primeras parábolas coincide en la valoración del reino como bien supremo. Lo cual tiene dos efectos inmediatos: gozo y alegría por su hallazgo inesperado (el tesoro escondido) o afanosamente buscado (la perla de gran valor); En ambos casos los afortunados descubridores venden todo lo que tienen y compran el campo del tesoro o la perla.
La tercera parábola, la de la red de arrastre que se echa al mar y recoge toda clase de peces, tiene el mismo significado que la cizaña en medio del trigo.
La valoración del reino de Dios como el primero en la escala de valores requiere discernimiento y sabiduría. Porque si es un tesoro cuyo conocimiento genera gozo desbordante, es también una exigencia radical abocada a una opción que supone renunciar a muchas cosas. El misterio del reino fascina de tal modo que el que lo capta en toda su plenitud entiende que vale la pena sacrificarlo todo porque nada se le compara.
Esto explica la entrega incondicional de los grandes conversos de todos los tiempos; por ejemplo, san Pablo que encontró el tesoro inesperadamente, o san Agustín que lo buscó angustiosamente. Esa es también la opción de tantos cristianos hoy día, hombres y mujeres que, tomando en serio el evangelio, se deciden a seguir fielmente a Cristo.
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