Mt 19,13-15
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.
— Comentario de Reflexiones Católicas
"No se lo impidan"
El evangelista Mateo nos ha ofrecido ya otra escena en la que aparece Jesús con los niños (cf. 18,1-5). En aquella ocasión los niños entran en escena para simbolizar la actitud que deben tener los que desean pertenecer al reino. Y la cualidad esencial que en ellos se destaca es la humildad, la impotencia frente a la vida, la necesidad que tienen de sus padres...
Todo ello debe poner de relieve la actitud del ser humano frente al reino, ante el cual todos nos hallamos en la misma situación de imposibilidad, de impotencia, de mendicidad: de Dios nace la iniciativa y su gracia se derrama sobre el ser humano cuando éste se siente así de pequeño; como es en realidad.
La mención de los niños ahora es diferente, aunque Adrian Leske, exegeta canadiense, piensa que este pequeño interludio está colocado aquí deliberadamente, antes de la historia del joven rico, como recordatorio de que sólo se puede entrar en el reino por la humildad. Los peregrinos, que habían sido testigos de las curaciones de Jesús, quieren que bendiga a sus hijos, pero los discípulos parecen haber olvidado la lección que el Maestro les había dado antes acerca de la grandeza en el reino (18,1-4).
O. Cullmann en su estudio sobre el bautismo en el nuevo testamento ha descubierto la clave de interpretación de este pasaje en la palabra de Jesús: “No se lo impidan”. Sería una expresión técnica en relación con el bautismo (3,14; Hech 8,36; 10,47). La sentencia de Jesús justificaría así el bautismo que era concedido a los niños. El Bautismo como la puerta de entrada en el reino. La discusión sobre si el bautismo debía concederse o no a los niños estaría zanjada así desde las palabras de Jesús.
Por otra parte, la bendición que Jesús da no tiene nada de mágico. Su bendición se halla en relación con el reino: Dios se da incluso a los más pequeños y a los que se hacen como ellos. La bendición propia del reino es todo lo contrario a la maldición y Jesús aparece en los evangelios como el superador de toda maldición, el vencedor de Satanás (4,1ss; 6,13).
El punto de este episodio es distinto al de otros momentos en que los niños entran en escena. Lo característico de la mención de los niños en esta ocasión no es su funcionalidad o ejemplarismo, sino su significado personal. Se trata de que ellos, por sí mismos, están entre los primeros en entrar en el Reino de los Cielos.
El rito de la imposición de manos y la bendición de los niños era común en la época. Lo hacían los padres, pero se pedía también la bendición de los rabinos. En esta ocasión acuden a Jesús con los niños, para que los bendiga.
La acción de los discípulos de impedir que los niños se acercaran a Jesús muestra la incomprensión de éstos al ministerio de Cristo. En la antigüedad (y en muchas partes en la actualidad) los niños no eran considerados seres significativos en la sociedad. Jesús por el contrario los hace los privilegiados para obtener el reino de Dios, los incluye en la vida de la comunidad cristiana. Tienen su lugar y su misión.
Con esto incluye y privilegia dentro de la comunidad a los marginados, despreciados, desconocidos y excluidos de la convivencia humana. ¡De éstos es el Reino de los cielos!. La Iglesia y nuestra asamblea litúrgica no debe excluir a nadie pues perdería su característica de católica, de universalidad de salvación.
“Estos pequeños” están y deben estar al centro de la familia, de la Iglesia y de la sociedad. Se les debe respeto, justicia, cuidado y amor pues tienen dignidad como personas; tienen derechos que deben ser defendidos: la vida, la salud, adecuadas condiciones de vida, integridad física y afectiva; derecho a la verdad, a la educación, a la diversión; derecho a conocer y amar a Dios. Quien acoge a uno de estos pequeños acoge a Jesús. ¡Ay de aquél que le impida a los otros ir a Jesús!
Muchas veces nos exhorta Jesús a la infancia espiritual, porque ella es el camino único para llegar a El (18,3). Santa Teresa del Niño Jesús extrajo esta espiritualidad como esencia del Evangelio y Benedicto XV la llama "el secreto de la santidad".
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.
— Comentario de Reflexiones Católicas
"No se lo impidan"
El evangelista Mateo nos ha ofrecido ya otra escena en la que aparece Jesús con los niños (cf. 18,1-5). En aquella ocasión los niños entran en escena para simbolizar la actitud que deben tener los que desean pertenecer al reino. Y la cualidad esencial que en ellos se destaca es la humildad, la impotencia frente a la vida, la necesidad que tienen de sus padres...
Todo ello debe poner de relieve la actitud del ser humano frente al reino, ante el cual todos nos hallamos en la misma situación de imposibilidad, de impotencia, de mendicidad: de Dios nace la iniciativa y su gracia se derrama sobre el ser humano cuando éste se siente así de pequeño; como es en realidad.
La mención de los niños ahora es diferente, aunque Adrian Leske, exegeta canadiense, piensa que este pequeño interludio está colocado aquí deliberadamente, antes de la historia del joven rico, como recordatorio de que sólo se puede entrar en el reino por la humildad. Los peregrinos, que habían sido testigos de las curaciones de Jesús, quieren que bendiga a sus hijos, pero los discípulos parecen haber olvidado la lección que el Maestro les había dado antes acerca de la grandeza en el reino (18,1-4).
O. Cullmann en su estudio sobre el bautismo en el nuevo testamento ha descubierto la clave de interpretación de este pasaje en la palabra de Jesús: “No se lo impidan”. Sería una expresión técnica en relación con el bautismo (3,14; Hech 8,36; 10,47). La sentencia de Jesús justificaría así el bautismo que era concedido a los niños. El Bautismo como la puerta de entrada en el reino. La discusión sobre si el bautismo debía concederse o no a los niños estaría zanjada así desde las palabras de Jesús.
Por otra parte, la bendición que Jesús da no tiene nada de mágico. Su bendición se halla en relación con el reino: Dios se da incluso a los más pequeños y a los que se hacen como ellos. La bendición propia del reino es todo lo contrario a la maldición y Jesús aparece en los evangelios como el superador de toda maldición, el vencedor de Satanás (4,1ss; 6,13).
El punto de este episodio es distinto al de otros momentos en que los niños entran en escena. Lo característico de la mención de los niños en esta ocasión no es su funcionalidad o ejemplarismo, sino su significado personal. Se trata de que ellos, por sí mismos, están entre los primeros en entrar en el Reino de los Cielos.
El rito de la imposición de manos y la bendición de los niños era común en la época. Lo hacían los padres, pero se pedía también la bendición de los rabinos. En esta ocasión acuden a Jesús con los niños, para que los bendiga.
La acción de los discípulos de impedir que los niños se acercaran a Jesús muestra la incomprensión de éstos al ministerio de Cristo. En la antigüedad (y en muchas partes en la actualidad) los niños no eran considerados seres significativos en la sociedad. Jesús por el contrario los hace los privilegiados para obtener el reino de Dios, los incluye en la vida de la comunidad cristiana. Tienen su lugar y su misión.
Con esto incluye y privilegia dentro de la comunidad a los marginados, despreciados, desconocidos y excluidos de la convivencia humana. ¡De éstos es el Reino de los cielos!. La Iglesia y nuestra asamblea litúrgica no debe excluir a nadie pues perdería su característica de católica, de universalidad de salvación.
“Estos pequeños” están y deben estar al centro de la familia, de la Iglesia y de la sociedad. Se les debe respeto, justicia, cuidado y amor pues tienen dignidad como personas; tienen derechos que deben ser defendidos: la vida, la salud, adecuadas condiciones de vida, integridad física y afectiva; derecho a la verdad, a la educación, a la diversión; derecho a conocer y amar a Dios. Quien acoge a uno de estos pequeños acoge a Jesús. ¡Ay de aquél que le impida a los otros ir a Jesús!
Muchas veces nos exhorta Jesús a la infancia espiritual, porque ella es el camino único para llegar a El (18,3). Santa Teresa del Niño Jesús extrajo esta espiritualidad como esencia del Evangelio y Benedicto XV la llama "el secreto de la santidad".
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