1 Reyes 19,9-18
19:9 Allí, entró en la gruta y pasó la noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor.
19:10 El Señor le dijo: "¿Qué haces aquí, Elías?". Él respondió: "Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida".
19:11 El Señor le dijo: "Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor". Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.
19:12 Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave.
19:13 Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: "¿Qué haces aquí, Elías?"
19:14 Él respondió: "Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida".
19:15 El Señor le dijo: "Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Arám.
19:16 A Jehú, hijo de Nimsí, lo ungirás rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti.
19:17 Al que escape de la espada de Jazael, lo hará morir Jehú; al que escape de la espada de Jehú, lo hará morir Eliseo.
19:18 Pero yo preservaré en Israel un resto de siete mil hombres: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron".
— Comentario por Reflexiones Católicas
“El silencio que rodea la venida de Dios”
En tiempos de crisis religiosa y de persecución, Elías rehace el camino de Moisés y peregrina al lugar de la gran experiencia religiosa. Allí experimenta la presencia de Dios y escucha su palabra, que le confirma su misión: Elías no puede abandonar la lucha, debe continuar.
El fragmento que leemos nos invita a discernir, también a nosotros, la presencia del Señor en el "susurro": no tenemos que esperar el golpetazo de un viento huracanado, un terremoto o un fuego caído del cielo.
Con toda naturalidad, imperceptiblemente, Jesús se nos acerca en el esfuerzo diario, en medio de la oscuridad (3a lectura). No tengamos miedo, no dejemos que la duda corroa el gozo escondido de su presencia.
¡El misterio de la presencia de Dios en nuestras vidas! No debemos esperar grandes manifestaciones esplendorosas e imponentes: Elías la experimenta como un susurro y no como un viento huracanado (Dios cuesta de discernir y nos puede pasar de largo). Tan cerca que lo tenemos: como un susurro que penetra imperceptiblemente toda nuestra vida y el mundo entero.
Pero debemos salir de la cueva de nuestras seguridades y nuestros temores, y quién sabe si tenemos que emprender, como Elías, un peregrinaje largo y difícil. ¿Hacia dónde? No, no consiste en ir de acá para allá, ya que Dios es accesible en todas partes: "Se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,21-23). Se trata de una peregrinación interior.
Amenazado de muerte por la impía Jezabel, Elías huye del país y se dirige al monte Horeb o Sinaí. Su marcha dura cuarenta días a través del desierto, durante los cuales revive la experiencia del éxodo de Israel. Dios le proporciona el agua y el pan que necesita y, al llegar al Sinaí, se refugia en la misma cueva en la que se escondió Moisés esperando el "paso del Señor" (cf. Ex 32,22).
Elías, representante de los profetas, vuelve a las raíces del pueblo de Israel y a los orígenes de su historia. Con ello significa que su reforma religiosa, por cuya causa es perseguido, entronca directamente con la obra de Moisés: toda reforma autentica de Israel es una restauración de la alianza con Yahvé.
Si el huracán, el terremoto y el fuego abrasador fueron señales de la presencia de Yahvé en el Sinaí cuando la promulgación de la ley (Ex 19) ahora Yahvé se revela al profeta Elías en el susurro de una brisa. La teofanía es diferente y se acomoda a los nuevos tiempos que inaugura Yahvé por medio de los profetas. La brisa es el símbolo del espíritu de Dios y de la fuerza renovadora que ejerce por medio de los profetas.
El ciclo de Elías (caps. 17-22) pone de relieve la figura de este gran profeta comparable a Moisés. Así como Samuel patrocinó de mala gana un cambio de régimen, Natán sancionó la promesa dinástica a David, y Ajías fue el que anunció la desgracia del desgarrón en dos reinos, a Elías le toca un problema más hondo y más delicado: el pueblo abandona a Dios, quiere cambiar de Dios, la tarea demoledora de Jezabel, mujer del rey, en estrecha colaboración con los cultos cananeos y con los sacerdotes de los baales es la causa inmediata del desastre.
Elías lucha con denuedo: será el que retenga la lluvia (cap. 17) y el que la dé (cap. 18), poder que pretendían usar a su antojo los sacerdotes de Baal, dios de la fecundidad. Estos mismos sacerdotes perecerán a sus manos (cap. 18). Esto le ha valido la persecución de la impía reina Jezabel. En su huida fuerte y dura (19,4) llega a una cueva del Horeb donde Dios se le va a manifestar en la sencillez y en la pobreza.
Los vientos que en Palestina vienen del Oeste llegan a constituir auténticos y temibles torbellinos que provocan fuertes tempestades (3a.lectura). Por eso, en el Antiguo Testamento uno de los símbolos más comunes para designar la fuerza y la presencia de Dios es el viento, el huracán. Sin embargo, Dios abandona este camino espectacular y se va a manifestar en una señal de sencillez. El carácter impetuoso de Elías tendría que hacer un esfuerzo para situarse en este óptica de despojo.
Palestina ha sufrido en su historia violentos terremotos (cf. Am 1,1; Za 14,5). La Biblia ve en ellos una manifestación de la potencia del Creador que viene a ayudar o a juzgar a un pueblo (cf. Ex 19,18; Jc 5,4). También Dios va a abandonar este camino de conmoción por algo más interior al hombre mismo.
"Susurro"=literalmente "el silbido de un silencio tenue". Para Elías este silencio debía ser tan inquietante y estar tan cargado de significación como el viento, el terremoto y el fuego. Pero si aquellos anunciaban una acción destructora y negativa (cf. vv. 15-17), "el silbido de un silencio tenue" hay que ponerlo en relación con la acción positiva, creadora y salvífica del Señor que ha mantenido en su pueblo un resto que vive y cree, los siete mil de los que se hablará en el v. 18.
El silencio que rodea la venida del Señor es tal vez una nota antibaalista, siendo Baal el dios de la tormenta. Este es el momento capital de la revelación del Señor a Elías. Descubrir a Dios en la sencillez y en lo pequeño es una tarea a la que el creyente de hoy debe darse con entereza. Le va mucho en ello.
19:9 Allí, entró en la gruta y pasó la noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor.
19:10 El Señor le dijo: "¿Qué haces aquí, Elías?". Él respondió: "Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida".
19:11 El Señor le dijo: "Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor". Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.
19:12 Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave.
19:13 Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: "¿Qué haces aquí, Elías?"
19:14 Él respondió: "Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida".
19:15 El Señor le dijo: "Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Arám.
19:16 A Jehú, hijo de Nimsí, lo ungirás rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel Mejolá, lo ungirás profeta en lugar de ti.
19:17 Al que escape de la espada de Jazael, lo hará morir Jehú; al que escape de la espada de Jehú, lo hará morir Eliseo.
19:18 Pero yo preservaré en Israel un resto de siete mil hombres: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal y todas las bocas que no lo besaron".
— Comentario por Reflexiones Católicas
“El silencio que rodea la venida de Dios”
En tiempos de crisis religiosa y de persecución, Elías rehace el camino de Moisés y peregrina al lugar de la gran experiencia religiosa. Allí experimenta la presencia de Dios y escucha su palabra, que le confirma su misión: Elías no puede abandonar la lucha, debe continuar.
El fragmento que leemos nos invita a discernir, también a nosotros, la presencia del Señor en el "susurro": no tenemos que esperar el golpetazo de un viento huracanado, un terremoto o un fuego caído del cielo.
Con toda naturalidad, imperceptiblemente, Jesús se nos acerca en el esfuerzo diario, en medio de la oscuridad (3a lectura). No tengamos miedo, no dejemos que la duda corroa el gozo escondido de su presencia.
¡El misterio de la presencia de Dios en nuestras vidas! No debemos esperar grandes manifestaciones esplendorosas e imponentes: Elías la experimenta como un susurro y no como un viento huracanado (Dios cuesta de discernir y nos puede pasar de largo). Tan cerca que lo tenemos: como un susurro que penetra imperceptiblemente toda nuestra vida y el mundo entero.
Pero debemos salir de la cueva de nuestras seguridades y nuestros temores, y quién sabe si tenemos que emprender, como Elías, un peregrinaje largo y difícil. ¿Hacia dónde? No, no consiste en ir de acá para allá, ya que Dios es accesible en todas partes: "Se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Jn 4,21-23). Se trata de una peregrinación interior.
Amenazado de muerte por la impía Jezabel, Elías huye del país y se dirige al monte Horeb o Sinaí. Su marcha dura cuarenta días a través del desierto, durante los cuales revive la experiencia del éxodo de Israel. Dios le proporciona el agua y el pan que necesita y, al llegar al Sinaí, se refugia en la misma cueva en la que se escondió Moisés esperando el "paso del Señor" (cf. Ex 32,22).
Elías, representante de los profetas, vuelve a las raíces del pueblo de Israel y a los orígenes de su historia. Con ello significa que su reforma religiosa, por cuya causa es perseguido, entronca directamente con la obra de Moisés: toda reforma autentica de Israel es una restauración de la alianza con Yahvé.
Si el huracán, el terremoto y el fuego abrasador fueron señales de la presencia de Yahvé en el Sinaí cuando la promulgación de la ley (Ex 19) ahora Yahvé se revela al profeta Elías en el susurro de una brisa. La teofanía es diferente y se acomoda a los nuevos tiempos que inaugura Yahvé por medio de los profetas. La brisa es el símbolo del espíritu de Dios y de la fuerza renovadora que ejerce por medio de los profetas.
El ciclo de Elías (caps. 17-22) pone de relieve la figura de este gran profeta comparable a Moisés. Así como Samuel patrocinó de mala gana un cambio de régimen, Natán sancionó la promesa dinástica a David, y Ajías fue el que anunció la desgracia del desgarrón en dos reinos, a Elías le toca un problema más hondo y más delicado: el pueblo abandona a Dios, quiere cambiar de Dios, la tarea demoledora de Jezabel, mujer del rey, en estrecha colaboración con los cultos cananeos y con los sacerdotes de los baales es la causa inmediata del desastre.
Elías lucha con denuedo: será el que retenga la lluvia (cap. 17) y el que la dé (cap. 18), poder que pretendían usar a su antojo los sacerdotes de Baal, dios de la fecundidad. Estos mismos sacerdotes perecerán a sus manos (cap. 18). Esto le ha valido la persecución de la impía reina Jezabel. En su huida fuerte y dura (19,4) llega a una cueva del Horeb donde Dios se le va a manifestar en la sencillez y en la pobreza.
Los vientos que en Palestina vienen del Oeste llegan a constituir auténticos y temibles torbellinos que provocan fuertes tempestades (3a.lectura). Por eso, en el Antiguo Testamento uno de los símbolos más comunes para designar la fuerza y la presencia de Dios es el viento, el huracán. Sin embargo, Dios abandona este camino espectacular y se va a manifestar en una señal de sencillez. El carácter impetuoso de Elías tendría que hacer un esfuerzo para situarse en este óptica de despojo.
Palestina ha sufrido en su historia violentos terremotos (cf. Am 1,1; Za 14,5). La Biblia ve en ellos una manifestación de la potencia del Creador que viene a ayudar o a juzgar a un pueblo (cf. Ex 19,18; Jc 5,4). También Dios va a abandonar este camino de conmoción por algo más interior al hombre mismo.
"Susurro"=literalmente "el silbido de un silencio tenue". Para Elías este silencio debía ser tan inquietante y estar tan cargado de significación como el viento, el terremoto y el fuego. Pero si aquellos anunciaban una acción destructora y negativa (cf. vv. 15-17), "el silbido de un silencio tenue" hay que ponerlo en relación con la acción positiva, creadora y salvífica del Señor que ha mantenido en su pueblo un resto que vive y cree, los siete mil de los que se hablará en el v. 18.
El silencio que rodea la venida del Señor es tal vez una nota antibaalista, siendo Baal el dios de la tormenta. Este es el momento capital de la revelación del Señor a Elías. Descubrir a Dios en la sencillez y en lo pequeño es una tarea a la que el creyente de hoy debe darse con entereza. Le va mucho en ello.
No hay comentarios:
Publicar un comentario