Mt 19,13-15
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.
— Comentario de Reflexiones Católicas
"Contra de la mentalidad del éxito"
De nuevo se presenta la infancia como signo y figura del buen discípulo. Este texto no debe confundirse con el del capítulo 18,1-5;6-9. La intención no es la misma: en el capítulo 18 se trataba de hacerse como los niños y no escandalizarlos; aquí el texto acentúa un conflicto de Jesús con los discípulos que asombrados ven cómo el Maestro se detiene, acoge a los niños y los bendice. La sintonía de los niños con Jesús invita a reflexionar sobre el carácter del Maestro.
Al subir a Jerusalén para sufrir, Jesús se detendrá varias veces a lo largo del camino para acercarse a los humildes, a los enfermos, y esto ante la extrañeza de la gente y de los discípulos. La seriedad de su camino hacia Jerusalén y las implicaciones que tiene, no lo separan de los pequeños; no se deja envolver por una soledad principesca y llena de vanagloria.
Jesús no sólo se detiene y reprende a los discípulos, sino que hace de su gesto una enseñanza. "Dejen que los niños vengan a mí", no es sólo una invitación a hacerse como niños, sino una declaración y una verdadera promesa hecha a todos los que son como ellos que son parte del Reino.
El texto de hoy nos invita a "venir a Jesús", es decir, a creer en él, lo cual nos lleva a entrar en el Reino recibiéndolo como un niño, que nada ofrece a cambio más que la propia pequeñez.
Frecuentemente hemos comprendedido el simbolismo de los niños en el marco de la pureza o inocencia, pero en este episodio el niño se convierte en tipo de salvación porque desposeído de fuerza tiene que colocar su fuerza en otro. Los niños son prototipo de fe y de confianza en Dios. Esta debilidad confiada es el motivo que impulsa a quienes acercan los niños a Jesús. Recurren para que se les imponga las manos y para que Jesús rece por ellos. En los dos actos quienes los conducen comprenden la impotencia que aqueja a los niños.
Con el mismo descuido con que en el pasaje anterior un hombre despide a su mujer, la reacción por parte de los discípulos es la de “regañar” a los niños (v.13b). No son capaces de comprender que el amor fiel debe ser recibido de Jesús.
Sólo aquellos que conscientes de la propia debilidad buscan ser recibidos por Jesús son los que pueden integrar la nueva realidad salvífica del Reino. Sólo desde la propia debilidad aceptada y asumida es posible reconocer el señorío de Dios sobre la historia humana. Los autosuficientes están imposibilitados de reconocer la realidad de gracia que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret.
Por ello, Jesús exige (v.14) que no se impida a los desvalidos e impotentes el acercamiento a su persona. La conclusión del pasaje manifiesta la concesión de la petición que se le había hecho: “les impuso la mano” (v.15).
Contagiados por la mentalidad del éxito, los integrantes de la comunidad eclesial son tentados frecuentemente a buscar la compañía de quienes son los poseedores de bienes, fuerzas o cualidades. Como los discípulos quisieran “regañar” a los impotentes y a los desvalidos de este mundo.
Frente a esta actitud, es necesario recordar siempre los gestos de acogida de Jesús que por nuestra mentalidad se nos hacen difícil de aceptar. En toda persona desprotegida y débil y, sólo en ella, es posible encontrar la fuerza de Jesús. Ellos por “la imposición de las manos” reciben el poder de Dios.
La comunidad cristiana debe acoger a estos seres porque gracias a ellos puede ser expresión adecuada del designio salvador. La opción por ellos es reflejo de su comprensión y aceptación del Reinado de Dios. Este exige, para ser recibido un cambio profundo de actitudes y comportamientos, una profunda conversión producida por la gracia del Reino.
En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.
— Comentario de Reflexiones Católicas
"Contra de la mentalidad del éxito"
De nuevo se presenta la infancia como signo y figura del buen discípulo. Este texto no debe confundirse con el del capítulo 18,1-5;6-9. La intención no es la misma: en el capítulo 18 se trataba de hacerse como los niños y no escandalizarlos; aquí el texto acentúa un conflicto de Jesús con los discípulos que asombrados ven cómo el Maestro se detiene, acoge a los niños y los bendice. La sintonía de los niños con Jesús invita a reflexionar sobre el carácter del Maestro.
Al subir a Jerusalén para sufrir, Jesús se detendrá varias veces a lo largo del camino para acercarse a los humildes, a los enfermos, y esto ante la extrañeza de la gente y de los discípulos. La seriedad de su camino hacia Jerusalén y las implicaciones que tiene, no lo separan de los pequeños; no se deja envolver por una soledad principesca y llena de vanagloria.
Jesús no sólo se detiene y reprende a los discípulos, sino que hace de su gesto una enseñanza. "Dejen que los niños vengan a mí", no es sólo una invitación a hacerse como niños, sino una declaración y una verdadera promesa hecha a todos los que son como ellos que son parte del Reino.
El texto de hoy nos invita a "venir a Jesús", es decir, a creer en él, lo cual nos lleva a entrar en el Reino recibiéndolo como un niño, que nada ofrece a cambio más que la propia pequeñez.
Frecuentemente hemos comprendedido el simbolismo de los niños en el marco de la pureza o inocencia, pero en este episodio el niño se convierte en tipo de salvación porque desposeído de fuerza tiene que colocar su fuerza en otro. Los niños son prototipo de fe y de confianza en Dios. Esta debilidad confiada es el motivo que impulsa a quienes acercan los niños a Jesús. Recurren para que se les imponga las manos y para que Jesús rece por ellos. En los dos actos quienes los conducen comprenden la impotencia que aqueja a los niños.
Con el mismo descuido con que en el pasaje anterior un hombre despide a su mujer, la reacción por parte de los discípulos es la de “regañar” a los niños (v.13b). No son capaces de comprender que el amor fiel debe ser recibido de Jesús.
Sólo aquellos que conscientes de la propia debilidad buscan ser recibidos por Jesús son los que pueden integrar la nueva realidad salvífica del Reino. Sólo desde la propia debilidad aceptada y asumida es posible reconocer el señorío de Dios sobre la historia humana. Los autosuficientes están imposibilitados de reconocer la realidad de gracia que se ha hecho presente en Jesús de Nazaret.
Por ello, Jesús exige (v.14) que no se impida a los desvalidos e impotentes el acercamiento a su persona. La conclusión del pasaje manifiesta la concesión de la petición que se le había hecho: “les impuso la mano” (v.15).
Contagiados por la mentalidad del éxito, los integrantes de la comunidad eclesial son tentados frecuentemente a buscar la compañía de quienes son los poseedores de bienes, fuerzas o cualidades. Como los discípulos quisieran “regañar” a los impotentes y a los desvalidos de este mundo.
Frente a esta actitud, es necesario recordar siempre los gestos de acogida de Jesús que por nuestra mentalidad se nos hacen difícil de aceptar. En toda persona desprotegida y débil y, sólo en ella, es posible encontrar la fuerza de Jesús. Ellos por “la imposición de las manos” reciben el poder de Dios.
La comunidad cristiana debe acoger a estos seres porque gracias a ellos puede ser expresión adecuada del designio salvador. La opción por ellos es reflejo de su comprensión y aceptación del Reinado de Dios. Este exige, para ser recibido un cambio profundo de actitudes y comportamientos, una profunda conversión producida por la gracia del Reino.
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