Mateo 9,14-15
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?" Jesús les dijo: "¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán."
— Comentario por Fray Manuel Santos Sánchez, O.P., Real Convento de Predicadores, Valencia, España.
“El ayuno que yo quiero”
El Señor Dios pide al profeta que grite con fuerza: “alza a plena voz, sin cesar, alza la voz con trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados”. El gran fallo del pueblo de Dios es que piden al Señor que les indique el camino a seguir para agradarle, para tenerle cerca y así ser felices, pero después, cuando el Señor se lo indica, hacen todo lo contrario.
En este pasaje de Isaías se centra en el ayuno. Practican el ayuno pero muchas de sus obras son contrarias a lo que Dios les pide. En lugar de amarse, “ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?”.
El Señor les aclara esta situación: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne”. Quien practica este ayuno, el ayuno del amor, tendrá siempre a su favor a Dios: “Entonces clamarás al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy. Porque yo, el Señor, tu Dios, soy misericordioso”.
Una situación no igual pero parecida nos presenta el evangelio de hoy. Los discípulos de Jesús, al pertenecer al pueblo judío, estaban obligados a la ley judía del ayuno, y los discípulos de Juan Bautista se sorprenden de que no ayunen. Jesús, en esta ocasión, les argumenta que no pueden ayunar porque “no pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos”, mientras gozan de la presencia de Jesús, motivo de profunda alegría, no pueden ayunar.
El principio general nos debe quedar claro. El ayuno y todas las prácticas ascéticas no tienen valor en sí mismas, lo tienen en la medida en que ayudan a vivir el valor supremo del amor, de amar Dios, al prójimo y a uno mismo.
En aquel tiempo, se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: "¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?" Jesús les dijo: "¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio, y entonces ayunarán."
— Comentario por Fray Manuel Santos Sánchez, O.P., Real Convento de Predicadores, Valencia, España.
“El ayuno que yo quiero”
El Señor Dios pide al profeta que grite con fuerza: “alza a plena voz, sin cesar, alza la voz con trompeta, denuncia a mi pueblo sus delitos, a la casa de Jacob sus pecados”. El gran fallo del pueblo de Dios es que piden al Señor que les indique el camino a seguir para agradarle, para tenerle cerca y así ser felices, pero después, cuando el Señor se lo indica, hacen todo lo contrario.
En este pasaje de Isaías se centra en el ayuno. Practican el ayuno pero muchas de sus obras son contrarias a lo que Dios les pide. En lugar de amarse, “ayunáis entre riñas y disputas, dando puñetazos sin piedad… ¿a eso lo llamáis ayuno, día agradable al Señor?”.
El Señor les aclara esta situación: “El ayuno que yo quiero es este: abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne”. Quien practica este ayuno, el ayuno del amor, tendrá siempre a su favor a Dios: “Entonces clamarás al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy. Porque yo, el Señor, tu Dios, soy misericordioso”.
Una situación no igual pero parecida nos presenta el evangelio de hoy. Los discípulos de Jesús, al pertenecer al pueblo judío, estaban obligados a la ley judía del ayuno, y los discípulos de Juan Bautista se sorprenden de que no ayunen. Jesús, en esta ocasión, les argumenta que no pueden ayunar porque “no pueden guardar luto los amigos del novio mientras el novio está con ellos”, mientras gozan de la presencia de Jesús, motivo de profunda alegría, no pueden ayunar.
El principio general nos debe quedar claro. El ayuno y todas las prácticas ascéticas no tienen valor en sí mismas, lo tienen en la medida en que ayudan a vivir el valor supremo del amor, de amar Dios, al prójimo y a uno mismo.
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