jueves, 21 de enero de 2016

Marcos 3,13-19: Llamó a los que quiso y respondieron a su llamada. por Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.

Marcos 3,13-19

En aquel tiempo, Jesús subió a la montaña, llamó a los que quiso, y se fueron con él. A doce los hizo sus compañeros, para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios: Simón, a quien dio el sobrenombre de Pedro; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan, a quienes dio el sobrenombre de Boanerges -Los Truenos-; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago el de Alfeo, Tadeo, Simón el Cananeo y Judas Iscariote, que lo entregó.

— Comentario por Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.
 “Llamó a los que quiso”

El marco de referencia va a ser, una vez más, la montaña: “Subió Jesús a la montaña”. ¿Cuál de ellas? No se dice. La del llamamiento apostólico. El monte, en la Biblia, es siempre el lugar de las teofanías, de las revelaciones y manifestaciones de Dios. Hoy subió a la montaña a llamar, a escoger a los que quiso. Y con ese llamamiento, ir poniendo los cimientos del nuevo pueblo de Dios. Nadie se puede arrogar ese don y esa encomienda. No escogió a los que quisieron, sino a los que quiso. La iniciativa siempre es de Dios.

Lo que sí tuvieron que hacer fue aceptar, secundar la llamada, responder personalmente al Señor. ¿Qué vieron en Jesús para aceptar la propuesta? Sólo sabemos que Jesús no hablaba ni llamaba como los fariseos, sino “con autoridad”, con credibilidad. Y ellos quedaron impactados con la persona y la personalidad de Jesús.

“Los que quiso” se van haciendo a Jesús:

Y, para que se fueran haciendo a él, al Reino, “les dio poder para expulsar demonios”. Seguían siendo sólo pescadores, pero pescadores “enviados” con poder de convicción. Eran todavía sólo pescadores, pero daban testimonio, de momento, de lo que oían a Jesús, de lo que veían en él y de los signos inequívocos que hacía.

No tuvo que ser fácil para ellos el cambio. Pero, por otra parte, tenían que estar viendo visiones siempre que escuchaban a Jesús, cada vez que les explicaba en particular las parábolas y alegorías que empleaba con todos los que le seguían. Me los imagino comentando entre ellos todo lo que les hablaba de su Padre, de su Abba.. Seguro que entenderían muy bien cuando Jesús le comparaba con aquel pastor siempre preocupado por las posibles ovejas perdidas; o cuando les decía que era como aquel rey que, incapaz de convencer a sus invitados para que fueran al banquete, invitaba a los pobres –como ellos-, a los desvalidos y a los que no contaban.

Los discípulos todavía se equivocaban con frecuencia, al menor descuido se ponían a discutir de lo suyo y de lo que ellos se inventaban, como casi todos, pero iban aprendiendo. Jesús, unas veces les reprendía; otras, les animaba y felicitaba. Y ellos iban adentrándose cada vez más en el Reino.

Hasta que un día Jesús preguntó si querían irse, si querían abandonarle. Y muchos, dice el Evangelio, se marcharon. Pero, ellos se quedaron. Como nosotros. Ellos sabían y nosotros sabemos que el seguimiento no es fácil, y lo que hay al final del camino, en “Jerusalén”, menos todavía. Pero, hemos apostado por él y, sobre todo, sabemos que él sigue apostando por nosotros.

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