Marcos 2,23-28
Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: "Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?" El les respondió: "¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros". Y añadió: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado".
— Comentario por Reflexiones Católicas
"El sábado se hizo para el hombre"
Seguimos en un contexto polémico entre Jesús y los fariseos. El pasaje de ayer se hacía eco del choque por la cuestión del ayuno legal; hoy por la del descanso sabático. Los fariseos cogen a los apóstoles y a Cristo “in fraganti” violando el sábado en lo que atañe a algo esencial: el descanso.
Marcos presenta uno de los grandes temas de fricción entre Jesús y los fariseos, al que se refiere porque sigue siendo motivo de fricción entre la sinagoga, con su legalismo fanático, y las comunidades cristianas, a las que la sinagoga acusa de infidelidad a la Ley. Marcos escribe para dar orientación y criterios.
Es sábado. Los discípulos tienen hambre (Mt 12,1); empiezan a arrancar espigas y a comérselas, mientras atraviesan un campo sembrado. Los discípulos no han quebrantado la Ley propiamente dicha, porque arrancar espigas no estaba prohibido (Dt 23,26); han quebrantado únicamente una orden de la Mischná -recopilación de tradiciones rabínicas- (Sabath 7,2; una de las treinta y nueve actividades introducidas por el judaísmo), Se prohibía porque se equiparaba al trabajo de la siega, que ésa sí estaba prohibida.
Jesús responde a la acusación citando el caso de David (1 Sm 21,2-7), cuando estimulado por el hambre, le pidió al sacerdote Ahimélek (no Abiatar, como dice Marcos) los “panes consagrados” para comer él y sus acompañantes. Aquí no se dice que hiciera esto en sábado. Jesús emplea el argumento ad homínem. En la exégesis judía, en este caso se justificaba a David porque se trataba de una necesidad urgente. Ahora bien, Jesús dice que éste es el caso de sus discípulos. El sábado es una ley que, como todas las leyes, tiene que estar orientada al bien del hombre. Por lo tanto, no debería haber una contradicción entre la ley del sábado y una necesidad primordial del hombre, como es la de quitarse el hambre.
La anécdota es el pretexto del evangelista para ofrecer un mensaje de Jesús de largo alcance, de gran repercusión antropológica y humana. Jesús establece el principio general de algo que está en el centro del Evangelio, o sea, la liberación respecto de la “alienación legal”.
Nos encontramos ante un importante tema paulino: Cristo ha venido a liberar al hombre de la tiranía de la ley (Rm 3,20; 4,13; 6,14) y de todas las demás esclavitudes. Pablo sabe mucho de esto porque fue esclavo, “fanático de las tradiciones ancestrales” (Gá 1,14); en su conversión se sintió liberado por Cristo del yugo de la ley (Gá 5,2-6). La formulación, propuesta solamente por Marcos, es verdaderamente hermosa: “El sábado está en función del hombre, no el hombre en función del sábado”.
Ahora bien, fa conclusión de Jesús es aparentemente incoherente: “Por eso, el Hijo del hombre es señor también del sábado”. Pero la paradoja se supera, cuando descubrimos que, en el segundo evangelio, la autoridad del “Hijo del hombre” es una autoridad en función del hombre, de su desalienación. Los cristianos, al reconocer en Cristo al único Señor, lo relativizan todo. El cristiano relativiza el orden legal cuando éste no está “en función del hombre”. En este caso, los cristianos se acuerdan de que Cristo es “señor del sábado”, o sea, que está por encima de todo orden legal, de todo sistema establecido.
La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía, que muchos señores de este mundo quieren hacer abortar. La afirmación: “El sábado es para el hombre” es en sí misma revolucionaria. Esto significa que el bien del hombre relativiza y determina todas las demás realidades: la economía, la moral, las estructuras. La moral, por ejemplo, no es un absoluto, un corsé, al que ha de ajustarse el hombre, aunque se magullen sus músculos y se aprisionen los pulmones y el corazón. El absoluto no son las normas a las que ha de acomodarse el hombre, sino que el absoluto es el hombre al que se han de acomodar las normas, la ética, la moral, el culto, la política, todo.
Es puro fariseísmo tratar de conseguir la salvación absolutizando las mediaciones, los tiempos, los lugares, como el sábado, el templo o la ley, para asegurarse el favor divino. Esto, en el fondo, es una idolatría, porque es reconocer un poder divino a lo que no son más que puros “medios” de los que se sirve Cristo para su acción salvadora, pero siempre perentorios.
“Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Co 3,17). Pero solemos tener “miedo a la libertad”. El cumplimiento legal nos da seguridad: “Estoy en lo legal”. Así, con frecuencia los autoritarios se aprovechan de esta subyugación acrítica a la ley para manejarla como un medio e instrumentalizar a sus “súbditos”.
La obediencia ciega es cómoda; ahorra tener que optar y fricciones como las que tuvo Jesús con los de su entorno; pero infantiliza. Hace años la ley se personificaba en el director espiritual”, que ahorraba la dolorosa tarea de discernir y decidir. Hoy tenemos también numerosas leyes, costumbres, normas, en las que urge la objeción de conciencia, la desobediencia evangélica, sin olvidar la otra consigna de Pablo: “Habéis sido llamados a ser hombres libres, pero procurad que la libertad no sea un pretexto para los antojos y egoísmos; antes bien, servíos unos a otros por amor” (Gá 5,13).
Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban, los discípulos iban arrancando espigas. Los fariseos le dijeron: "Oye, ¿por qué hacen en sábado lo que no está permitido?" El les respondió: "¿No habéis leído nunca lo que hizo David cuando él y sus hombres se vieron faltos y con hambre? Entró en la casa de Dios, en tiempo del sumo sacerdote Abiatar, comió de los panes presentados, que sólo pueden comer los sacerdotes, y les dio también a sus compañeros". Y añadió: "El sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado; así que el Hijo del hombre es señor también del sábado".
— Comentario por Reflexiones Católicas
"El sábado se hizo para el hombre"
Seguimos en un contexto polémico entre Jesús y los fariseos. El pasaje de ayer se hacía eco del choque por la cuestión del ayuno legal; hoy por la del descanso sabático. Los fariseos cogen a los apóstoles y a Cristo “in fraganti” violando el sábado en lo que atañe a algo esencial: el descanso.
Marcos presenta uno de los grandes temas de fricción entre Jesús y los fariseos, al que se refiere porque sigue siendo motivo de fricción entre la sinagoga, con su legalismo fanático, y las comunidades cristianas, a las que la sinagoga acusa de infidelidad a la Ley. Marcos escribe para dar orientación y criterios.
Es sábado. Los discípulos tienen hambre (Mt 12,1); empiezan a arrancar espigas y a comérselas, mientras atraviesan un campo sembrado. Los discípulos no han quebrantado la Ley propiamente dicha, porque arrancar espigas no estaba prohibido (Dt 23,26); han quebrantado únicamente una orden de la Mischná -recopilación de tradiciones rabínicas- (Sabath 7,2; una de las treinta y nueve actividades introducidas por el judaísmo), Se prohibía porque se equiparaba al trabajo de la siega, que ésa sí estaba prohibida.
Jesús responde a la acusación citando el caso de David (1 Sm 21,2-7), cuando estimulado por el hambre, le pidió al sacerdote Ahimélek (no Abiatar, como dice Marcos) los “panes consagrados” para comer él y sus acompañantes. Aquí no se dice que hiciera esto en sábado. Jesús emplea el argumento ad homínem. En la exégesis judía, en este caso se justificaba a David porque se trataba de una necesidad urgente. Ahora bien, Jesús dice que éste es el caso de sus discípulos. El sábado es una ley que, como todas las leyes, tiene que estar orientada al bien del hombre. Por lo tanto, no debería haber una contradicción entre la ley del sábado y una necesidad primordial del hombre, como es la de quitarse el hambre.
La anécdota es el pretexto del evangelista para ofrecer un mensaje de Jesús de largo alcance, de gran repercusión antropológica y humana. Jesús establece el principio general de algo que está en el centro del Evangelio, o sea, la liberación respecto de la “alienación legal”.
Nos encontramos ante un importante tema paulino: Cristo ha venido a liberar al hombre de la tiranía de la ley (Rm 3,20; 4,13; 6,14) y de todas las demás esclavitudes. Pablo sabe mucho de esto porque fue esclavo, “fanático de las tradiciones ancestrales” (Gá 1,14); en su conversión se sintió liberado por Cristo del yugo de la ley (Gá 5,2-6). La formulación, propuesta solamente por Marcos, es verdaderamente hermosa: “El sábado está en función del hombre, no el hombre en función del sábado”.
Ahora bien, fa conclusión de Jesús es aparentemente incoherente: “Por eso, el Hijo del hombre es señor también del sábado”. Pero la paradoja se supera, cuando descubrimos que, en el segundo evangelio, la autoridad del “Hijo del hombre” es una autoridad en función del hombre, de su desalienación. Los cristianos, al reconocer en Cristo al único Señor, lo relativizan todo. El cristiano relativiza el orden legal cuando éste no está “en función del hombre”. En este caso, los cristianos se acuerdan de que Cristo es “señor del sábado”, o sea, que está por encima de todo orden legal, de todo sistema establecido.
La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía, que muchos señores de este mundo quieren hacer abortar. La afirmación: “El sábado es para el hombre” es en sí misma revolucionaria. Esto significa que el bien del hombre relativiza y determina todas las demás realidades: la economía, la moral, las estructuras. La moral, por ejemplo, no es un absoluto, un corsé, al que ha de ajustarse el hombre, aunque se magullen sus músculos y se aprisionen los pulmones y el corazón. El absoluto no son las normas a las que ha de acomodarse el hombre, sino que el absoluto es el hombre al que se han de acomodar las normas, la ética, la moral, el culto, la política, todo.
Es puro fariseísmo tratar de conseguir la salvación absolutizando las mediaciones, los tiempos, los lugares, como el sábado, el templo o la ley, para asegurarse el favor divino. Esto, en el fondo, es una idolatría, porque es reconocer un poder divino a lo que no son más que puros “medios” de los que se sirve Cristo para su acción salvadora, pero siempre perentorios.
“Donde hay Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Co 3,17). Pero solemos tener “miedo a la libertad”. El cumplimiento legal nos da seguridad: “Estoy en lo legal”. Así, con frecuencia los autoritarios se aprovechan de esta subyugación acrítica a la ley para manejarla como un medio e instrumentalizar a sus “súbditos”.
La obediencia ciega es cómoda; ahorra tener que optar y fricciones como las que tuvo Jesús con los de su entorno; pero infantiliza. Hace años la ley se personificaba en el director espiritual”, que ahorraba la dolorosa tarea de discernir y decidir. Hoy tenemos también numerosas leyes, costumbres, normas, en las que urge la objeción de conciencia, la desobediencia evangélica, sin olvidar la otra consigna de Pablo: “Habéis sido llamados a ser hombres libres, pero procurad que la libertad no sea un pretexto para los antojos y egoísmos; antes bien, servíos unos a otros por amor” (Gá 5,13).
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