jueves, 2 de mayo de 2013

PADRE CON ENTRAÑAS MATERNALES, por Martín Gelabert, O.P.


Resulta muy llamativo eso que dice el Credo de la fe cristiana, tal como fue formulado en el siglo IV: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos… Engendrado, no creado”. 

Más aún: hay un Concilio de la antigüedad (el Concilio de Toledo, año 675) que afirma que “el Hijo fue engendrado y nació del seno del Padre”. O sea, Dios Padre tiene un Hijo, que nace de su seno, porque él lo ha engendrado. Nosotros no solemos decir que el padre engendra y mucho menos que tiene un seno. La que engendra, la que da a luz, la que porta al niño en su seno, es la madre, aunque evidentemente el padre interviene en el engendramiento.

En todo caso, entrar en estas cuestiones de tipo sexual para ver hasta qué punto pueden aplicarse a Dios me parece una equivocación. Porque Dios está más allá de las distinciones sexuales. En todo caso, una buena analogía para entender la “generación” en Dios sería la de la mente humana que engendra la palabra.

Ahora bien, el ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. De ahí se deduce que, en cierto modo, Dios es semejante al ser humano. Y por tanto, tiene que integrar en su realidad divina lo que en nuestro campo se llama masculino y femenino. De hecho, en la Sagrada Escritura, se atribuyen a Dios cualidades tanto masculinas como femeninas.

El Antiguo Testamento presenta varias veces el amor de Dios a su pueblo bajo la figura de madre. El profeta Isaías (49,14-15) compara a Dios con una mujer que no olvida al hijo de sus entrañas. En Is 66,13 se dice que Yahvé consuela como una madre; en el Salmo 131 se compara a Dios con el regazo de una madre; y en otros textos el amor de Dios es comparado al amor de una madre que lleva a su pueblo en su propio seno, dándolo a luz en el dolor, nutriéndolo y consolándolo (Is 42,14; 46,3-4).

En la conocida como parábola del hijo pródigo, la reacción del padre ante el hijo que vuelve evoca las entrañas maternales: “todavía estaba lejos cuando el padre lo vio y, conmovido en sus entrañas, corrió a su encuentro y se lanzó a su cuello, cubriéndolo de besos” (Lc 15,20). Los rasgos son aquí más maternales que paternales. Se trata de un padre con sentimientos y entrañas maternas.

Para caracterizar quién es el Padre del cielo no bastan las características del padre terreno; hay que añadir además las perfecciones de la madre. Solamente asumiendo las dos figuras de padre-madre expresamos lo que creemos en la fe: hay un misterio último, acogedor, fuente y principio de todo, que nos invita a la comunión, del que todo viene y hacia el que todo va: el padre y madre celestial.

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