LONGANIMIDAD: El otro día, en nuestra reunión de Laicos, trabajamos los dones y frutos del Espíritu. Y de repente surgió, medio en broma medio en serio, una experiencia de Espíritu: hablábamos de los frutos y al llegar a la “longanimidad” hicimos broma con la palabrita que, la verdad, se las trae.
El término proviene del latín “longus” (largo) unido a “anima” (alma). De una manera clásica se ha aplicado a la capacidad que tiene el alma de esperar largamente a Dios y algunos lo traducen directamente como perseverancia. Longanimidad sería pues perseverancia, paciencia, constancia en el bien. Sería la hermana pequeña de la Esperanza. Nuestro diccionario explica la palabra longanimidad como “grandeza y constancia de ánimo ante la adversidad”.
No obstante a mí me marea un poco dar sinónimos cuando las palabras están claras: alma larga, grande, ancha… ¿Para qué más?
Nos reímos con la palabrita hasta que caímos en la cuenta de que, en realidad, este término era muy frecuente, aunque camuflado, en nuestra vida diaria. Porque en Canarias (España) la gente usa una palabra, alongarse, que viene de la misma raíz, longus.
También es cierto que hay quien sostiene que esta palabra es puramente inglesa y viene de long, pero no vamos ahora a perdernos en disquisiciones.
Alongar es alargar, estirar. Dar más longitud, agrandar. Y es también dilatar el tiempo, hacer que algo dure más. Pero en las islas se usa “alongarse” en el sentido de asomarse (normalmente a una ventana, una barandilla…) con algo de riesgo. Alongarse implica movimiento y deseo de ver, de conocer, de no vivir encerrado. Para alongarse hace falta una actitud interna de curiosidad pero es preciso implicar al cuerpo y estirarlo.
Y de repente nos pareció que esa palabra debía definir nuestro grupo, nuestro ser laical en la Iglesia…y hasta a la misma iglesia. Porque necesitamos alongarnos, salir de los ámbitos cerrados que sólo nos hablan de inmediatez, de materialismo y seguridades. Es preciso alongarse y estirar el cuerpo y el corazón para vivir agarrados a Dios y no caernos, pero para ver también qué sucede en nuestro mundo. Es urgente que asumamos riesgos y que seamos capaces de olvidar seguridades para alongarse al hermano que, en la calle y sin techo, sufre esperando mi mano “alongada”, estirada y abierta.
Alongarse supone dinamicidad y también nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias, necesitan salir, alongarse, llegar, con todos sus miembros en acción, a los que están “fuera”. Ya no vale la imagen de la Iglesia que espera con las puertas abiertas…es necesario alongarse, arriesgarse, indagar nuevos caminos, correr riesgos…
Queremos vivir alongados al misterio de Dios. Sabemos que sólo una pequeña ventana nos permite adentrarnos en su ser y por ella queremos alongarnos. Sabemos que corremos riesgos, porque conocer un poco más a Dios, siempre cambia nuestra vida. Queremos vivir alongándonos a su Misterio; y queremos vivir alongándonos continuamente hacia el hermano.
Alongarse. Qué bonita palabra…Alóngate, hermano!
El término proviene del latín “longus” (largo) unido a “anima” (alma). De una manera clásica se ha aplicado a la capacidad que tiene el alma de esperar largamente a Dios y algunos lo traducen directamente como perseverancia. Longanimidad sería pues perseverancia, paciencia, constancia en el bien. Sería la hermana pequeña de la Esperanza. Nuestro diccionario explica la palabra longanimidad como “grandeza y constancia de ánimo ante la adversidad”.
No obstante a mí me marea un poco dar sinónimos cuando las palabras están claras: alma larga, grande, ancha… ¿Para qué más?
Nos reímos con la palabrita hasta que caímos en la cuenta de que, en realidad, este término era muy frecuente, aunque camuflado, en nuestra vida diaria. Porque en Canarias (España) la gente usa una palabra, alongarse, que viene de la misma raíz, longus.
También es cierto que hay quien sostiene que esta palabra es puramente inglesa y viene de long, pero no vamos ahora a perdernos en disquisiciones.
Alongar es alargar, estirar. Dar más longitud, agrandar. Y es también dilatar el tiempo, hacer que algo dure más. Pero en las islas se usa “alongarse” en el sentido de asomarse (normalmente a una ventana, una barandilla…) con algo de riesgo. Alongarse implica movimiento y deseo de ver, de conocer, de no vivir encerrado. Para alongarse hace falta una actitud interna de curiosidad pero es preciso implicar al cuerpo y estirarlo.
Y de repente nos pareció que esa palabra debía definir nuestro grupo, nuestro ser laical en la Iglesia…y hasta a la misma iglesia. Porque necesitamos alongarnos, salir de los ámbitos cerrados que sólo nos hablan de inmediatez, de materialismo y seguridades. Es preciso alongarse y estirar el cuerpo y el corazón para vivir agarrados a Dios y no caernos, pero para ver también qué sucede en nuestro mundo. Es urgente que asumamos riesgos y que seamos capaces de olvidar seguridades para alongarse al hermano que, en la calle y sin techo, sufre esperando mi mano “alongada”, estirada y abierta.
Alongarse supone dinamicidad y también nuestras comunidades cristianas, nuestras parroquias, necesitan salir, alongarse, llegar, con todos sus miembros en acción, a los que están “fuera”. Ya no vale la imagen de la Iglesia que espera con las puertas abiertas…es necesario alongarse, arriesgarse, indagar nuevos caminos, correr riesgos…
Queremos vivir alongados al misterio de Dios. Sabemos que sólo una pequeña ventana nos permite adentrarnos en su ser y por ella queremos alongarnos. Sabemos que corremos riesgos, porque conocer un poco más a Dios, siempre cambia nuestra vida. Queremos vivir alongándonos a su Misterio; y queremos vivir alongándonos continuamente hacia el hermano.
Alongarse. Qué bonita palabra…Alóngate, hermano!
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