Hechos 1, 1-11
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Efesios 1,17-23
Lucas 24, 46-53
Hechos 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: "No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Ellos lo rodearon preguntándole: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?" Jesús contestó: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo." Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse."
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Efesios 1,17-23
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto." Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington D.C.
Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Cuarenta días después de la Resurrección, Cristo sube a los cielos. Durante ese tiempo Jesús visita a sus discípulos para confirmarles en la fe y encargarles la misión.
Sí, Él ha resucitado, les ha mostrado las llagas que le habían abierto en sus manos y costado, les ha encargado continuar el anuncio del Reino, les ha dado el poder de perdonar y reconciliar al hombre con Dios y con los hermanos, ha señalado a uno de ellos como cabeza del grupo, algo así como su líder, su pastor, les ha prometido el Paráclito quien les explicará todo y les ayudará a comprender todo lo que Él les ha dicho y lo que de Él se había profetizado. Les ha animado a continuar, al mismo tiempo que les ha explicado la necesidad de que Él tenía que regresar al Padre, de dónde y de quién había venido anteriormente.
Así después de haber pasado un tiempo viviendo física y visiblemente, compartiendo la vida, el trabajo, las alegrías, las tristezas, la comida y la falta de la misma, la libertad y la persecución, aceptando triunfos y rechazos, predicando a grupos entusiasmados y a otros de oídos sordos, sale de ese mundo a donde llegó en una forma humilde, en un lugar destinado al cobijo de las bestias, habiéndose despojado de su poderío. Ahora cerca de la Ciudad Santa sale hacia los cielos para sentarse a la derecha del Padre, glorificado y triunfante.
Y mientras les bendice "fue llevado a los cielos".
Mucho había cambiado desde su presentación en el Templo y su despedida. Ahora que Él se va comienza, como veremos el domingo que viene, Fiesta de Pentecostés, la era de la Iglesia, cuyos miembros, todos, estamos llamados a misionar, a proclamar y testimoniar el Reino de Dios, y que para pertenecer al mismo no hay necesidad de "papeles", ni existe valla que impida la entrada, y donde todos somos "mojados" en las aguas bautismales.
Jesús subió a los cielos y ahora nos toca continuar lo que Él empezó. Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que se compadezca de los pobres y enfermos, ni el que multiplique el pan y los peces, nos va a tocar a nosotros cuidar a los pobres y a los enfermos, vamos a ser nosotros los encargados de que esta tierra produzca suficiente comida para cada uno de los seres humanos, aunque tal vez sea mejor decir que somos nosotros los responsables de que la abundancia que ya existe sea justamente distribuida, que en materia de viviendas haya mejor reparto pues no hay necesidad de que unos cuantos necesiten mapas para caminar por sus casas y no perderse y otros tengan que caminar de puntillas por la habitación para evitar tantos cuerpos compartiendo tan poco espacio.
Ojalá que los que pasamos horas y horas, día y noche mirando la pantalla del ordenador y los papeles en la mesa, no nos olvidemos de buscar el rostro del hermano; ojalá que esos aparatos que llevamos pegados al oído, no nos impida oír el grito desesperado del que sufre; ojalá que en esa exuberancia de palabras que proferimos constantemente, hayan algunas de consuelo y esperanza para el necesitado.
Como los Apóstoles en la Ascensión del Señor miramos al cielo y nos llenamos de alegría. Como ellos también, no nos podemos quedar mirando arriba, hay que mirar a nuestro alrededor y cumplir la misión que Él nos entregó.
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Efesios 1,17-23
Lucas 24, 46-53
Hechos 1, 1-11
En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: "No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo." Ellos lo rodearon preguntándole: "Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?" Jesús contestó: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo." Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse."
Salmo 46: Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Pueblos todos batid palmas,
aclamad a Dios con gritos de júbilo;
porque el Señor es sublime y terrible,
emperador de toda la tierra.
R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas;
tocad para Dios, tocad,
tocad para nuestro Rey, tocad.
R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Porque Dios es el rey del mundo;
tocad con maestría.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su trono sagrado.
R. Dios asciende entre aclamaciones;
el Señor, al son de trompetas
Efesios 1,17-23
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.
Lucas 24, 46-53
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto." Después los sacó hacia Betania y, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios.
Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington D.C.
Hoy celebramos la fiesta de la Ascensión del Señor. Cuarenta días después de la Resurrección, Cristo sube a los cielos. Durante ese tiempo Jesús visita a sus discípulos para confirmarles en la fe y encargarles la misión.
Sí, Él ha resucitado, les ha mostrado las llagas que le habían abierto en sus manos y costado, les ha encargado continuar el anuncio del Reino, les ha dado el poder de perdonar y reconciliar al hombre con Dios y con los hermanos, ha señalado a uno de ellos como cabeza del grupo, algo así como su líder, su pastor, les ha prometido el Paráclito quien les explicará todo y les ayudará a comprender todo lo que Él les ha dicho y lo que de Él se había profetizado. Les ha animado a continuar, al mismo tiempo que les ha explicado la necesidad de que Él tenía que regresar al Padre, de dónde y de quién había venido anteriormente.
Así después de haber pasado un tiempo viviendo física y visiblemente, compartiendo la vida, el trabajo, las alegrías, las tristezas, la comida y la falta de la misma, la libertad y la persecución, aceptando triunfos y rechazos, predicando a grupos entusiasmados y a otros de oídos sordos, sale de ese mundo a donde llegó en una forma humilde, en un lugar destinado al cobijo de las bestias, habiéndose despojado de su poderío. Ahora cerca de la Ciudad Santa sale hacia los cielos para sentarse a la derecha del Padre, glorificado y triunfante.
Y mientras les bendice "fue llevado a los cielos".
Mucho había cambiado desde su presentación en el Templo y su despedida. Ahora que Él se va comienza, como veremos el domingo que viene, Fiesta de Pentecostés, la era de la Iglesia, cuyos miembros, todos, estamos llamados a misionar, a proclamar y testimoniar el Reino de Dios, y que para pertenecer al mismo no hay necesidad de "papeles", ni existe valla que impida la entrada, y donde todos somos "mojados" en las aguas bautismales.
Jesús subió a los cielos y ahora nos toca continuar lo que Él empezó. Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que se compadezca de los pobres y enfermos, ni el que multiplique el pan y los peces, nos va a tocar a nosotros cuidar a los pobres y a los enfermos, vamos a ser nosotros los encargados de que esta tierra produzca suficiente comida para cada uno de los seres humanos, aunque tal vez sea mejor decir que somos nosotros los responsables de que la abundancia que ya existe sea justamente distribuida, que en materia de viviendas haya mejor reparto pues no hay necesidad de que unos cuantos necesiten mapas para caminar por sus casas y no perderse y otros tengan que caminar de puntillas por la habitación para evitar tantos cuerpos compartiendo tan poco espacio.
Ojalá que los que pasamos horas y horas, día y noche mirando la pantalla del ordenador y los papeles en la mesa, no nos olvidemos de buscar el rostro del hermano; ojalá que esos aparatos que llevamos pegados al oído, no nos impida oír el grito desesperado del que sufre; ojalá que en esa exuberancia de palabras que proferimos constantemente, hayan algunas de consuelo y esperanza para el necesitado.
Como los Apóstoles en la Ascensión del Señor miramos al cielo y nos llenamos de alegría. Como ellos también, no nos podemos quedar mirando arriba, hay que mirar a nuestro alrededor y cumplir la misión que Él nos entregó.
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