Los estudiosos Chatherine y Charles George, han realizado una investigación sobre el santoral católico, constatando que el 78% de los santos canonizados proceden de la clase alta y sólo el 5% de la baja. Nuestro protagonista es del grupo de la minoria. Un laico con abarcas polvorientas, que vivió su vocación a la santidad agarrado a un arado, tras los bueyes de labranza, en los alrededores de Madrid, donde nació, hacia el final del siglo XI; y es, según se ha dicho, “su vecino más famoso”.
Nada se sabe de sus padres, ni de su infancia y juventud. Sí, que quedó huérfano pronto y trabajó para un terrateniente de la capital, apellidado Vera, que le cayó simpático por su fidelidad y trabajo; y les entró por el ojo izquierdo a sus compañeros, que les comía la envidia. Y ésta parece que fue la tónica con los diferentes patronos y colegas que tuvo.
Abandona Madrid para ir a Torrelaguna, en la provincia donde tenía algunos parientes. Trabaja en lo suyo, el campo. Conoce a una joven del pueblo de Uceda, María Toribia, con quien contrae matrimonio. También ella es santa. Cuando falleció fue enterrada en la ermita de la Virgen, en Caraquiz, no lejos de Torrelaguna, donde era ermitaña desde la muerte de Isidro. Su cabeza se puso en el altar principal y de ahí el nombre de Santa María de la Cabeza con que es conocida.
Ambos se trasladan a Madrid. Isidro se coloca con un tal Juan de Vargas, en el término de Carabanchel Bajo y Getafe. Satisfecho el amo con el rendimiento de Isidro, le pone al frente de toda su hacienda. Aquí nació el hijo único del matrimonio, que también será santo con el tiempo: San Illán. Isidro reza tanto como trabaja: en el campo, en San Andrés, en Nuestra Señora de Atocha, en la Almudena. Su vida es una mosaico de oración a Dios, caridad con el prójimo, trabajo y fidelidad para sus amos.
Sus biógrafos, Juan el Diácono, Hurtado de Mendoza y Alfonso Villegas, nos han legado milagros incontables: suben las aguas del pozo, para recuperar a su hijito. Revive el pollino y mueren los lobos que le han medio desollado. Se multiplica el trigo: no se agota la olla de la que alimenta a los pobres... Y el más sonado: le acusan de abandonar su trabajo para ir a misa. Juan de Vargas quiere comprobarlo y ve atónito como descienden dos ángeles a empuñar el arado, mientras Isidro participa de la Eucaristía en la Almudena. “Su familia, ha escrito Carlos Pujor, reproduce, a escala madrileña, las virtudes de la Sagrada Familia de Nazaret”.
La devoción popular ha legado unos versos que se pueden leer en la ermita, junto al río Manzanares, donde está la fuente milagrosa: “Pues San Isidro asegura, que si con fe la bebieres y calenturas tuvieres, volverás sin calentura”. De más rango es este piropo de un paisano suyo, Calderón, al decir: “Madrid, aunque tu valor Reyes lo están cantando, nunca fue mejor que cuando tuviste tal Labrador”. Y Goya dejó un hermoso aguafuerte del Santo que puede admirarse en la Biblioteca Nacional de Madrid.
A la edad de noventa años dejó este mundo tan sencillamente como había vivido. Era e año 1170. Fue sepultado en el cementerio de San Andrés y allí permaneció 40 años, conservándose incorrupto y “exhalando suavisimo olor”, dice la Bula de la canonización, que promovió el rey Felipe III, el cual sanó gracias a la intercesión del santo. Fue beatificado por el papa Paulo V y tres años después, el 12 de mayo de 1622, Gregorio XV lo canonizó, junto a Felipe Neri.
Sus restos se veneran en la Colegiata de San Isidro de Madrid, en urna de plata que costeó el gremio de plateros. La Villa lo tiene como patrón. Su fiesta se celebra el 15 de mayo.
San Isidro, aguafuerte de Francisco de Goya.
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