La metáfora no es algo falso. Es una comparación entre dos realidades, una desconocida o difícil de expresar y otra más asequible y fácil de entender, para lograr hacerse una idea aproximada de la primera a partir de la segunda.
Cuando, para referirnos a la Ascensión del Señor, utilizamos términos como “subió a los cielos” o “está sentado a la derecha del Padre”, estamos empleando metáforas que ayudan a dar un contenido a nuestra fe. Porque la fe quiere comprender, precisamente porque se refiere a realidades decisivas en las que está en juego la vida humana.
Tomás de Aquino, en su Comentario al Símbolo de los Apóstoles, dice: “el término ‘derecha’ no se aplica a Dios en el sentido material, sino metafórico”. Lo que se pretende decir con este término es que Jesús es igual al Padre, y que con su ascensión ha alcanzado el mayor de todos los bienes, que es la vida con Dios. Sto. Tomás añade que esto de alcanzar el mayor de todos los bienes va dirigido contra el diablo, que según el profeta Isaías (Is 14,13) quiere poner su trono por encima de las estrellas de Dios y asemejarse al Altísimo. Ahora bien, dice nuestro autor, “esto no se cumplió sino en Cristo”.
Ahora que estamos llegando al final del tiempo pascual, vale la pena notar que la Pascua, clave y centro de la fe, punto de partida cronológico y teológico de la fe cristiana, es un acontecimiento de una riqueza tal, que es imposible describirlo con una sola imagen. Por eso celebramos el misterio pascual durante cincuenta días, y luego prolongamos esta celebración cada domingo.
Se trata de un acontecimiento único, aunque nosotros, para entenderlo mejor, lo celebremos por etapas. Dicho de otra manera: Viernes Santo, Pascua, Ascensión y Pentecostés son la misma realidad.
Se puede hablar de cuatro momentos pero más bien son distintas perspectivas del mismo acontecimiento. ¿Cuándo sube Jesús al cielo, cuándo entra en el mundo de Dios para nunca más morir? El día de su resurrección. La resurrección es la subida de Jesús al cielo. Y desde el cielo asegura la perenne efusión del Espíritu, que él entregó el día de su Crucifixión: al morir, dice el evangelio de Juan, entregó su espíritu. Y al morir, ¿qué ocurrió? Pues eso, que Dios le acogió para siempre en su seno.
La unidad entre resurrección y exaltación, notificada en casi todos los escritos del Nuevo Testamento, parece haberse roto en Lucas, que entre resurrección y ascensión intercala un tiempo (simbólico) de cuarenta días. Este relato es el que más ha influido en las concepciones corrientes de la fe. Pero esto no debe hacernos perder de vista el sentido teológico de la ascensión, a saber: el ser de Jesús con Dios y el nuevo modo de estar con nosotros desde Dios.
Fuente: http://nihilobstat.dominicos.org
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