Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Este domingo celebramos la fiesta de Pentecostés, el cumpleaños de la Iglesia. Pentecostés era una fiesta con sentido agrícola, conocida también como "fiesta de las semanas" pues se celebraba siete semanas después de la fiesta de la Pascua y señalaba el fin de la cosecha. Tenía, pues, también un sentido de fin y de comienzo.
Para nosotros, los cristianos, tiene también, no ya un aspecto agrícola, sino más bien religioso, y eso sí, vemos el fin de algo y el comienzo de una nueva era, de una nueva etapa de la acción de Dios. El ruido, las ráfagas de viento, las lenguas de fuego nos recuerdan teofanías, visiones, manifestaciones extraordinarias de Dios en el Antiguo Testamento.
Las lecturas de hoy nos presentan dos relatos de cómo los apóstoles recibieron el Espíritu Santo: uno lo encontramos en la primera lectura (Hch) y el segundo en el evangelio, si tomamos la opción de leer Jn 20,19-23.
San Lucas nos describe, en la primera lectura, el comienzo oficial, podríamos decir, de la Iglesia. Vemos cómo la comunidad fortalecida y guiada por el Espíritu Santo da comienzo a su misión, la misión de proclamar el evangelio de Cristo con miras universales, todo el evangelio a toda la gente.
El aliento de Dios (Ruah), lo vemos en comienzos de eventos importantes: por el aliento de Dios el muñeco de barro adquiere vida; por el mismo aliento los huesos del sueño de Ezequías se cubren de carne; la ráfaga de viento trae el Espíritu a los apóstoles reunidos el día de Pentecostés (1º lectura) y cuando Jesús “sopló sobre ellos, recibieron el Espíritu Santo” (evangelio).
Dios es el origen de la vida. Dios da sentido a la vida. La ciencia y la tecnología de hoy parecen buscar cómo prolongar la vida, cómo hacerla más cómoda, incluso cómo hacerla más llevadera y menos penosa. Sin embargo, me da la impresión, que no hay tanto empeño, ni tanta energía en buscar cómo dar sentido a la vida.
En los laboratorios se gastan millones y millones, cantidades astronómicas de dinero para descubrir el origen de la vida, la química de la vida, pero no estamos profundizando en el “sentido” de la vida. Parece, como alguien ha señalado, que la humanidad actual “tiene una cabeza demasiado grande para su alma”. En su libro Dios a la Vista, el P. Javier Gafo, SJ, q.e.p.d., escribió: “Al escuchar muchos de los datos que recibimos estos días, ¿no tenemos la impresión de que es verdad que la humanidad actual es un gigantesco laboratorio al que le falta humanidad?”
Jesús vino para “que tuviéramos vida en abundancia”. El Espíritu nos llena de todo lo que necesitamos para vivir la vida a plenitud. La venida del Espíritu nos reta a incrementar y profundizar nuestra relación fraterna con los demás, pues por su poder hace que nos entendamos, a pesar de nuestras diferencias lingüísticas y culturales. El Espíritu Santo es la fuerza que vence al pecado y establece la fraternidad.
Jesús “al exhalar su aliento sobre los discípulos” les dio una nueva vida. Su presencia fue motivo de alegría para todos ellos. Su saludo (deseo) para todos ellos fue el de la paz y el encargo que les dio, fue el imitarle en su misión: el Padre lo había enviado a Él, Él ahora los envía para que sean sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y el resto del mundo. Una vez más vemos a Jesús invitándonos a la universalidad, por eso toda aquella gente venida de lugares tan dispersos como Mesopotamia, Judea, Capadocia, Ponto, Asia, Frigia, Panfilia, Egipto e incluso Roma entendían en su propio idioma lo que se decía acerca de las maravillas de Dios.
Cuando Dios baja al hombre, el hombre se encuentra a sí mismo. Cuando el hombre se busca a sí mismo sin contar con Dios, pierde el Camino, no se deja guiar por la Verdad y no da con la Vida.
Ese Espíritu también está hoy con nosotros, así lo prometió el Señor: "...y yo rogaré al Padre, dijo Jesús, y les dará otro Defensor (Él es el primero) que permanecerá siempre con ustedes". ¿Estamos respondiendo con fidelidad al Espíritu?
"¡Ven Espíritu Santo: llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor!
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