Lucas 9,46-50
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Enseñanza sobre la humildad y la tolerancia"
La página evangélica que nos propone hoy la liturgia recuerda dos actitudes de fraternidad que nos recuerda la sencillez con la que san Francisco vivía el Evangelio.
La primera de esas actitudes, contraria a la ambición, es la humildad (cf. vv.46-48). La otra es la tolerancia (cf. vv.49ss). Los apóstoles se muestran sensibles a este problema. Jesús, en efecto, habla a menudo de él en el evangelio. Ambas actitudes subrayan la necesidad de superar tanto la vanidad de los grandes, que aspiran a los títulos y a los grados de dignidad, como el orgullo de pertenecer a un grupo.
— La humildad
La primera actitud se ocupa de la vida interna de la comunidad. Parece natural que, siguiendo la mentalidad mundana, ocupen los primeros puestos de la comunidad aquellos que se distinguen por sus dotes o por su sentido de la responsabilidad a la hora de administrar los servicios comunitarios. Por otra parte, también es natural en el hombre el deseo de sobresalir. Esa es la razón de que los apóstoles se dejen arrastrar a discusiones interesadas (cf. también 22,24-27).
Discuten sobre el puesto que ocupan y sobre quién de ellos es el más importante. Pero Jesús no piensa como ellos. Coge a un niño y lo pone junto a sí, en el centro, en el puesto de mayor dignidad. Su respuesta es bien precisa: «El más pequeño entre vosotros es el más importante» (v. 48b). Sólo el que es pequeño es “importante”, porque el pobre tiene necesidad de los otros, no tiene libertad de acción, es inútil. El niño es el símbolo del discípulo último y pobre. Pero es también la imagen de Jesús, que se abandona en actitud de adoración en brazos del Padre. Por eso dice aún Jesús: «El que acoge a este niño en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado» (v.48a).
— La tolerancia
La segunda actitud del evangelio nos presenta otra característica de la fraternidad evangélica: la tolerancia. «Maestro, hemos visto a uno expulsar demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no pertenece a nuestro grupo» (v.49).
Jesús no es de este parecer: «No se lo prohibáis» (v. 50). Al contrario, invita a los suyos a abrir el corazón y el espíritu, a ser tolerantes. Dios envía a los que quiere a anunciar su Palabra. No es preciso pertenecer al grupo de Jesús o ser importante para hablar de él. Lo que cuenta no es la persona que habla; lo que cuenta es que se anuncie el Evangelio. Dios es rico: dispone de muchos modos para hablar al hombre.
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Enseñanza sobre la humildad y la tolerancia"
La página evangélica que nos propone hoy la liturgia recuerda dos actitudes de fraternidad que nos recuerda la sencillez con la que san Francisco vivía el Evangelio.
La primera de esas actitudes, contraria a la ambición, es la humildad (cf. vv.46-48). La otra es la tolerancia (cf. vv.49ss). Los apóstoles se muestran sensibles a este problema. Jesús, en efecto, habla a menudo de él en el evangelio. Ambas actitudes subrayan la necesidad de superar tanto la vanidad de los grandes, que aspiran a los títulos y a los grados de dignidad, como el orgullo de pertenecer a un grupo.
— La humildad
La primera actitud se ocupa de la vida interna de la comunidad. Parece natural que, siguiendo la mentalidad mundana, ocupen los primeros puestos de la comunidad aquellos que se distinguen por sus dotes o por su sentido de la responsabilidad a la hora de administrar los servicios comunitarios. Por otra parte, también es natural en el hombre el deseo de sobresalir. Esa es la razón de que los apóstoles se dejen arrastrar a discusiones interesadas (cf. también 22,24-27).
Discuten sobre el puesto que ocupan y sobre quién de ellos es el más importante. Pero Jesús no piensa como ellos. Coge a un niño y lo pone junto a sí, en el centro, en el puesto de mayor dignidad. Su respuesta es bien precisa: «El más pequeño entre vosotros es el más importante» (v. 48b). Sólo el que es pequeño es “importante”, porque el pobre tiene necesidad de los otros, no tiene libertad de acción, es inútil. El niño es el símbolo del discípulo último y pobre. Pero es también la imagen de Jesús, que se abandona en actitud de adoración en brazos del Padre. Por eso dice aún Jesús: «El que acoge a este niño en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado» (v.48a).
— La tolerancia
La segunda actitud del evangelio nos presenta otra característica de la fraternidad evangélica: la tolerancia. «Maestro, hemos visto a uno expulsar demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no pertenece a nuestro grupo» (v.49).
Jesús no es de este parecer: «No se lo prohibáis» (v. 50). Al contrario, invita a los suyos a abrir el corazón y el espíritu, a ser tolerantes. Dios envía a los que quiere a anunciar su Palabra. No es preciso pertenecer al grupo de Jesús o ser importante para hablar de él. Lo que cuenta no es la persona que habla; lo que cuenta es que se anuncie el Evangelio. Dios es rico: dispone de muchos modos para hablar al hombre.
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