Lucas 9,46-50
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Orgullo personal y de grupo"
El narcisismo o vivir pendiente de la propia vida es un peligro que acecha a las comunidades eclesiales. Esto tenía atrapado al grupo apostólico. Jesús les ha hecho el segundo anuncio de su martirio pero ellos siguen obcecados, discutiendo sobre sus preferencias y comidos por los celos de quien no pertenece al grupo y echa demonios en nombre de Jesús.
El pasaje tiene dos partes: la aclaración sobre quién es el más importante en la comunidad y qué decir ante quien expulsa los demonios sin ser de los “nuestros”. En el fondo es la misma cuestión: el orgullo personal o de grupo.
A la segunda cuestión Jesús responde que lo que importa es la liberación de la persona; quien colabora en nuestra tarea es de los “nuestros”.
- Reflejo de la comunidad y de la sociedad
Los mensajes responden a las situaciones de las comunidades a las que Lucas dirige su evangelio. Vemos que empieza a brotar en ellas el espíritu rabínico y farisaico. Los jerarcas empiezan a darse excesiva importancia y a considerar la autoridad como un privilegio y no como un servicio. Para atajarlo, Lucas evoca la actitud y el mensaje de Jesús.
En la sociedad civil los más importantes son los que destacan por sus cualidades o por la responsabilidad de las funciones que desarrollan. Por eso, los apóstoles discutían sobre el puesto e importancia del mayor, como ocurre todavía con demasiada frecuencia, por desgracia. Para Jesús, en cambio, la lógica es otra.
- El más pequeño es el más importante
Jesús responde a esta cuestión con estilo profético y con un gesto pedagógico: coge de la mano a un niño, lo pone a su lado y les dice: “El más pequeño es el más importante; el que lo acoge, me acoge a mí”. El mayor y más valioso es simplemente el más necesitado, el más indefenso, el más pobre, el perdido, simbolizados en el indigente que es el niño.
El niño no es el más importante por sus valores, su inocencia o su ternura. Es importante porque está necesitado de los otros y no puede resolver la vida por sí mismo. Ellos han sido el centro de atención de Jesús y han de seguir siéndolo en sus comunidades eclesiales.
Como Jesús, la Iglesia no está para ser servida, ni para ser el centro de atención, sino “para servir” (Mt 20,28) a los más necesitados de dentro y de fuera; exactamente como ocurre en toda familia en la que reina la armonía y el afecto: el centro de sus preocupaciones es el niño, el anciano desvalido, el deficiente.
En cualquier asociación humana, el más importante es el que le da ganancia o prestigio, el eficiente; sin embargo, fiel a Jesús, san Vicente de Paúl hablaba de “nuestros señores, los pobres”.
Jesús agrega que es verdaderamente grande el que se hace pequeño para servir a los pequeños, aquel que, disponiendo de recursos para buscar sus ventajas y lograr el éxito y las comodidades, sin embargo, renuncie a sus intereses para servir a los demás, sobre todo a los “pequeños”.
Jesús pone de relieve que este servicio a los pobres, enfermos, humildes y necesitados, lejos de ser una carga, es un privilegio: “El que acoge a este niño (a toda persona desprotegida y débil) me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado”. Es lo mismo que recoge Mateo: “Cada vez que disteis de comer, acogisteis o visitasteis a uno de mis hermanos más humildes, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
El discípulo de Jesús ha de vivir este misterio con una actitud mística, como lo viven los santos. Esta mística consiste en servir a los humildes como un encuentro con el Señor en ellos, como un honor que no nos merecemos.
En aquel tiempo, los discípulos se pusieron a discutir quién era el más importante. Jesús, adivinando lo que pensaban, cogió de la mano a un niño, lo puso a su lado y les dijo: «El que acoge a este niño en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí acoge al que me ha enviado. El más pequeño de vosotros es el más importante.» Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir.» Jesús le respondió: «No se lo impidáis; el que no está contra vosotros está a favor vuestro.»
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Orgullo personal y de grupo"
El narcisismo o vivir pendiente de la propia vida es un peligro que acecha a las comunidades eclesiales. Esto tenía atrapado al grupo apostólico. Jesús les ha hecho el segundo anuncio de su martirio pero ellos siguen obcecados, discutiendo sobre sus preferencias y comidos por los celos de quien no pertenece al grupo y echa demonios en nombre de Jesús.
El pasaje tiene dos partes: la aclaración sobre quién es el más importante en la comunidad y qué decir ante quien expulsa los demonios sin ser de los “nuestros”. En el fondo es la misma cuestión: el orgullo personal o de grupo.
A la segunda cuestión Jesús responde que lo que importa es la liberación de la persona; quien colabora en nuestra tarea es de los “nuestros”.
- Reflejo de la comunidad y de la sociedad
Los mensajes responden a las situaciones de las comunidades a las que Lucas dirige su evangelio. Vemos que empieza a brotar en ellas el espíritu rabínico y farisaico. Los jerarcas empiezan a darse excesiva importancia y a considerar la autoridad como un privilegio y no como un servicio. Para atajarlo, Lucas evoca la actitud y el mensaje de Jesús.
En la sociedad civil los más importantes son los que destacan por sus cualidades o por la responsabilidad de las funciones que desarrollan. Por eso, los apóstoles discutían sobre el puesto e importancia del mayor, como ocurre todavía con demasiada frecuencia, por desgracia. Para Jesús, en cambio, la lógica es otra.
- El más pequeño es el más importante
Jesús responde a esta cuestión con estilo profético y con un gesto pedagógico: coge de la mano a un niño, lo pone a su lado y les dice: “El más pequeño es el más importante; el que lo acoge, me acoge a mí”. El mayor y más valioso es simplemente el más necesitado, el más indefenso, el más pobre, el perdido, simbolizados en el indigente que es el niño.
El niño no es el más importante por sus valores, su inocencia o su ternura. Es importante porque está necesitado de los otros y no puede resolver la vida por sí mismo. Ellos han sido el centro de atención de Jesús y han de seguir siéndolo en sus comunidades eclesiales.
Como Jesús, la Iglesia no está para ser servida, ni para ser el centro de atención, sino “para servir” (Mt 20,28) a los más necesitados de dentro y de fuera; exactamente como ocurre en toda familia en la que reina la armonía y el afecto: el centro de sus preocupaciones es el niño, el anciano desvalido, el deficiente.
En cualquier asociación humana, el más importante es el que le da ganancia o prestigio, el eficiente; sin embargo, fiel a Jesús, san Vicente de Paúl hablaba de “nuestros señores, los pobres”.
Jesús agrega que es verdaderamente grande el que se hace pequeño para servir a los pequeños, aquel que, disponiendo de recursos para buscar sus ventajas y lograr el éxito y las comodidades, sin embargo, renuncie a sus intereses para servir a los demás, sobre todo a los “pequeños”.
Jesús pone de relieve que este servicio a los pobres, enfermos, humildes y necesitados, lejos de ser una carga, es un privilegio: “El que acoge a este niño (a toda persona desprotegida y débil) me acoge a mí; y el que me acoge a mí, acoge al que me ha enviado”. Es lo mismo que recoge Mateo: “Cada vez que disteis de comer, acogisteis o visitasteis a uno de mis hermanos más humildes, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).
El discípulo de Jesús ha de vivir este misterio con una actitud mística, como lo viven los santos. Esta mística consiste en servir a los humildes como un encuentro con el Señor en ellos, como un honor que no nos merecemos.
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