sábado, 19 de noviembre de 2022

Lucas 23,35-43, por M. Dolors Gaja, MN



Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo:
— Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.
También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre  y le decían:
— Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!»
Había encima de él una inscripción: Este es el rey de los judíos. Uno de los malhechores colgados le insultaba:
— ¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!
Pero el otro le increpó:
— ¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio éste nada malo ha hecho.
Y decía:
— Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.
Jesús le dijo:
— Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Comentario de M. Dolors Gaja, MN

Termina el año litúrgico. No sabemos lo qué es el tiempo aunque vivamos supeditados e inmersos en él pero toda civilización ha sentido la necesidad de “organizar” su tiempo, fechar los acontecimientos y situarse, aunque sea arbitrariamente, en el espacio temporal que vive. Por eso tenemos varios calendarios: existe el calendario civil, que en Occidente fue instaurado por Julio César y ajustado por el papa Gregorio XIII en 1582: por él sabemos que estamos en 2013. Existe también el calendario escolar, que suele ir de septiembre a junio en Europa. Y puede haber muchos más. Pero estas divisiones de tiempo son arbitrarias y, sobre todo, vacías de contenido. En cambio el calendario litúrgico que va de Adviento a la fiesta de Cristo Rey es un calendario para la reflexión y catequesis, para la vivencia de la fe. Que yo sepa, el único calendario con un sentido interno: seguir en nuestro día a día, la vida de Cristo.

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por Pío XI el 11 de diciembre de 1925. Es una fiesta nueva, por tanto. No creo que hoy, en plena decadencia las monarquías europeas y desconocidas en gran parte del mundo, se diera a esta fiesta el mismo nombre. Lo que el papa quiso hacer es invitar a todos los cristianos a reconocer la soberanía de Cristo. Él es centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin.

Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

El texto

En esas paradojas a las que los cristianos nos hemos acostumbrado, para hablar de Cristo Rey leemos el texto de Cristo Crucificado. Y aunque cierre el año, se me ocurre que sería bueno imaginar que es el principio y que Cristo en la Cruz recuerda, como en un flash back de película, toda su vida; cómo lo anunciaron los profetas, cómo su madre recibió el anuncio, su nacimiento, la huida a Egipto, su vida en Nazaret, el milagro en Caná…la elección de amigos, las multitudes que le seguían, las parábolas, los primeros enfrentamientos…la traición…y la cruz. Y en ese camino, que vuelve a empezar, te pide compañía. No te promete una realeza de gloria y pompa humana sino una realeza oculta que pasa por la cruz, que tiene en la cruz su trono.

Fijémonos en las distintas posturas: el pueblo mira. Las autoridades se burlan. Un malhechor se rebela; otro ora con la más bella y simple oración: "Jesús, acuérdate de mí".

¿Qué actitud tengo yo en ese camino de la fe? “Miro”, asisto pasivamente a las celebraciones que el calendario va marcando, ¿“miro” sin conmoverme por dentro ni cambiar?; ¿sonrío con escepticismo cuando la Iglesia me invita a pedir perdón, me río de sus propuestas?  ¿Rechazo abiertamente lo que me dice, me rebelo con Dios? O sé orar desde mis pobres palabras como el “buen ladrón”?

El hoy

A Lucas le gusta subrayar el “hoy” en muchos textos. Porque la Gracia es hoy, no mañana, la Salvación es hoy, no ayer. Y hoy, desde mi cocina, mi oficina, mi cama de enfermo, mi soledad de anciano, mi monasterio, mi clase, mi taller…hoy puedo estrenar Paraíso.

Creo que deberíamos recuperar el término “paraíso” porque no entraña, como cielo, un lugar por encima de nuestras cabezas. En su origen Paraíso significa jardín. Pero Paraíso es estar con Jesús. Paraíso puede ser hoy.

Para ello hay que atreverse a vivir la realeza oculta de Jesús: una realeza de servicio y entrega, una realeza de amor donde el “Rey” se pone delantal para lavar los pies.

Quedémonos con la oración del llamado “Dimas” y digámosle a Jesús: acuérdate de mí.

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