En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado. Si tu hermano te ofende, repréndelo; si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: "Lo siento", lo perdonarás.» Los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor contestó: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: "Arráncate de raíz y plántate en el mar." Y os obedecería.»
Comentario de Julio González, SF:
"Tropezar es inevitable"
Los tropiezos, las caídas, las debilidades, la tentación, son inevitables, pero "¡ay del que los provoca!" Con una profunda sensibilidad espiritual y social, el Señor da pie a que distingamos entre el escándalo y el que lo provoca ("Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca!") Este detalle es importante porque muchos decimos que no hacemos nada malo y, sin embargo, alguien podría decirnos que nuestro estilo de vida no tiene en cuenta a millones de personas que quisieran vivir en "la normalidad" que vivimos nosotros; lo cual, también es motivo de escándalo.
Por otra parte, algunas veces esperamos a que sean los otros los que se equivoquen. El fracaso de los demás nos produce cierto alivio porque de esta manera podemos justificar nuestro silencio y pasividad. El silencio y la pasividad también tienen su lado oscuro.
La envidia, el orgullo, los complejos, están en el corazón de todas las personas. Estos sentimientos nos han de ayudar a reconocer nuestras infidelidades: nuestra incapacidad para amar y para dejarnos amar. Sin embargo, místicos y santos no sienten el pecado como algo absolutamente negativo sino como una oportunidad para conocerse mejor: "Béndito sea mi pecado, mis debilidades y caídas, si me ayudan a ver que no soy tan bueno como me creía".
Jesús presenta el pecado a sus discípulos como una ocasión para el arrepentimiento y el perdón, no para que nos condenemos unos a otros. Esto es debido a que sin pecar y sin arrepentirnos no podemos llegar a ser la persona, la familia, la comunidad y la Iglesia, que estamos llamados a ser; por eso, los discípulos de Jesús no deberíamos escandalizarnos del pecador sino del modo como reaccionamos ante el pecado, el nuestro y el de los demás.
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