El sentido de la palabra Adán
El término “Adán” está extendido en la Biblia y ofrece una amplia gama de significados. Cuando un judío pronunciaba esta palabra, estaba lejos de pensar ante todo en el primer hombre. Fuera del relato de la creación, en el que la expresión es ambigua, Adán sólo designa con certeza al primer hombre en cuatro pasajes de la Biblia: Gen 4,1.25; 5,1.3ss; Tob 8,6.
Habitualmente, se traduce el término por “hombre” en general (Job 14,1), las “gentes” (Is 6,12), “alguien” (Ecl 2,12), “uno” (Zac 13,5), “nadie” (1Re 8,46; Sal 105,14), “ser humano” (Os 11,4; Sal 94,11). El sentido colectivo domina en la utilización del término.
Hijo de Adán
Lo mismo se puede decir de la expresión “hijo de Adán”, que no se refiere nunca a un descendiente del individuo Adán, sino que es un paralelo de “hombre” (Job 25,6; Sal 8,5), o designa a una persona (Jer 49,18.33), o a una colectividad (Prov 8,31 Sal 45,3; 1Re 8,39.42).
Utilizada en contraste con “Dios”, la expresión subraya —al igual que el término «carne»—, la condición perecedera y débil de la humanidad: «Desde lo alto de los cielos mira Yahveh y ve a todos los hijos de Adán» (Sal 33,13 Gen 11,5 Sal 36,8; Jer 32,19). Los «hijos de Adán» son, pues, los humanos según su condición terrenal.
Etimología de la palabra Adán
Esto viene insinuado por la etimología popular de la palabra, que la hace derivar de “adamah = suelo, tierra”; por tanto, Adán es el terroso, el que fue hecho del polvo de la tierra.
Alcance teológico de Adán
La semántica de la palabra Adán nos prepara para conocer su alcance teológico: no podemos contentarnos con ver en el primer Adán un individuo de tantos. Esto indica el sorprendente paso del singular al plural en la palabra de Dios creador: “Hagamos a Adán a nuestra imagen...” (Gen 1,26).
Los tres primeros capítulos del Génesis son como un prólogo al Pentateuco. Pero no tienen una sola procedencia; fueron escritos en dos tiempos y por dos redactores sucesivos, el yahvista (Gen 2-3) y el sacerdotal (Gen 1).
Sorprende comprobar que estos relatos no dejaron la menor huella en la literatura hasta el siglo II antes de J.C. Entonces, se vuelve a estos episodios para explicar la causa de la muerte del hombre: el Eclesiástico denuncia a la mujer (Eclo 25,24), y el Libro de la Sabiduría, al diablo (Sab 2,24).
La creencia en la universalidad del pecado se afirma cada vez más. Es la condición adámica descrita por el salmista: “Pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). En otro lugar se describe al hombre como un ser maravilloso, algo así como un ángel, colocado en el huerto de Dios y caído por un pecado de soberbia (Ez 28,13-19; Gen 2,10-15; 3,22s).
Un Dios alfarero plasma al hombre (Jer 1,5; Is 45,9; Gen 2,7), él mismo lo hace retornar al polvo (Sal 90,3; Gen 3,19). “¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, o el hijo del hombre para que te acuerdes de él? Le has hecho poco menor que Dios; le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos, todo lo has puesto debajo de sus pies” (Sal 8,5ss Gen 1,26ss 2,19s)
Después del pecado, Dios no solo aparece como el Señor (Ez 28,13s Gen 10-14) que destrona al soberbio y le hace volver a sus modestos orígenes (Ez 28,16-19 Gen 3,23s), sino que es también el Dios paciente que educa lentamente a su hijo (Os 11,3s; Ez 16; Gen 2,8; 3,21).
Los profetas anunciaron un fin de los tiempos semejante al antiguo paraíso (Os 2,20; Is 11,6-9); quedará suprimida la muerte (Is 25,8; Dan 12,2; Gen 3,15), e incluso un misterioso Hijo del hombre de naturaleza celeste aparecerá vencedor sobre las nubes (Dan 7,13s).
Adán, nuestro antepasado
En una primera reflexión sobre la condición humana, el redactor yahvista, convencido de que Adán incluye a todos sus descendientes, anuncia que un dia todos los hombres serán redimidos. El redacrtor sacerdotal (Gen 1), por su parte, revela que el hombre ha sido creado a imagen de Dios; posteriormente, con la ayuda de las genealogías (Gen 5,10), muestra que todos los hombres (más allá de Israel) forman una unidad: el género humano.
Hacia una teología del nuevo Adán
El Nuevo Testamento asume la teología del Antiguo Testamento al enseñar que todos los hombres descienden de Adán (Hechos 17,26), o que los primeros padres son el prototipo de la pareja conyugal (Mt 19,4ss 1Tim 2,13s) que debe ser restaurada en la humanidad nueva.
La novedad del Nuevo Testamento reside en la presentación de Jesucristo como el nuevo Adán. Los apócrifos, habían atraído la atención hacia la recapitulación de todos los hombres pecadores en Adán; Jesús mismo se había presentado como el Hijo del hombre, queriendo mostrar que era de la raza humana y que debía cumplir la profecía de Daniel.
San Lucas hace una primera tentativa de comparación de Jesús con Adán: el que acaba de triunfar de la tentación es “hijo de Adán, hijo de Dios»” (Lc 3,38), verdadero Adán, que resistió al tentador.
Se puede reconocer también en un himno paulino (Flp 2,6-11) el contraste intencionado entre Adán, que quiso apoderarse de la condición divina, y Jesús, que no la retuvo ambiciosamente.
El último y verdadero Adán
1Cor 15,45-49 opone vivamente los dos tipos según los cuales estamos constituidos; el primer hombre, Adán, fue hecho alma viva, terrena, psíquica; “el último Adán es un espíritu que da la vida”, pues es celestial, espiritual. A la escena de los origenes corresponde la escena del fin de los tiempos, pero un abismo separa la segunda creación de la primera, lo espiritual de lo carnal, lo celestial de lo terrenal.
En Rom 5,12-21, Pablo dice que Adán era “la figura del que debía venir”. Apoyándose en la convicción de que el acto del primer Adán tuvo un efecto universal, la muerte (1Cor 15,21s) llama a la acción redentora de Cristo, segundo Adán. Pero muestra las diferencias: en Adán, la desobediencia, la condenación y la muerte; en Jesucristo, la obediencia, la justificación y la vida. Además, por Adán entré el pecado en el mundo; por Cristo, sobreabundó la gracia, cuya fuente es él mismo.
Finalmente, la unión fecunda de Adán y de Eva anunciaba la unión de Cristo y de la Iglesia; ésta, a su vez, viene a ser el misterio en que se funda el matrimonio cristiano (Ef 5,25-33 1Cor 6,16).
El cristiano y el doble Adán
El cristiano, hijo de Adán por su nacimiento y renacido en Cristo por su fe, conserva una relación doble con el primero y el último Adán. El relato de los origenes, lejos de invitar al hombre a disculparse con el primer pecador, enseña a cada uno que Adán es él mismo, con su fragilidad, su pecado y su deber de despojarse del hombre viejo, según la expresión de san Pablo Ef 4,22s Col 3,9s.
Y esto para «revestirse de Jesucristo, el hombre nuevo»; así su destino entero se inserta en el drama del doble Adán. O más bien halla en Cristo al hombre por excelencia: según el comentario que del Sal 8,5ss hace Heb 2,5-9, el que provisionalmente fue colocado por debajo de los ángeles para merecer la salvación de todos los hombres, recibió la gloria prometida al verdadero Adán.