sábado, 22 de octubre de 2022

Apeles y la evolución del Marcionismo

Un discípulo de Marción, Apeles, dio un nuevo impulso a sus doctrinas, pero modificándolas. Rechazó el principio dualista del gnosticísmo, afirmando que la creación había sido obra de un ángel caído y no del demiurgo, a quien identificaba con el Dios judío del Antiguo Testamento. 

Creía en la preexistencia de las almas, considerando que habían sido encerradas en un cuerpo al ser arrojadas al mundo material, salvo en el caso de Cristo que por su condición celestial no fue éste el que estuvo en el mundo terrenal sino su apariencia.

Apeles, rico en fama y fortuna, pasó de Alejandría a Roma, donde presentó como virgen y profetisa (clarividente) a Filomena, una meretriz aficionada a la magia que le acompañaba, y que afirmaba tener visiones de Cristo y san Pablo, que se le aparecían como niños. Tertuliano dice que Filomena en realidad era una prostituta, y acusa a Apeles de impureza, pero Rodón, que había conocido a Apeles, se refiere a él como “venerable en conducta y edad”

Tertuliano a menudo lo ataca en sus escritos ("De Præscr.," LXVII; "Adv. Marc.", III, g.11,IV,17) e incluso escribió una obra contra él, "Adversus Apelleiacos", que desafortunadamente se perdió, aunque san Hipólito y san Agustín la conocieron. 

Apeles escribió las Revelaciones en las que cuenta las visiones proféticas de Filomena, y los Silogismos —Syllogismoi— para probar la no confiabilidad del Antiguo Testamento, de la cual Orígenes cita un fragmento característico (In Gen., II, ii).

El marcionismo fue desviándose de las ideas de su fundador hacia el gnosticismo. El creador de Marción o Dios judío, era una concepción demasiado inconsistente e ilógica: un dios independiente inferior al Dios bueno; él dios creador era justo pero no era bueno; había creado a los hombres y no les había hecho mal, y aun así ellos no tenían que servirle ni rendirle culto. 

Los seguidores de Marción —Sisneros, Lucano—  trataron de ser más lógicos y postularon tres principios: bueno, justo y malvado, oponiendo los primeros dos al último; o un principio, el dios justo como una mera creación del Dios bueno.

Tertuliano (De Resur., Carn., II) dice que Lucano superó a Marción al negar la resurrección no sólo del cuerpo, sino también del alma, y al admitir sólo la resurrección de algún tertium quid (pneuma como opuesto al psyche). Tertuliano dice que tenía en mente la enseñanza de Lucano cuando escribió su “De Anima”. Es posible que Lucano enseñase la transmigración de las almas; según Epifanio, algunos marcionitas de su época afirmaban eso.

Los marcionitas diferían de los cristianos gnósticos en que ellos consideraban ilegal negar su religión en tiempos de persecución, compitiendo con los católicos en derramar su sangre por el nombre de Cristo. Los mártires marcionitas son mencionados frecuentemente en la “Historia de la Iglesia” de Eusebio (IV.15; IV.46; V.16; V.21; VII.12). Su número e influencia parece haber sido menor en Occidente que en Oriente.

Epifanio testifica que en Oriente en 374 d.C. habían engañado a “un gran número de hombres” y que se hallaban “no sólo en Roma e Italia, sino en Egipto, Palestina, Arabia, Siria, Chipre, la Tebaida e incluso en Persia.” 

Teodoreto, obispo de Ciro en la Provincia del Éufrates de 423 a 458, en su carta a Domno, el patriarca de Antioquía, relata con orgullo haber convertido a un millar de marcionitas en su diócesis. No lejos de la diócesis de Teodoreto, cerca de Damasco, se encontró una inscripción de una iglesia marcionita, la cual mostraba que en 318-319 d.C. los marcionitas poseían libertad de culto. 

Constantino (Eusebio, "Vita", III, lxiv) prohibió el culto público y privado del marcionismo. Aunque sus adversarios a veces los tenían por maniqueos (su adopción de los principios maniqueos es innegable), según Petro Sículo, quien vivió entre los paulicianos (868-869) en Tribike, su fundador, Constantino el Armenio, aceptó el evangelio de Marción y el Apostolicón, entregándoselos a sus seguidores, quienes lo tuvieron como su Biblia y repudiaron todos los escritos de Manes. 

La refutación del marcionismo por el arcipreste armenio Eznic en el siglo V muestra que los marcionistas eran aún numerosos en Armenia para ese tiempo.



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