sábado, 22 de octubre de 2022

Lucas 18,9-14: La oración del exiliado, por Julio González, SF.



A algunos que, confiando en sí mismos, se creían justos y que despreciaban a los demás, Jesús les contó esta parábola:
- Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo, y el otro recaudador de impuestos. El fariseo se puso a orar consigo mismo: "Oh Dios, te doy gracias porque no soy como otros hombres —ladrones, malhechores, adúlteros— ni mucho menos como ese recaudador de impuestos. Ayuno dos veces a la semana y doy la décima parte de todo lo que recibo". En cambio, el recaudador de impuestos, que se había quedado a cierta distancia, ni siquiera se atrevía a alzar la vista al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: "¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!" Les digo que éste, y no aquél, volvió a su casa justificado ante Dios. Pues todo el que a sí mismo se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.

Comentario por Julio González SF
La oración del exiliado

Nuestra vida espiritual se alimenta de la oración, pero ¿cómo alimentamos nuestra oración? El evangelio de este domingo nos muestra que el fariseo alimentaba su oración con la autocomplacencia y la afirmación de sus criterios y valores: "Te doy gracias porque no soy como otros hombres, ni mucho menos como ese recaudador de impuestos..." Por eso, su oración es estéril, nos dice Jesús al final de la parábola.

Las personas a las que he preguntado esta semana "¿cómo alimentas tu oración?", me responden que alimentan su oración con el Padrenuestro y del Ave María. Les digo que no es suficiente... Pocas personas rezan el rosario contemplando los misterios de la vida de Jesús a través de la mirada de la madre, María. La mayoría rezamos estas oraciones como si estuviéramos recitando un mantra o para liberarnos de nuestros temores o para recibir una gracia. No, nuestra oración no debe alimentarse solamente con nuestros miedos y deseos.

El cristiano alimenta su oración de dos maneras diferentes, complementándose la una con la otra, como el pan y el vino de la Eucaristía. Por una parte, oramos con nuestra vida: con nuestras experiencias y emociones, ansiedades y dudas; por otra, buscamos comprender estas experiencias no solamente con nuestra lógica y razón sino dejando que el Espíritu de Dios transforme nuestra mirada en la suya. Para algunas personas esto es muy difícil. Como os decía el domingo pasado, ahí radica la diferencia entre la oración del niño/a, muy centrados en si mismos, y la oración de la persona espiritual, centrada en Dios.

Las tres lecturas de este domingo hacen hincapié en algo que a algunos puede molestar y perturbar: la oración de los débiles, los marginados, los "malos"..., es mas agradable a Dios que la oración de los justos y buenos. ¿Por qué?  

La respuesta es sencilla: el débil, el marginado, el condenado, está obligado a rezar con la mirada puesta más allá de sí mismo. Su vida es un desastre -un calvario- por eso, su oración es la oración del exiliado.

La oración del fariseo es una oración complaciente, es decir, se alimenta de la seguridad que le da su verdad y rectitud, por eso, no está abierto a ninguna transformación o cambio, los que deben cambiar son los demás. Pues bien, según Jesús, fue el recaudador de impuestos, no el fariseo, el que volvió a su casa justificado ante Dios.

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