La santidad hace obras maravillosas y sorprendentes. Hoy celebramos a San Enrique emperador. Dicho así parece normal porque también entre los reyes florece, a veces, la santidad, pero, teniendo en cuenta el ambiente en que creció y vivió este hombre, su santidad tiene un mérito excepcional.
Enrique era nieto de Carlomagno, pero, pasada la época dorada de la restauración llevada a cabo por su abuelo, Europa vive un tiempo de brutalidad y dejadez. El feudalismo está en pleno apogeo, la jerarquía eclesiástica está sumida en la corrupción como nunca se había visto y nuestro santo, hijo del duque de Baviera, Enrique el Batallador, tiene que vivir un montón de intrigas y luchas por el poder.
Perseguida la familia huye con sus padres aunque vuelven a recuperar el ducado que heredará a la muerte de su progenitor.
Finalmente por su conducta intachable será elegido emperador y se convertirá en el más grande apóstol de la paz y un gran promotor de la civilización occidental, colaborando con el Papa y los monjes de Cluny.
Él mismo convocó un concilio general en Fráncfort que pusiera fin a tantos abusos, procurando, después, hacer cumplir los acuerdos conseguidos.
Estaba casado con otra santa, Cunegunda. Murió el 13 de Julio de 1024, habiendo conseguido llegar a la santidad en medio de las guerras, odios y traiciones de aquel siglo.
Felicidades a los Enrique y a los que buscan la santidad en medio de las dificultades que nos presenta la vida.
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