A los queridos abuelos y abuelas de la archidiócesis de Madrid:
En este día de la celebración de los santos Joaquín y Ana, los padres de la Virgen María y abuelos del niño Jesús, me dirijo con todo afecto a todos y cada uno de vosotros.
Con mucho amor y esperanza, en su momento, afrontasteis la tarea de educar a vuestros hijos. Lo hicisteis tratando de darles lo mejor y también conscientes de que debía ser con rigor y exigencia, combinando todo ello con la justa dosis de flexibilidad y procurando ayudar a cada uno según su circunstancia y necesidad.
Ahora os toca la tarea de ver crecer a los hijos de vuestros hijos, y lo hacéis con otra ilusión diferente aunque igualmente maravillosa, que os colma de una satisfacción y un orgullo inimaginables y que nada ni nadie os podrán arrebatar.
Es verdad que las circunstancias han cambiado mucho, y que os toca abriros y entender la realidad presente, tan diferente a la vuestra cuando criabais a vuestros hijos. Ciertamente, vuestra responsabilidad con respecto a los nietos es otra y muy distinta a la de ser padres, pero no por ello menos importante y trascendente para la educación y el desarrollo de las nuevas generaciones.
Como dice el Papa Francisco, los abuelos sois «la sabiduría de la historia», «la memoria de un pueblo» y, junto con los niños, «la esperanza de cada pueblo». Así pues, tened muy claro que, aunque no sean conscientes de ello, vuestros nietos necesitan escucharos y aprender de vosotros, pues vosotros les conectáis con la vida, con la historia y con la realidad, que nos antecede y que da razón de lo que somos cada uno de nosotros. Y vosotros, por vuestra parte, necesitáis de vuestros nietos, que, casi sin daros cuenta, os conectan con el presente y os abren y os proyectan al futuro, al tiempo que fundan vuestra esperanza de que otro mundo, nuevo y diferente, es posible; y lo será si de verdad se aprende de la historia vivida y contada por nuestros mayores, y si nadie se enroca en su tiempo como si ya no pudiera existir nada más.
Ojalá que nunca se interrumpa esa cadena que une a las generaciones y que hace posible que todos –mayores, adultos, jóvenes y niños– nos sintamos protagonistas de una historia y de una vida que es común para todos, que nos trasciende a todos y a la que todos hemos de aportar nuestro granito de arena.
Si esto lo podemos decir en general, también lo podemos aterrizar para una cuestión tan importante como la transmisión de la fe. Nuestro Señor Jesucristo aprendió, humanamente hablando, a conocer al Padre desde el testimonio y gracias a la vida de piedad de sus padres terrenos, María y José. Pero podemos imaginar, sin temor a equivocarnos lo más mínimo, que en el hogar de Nazaret también estaban muy presentes Joaquín y Ana, los abuelos del Niño.
Como sabéis muy bien, vuestra tarea de abuelos no es, en ningún caso, suplantar a los padres, pero sí que ha de ser complementaria y en algunos casos podríamos decir que hasta supletoria. Contribuid, pues, en la medida de vuestras posibilidades, a crear, favorecer y cuidar el buen clima familiar; hacedlo con ese estilo, discreto y oportuno a la vez, propio de los padres de la Virgen María, y del que Ella dio tantas muestras, sobre todo, durante la vida pública de su Hijo Jesús. Ya sabéis, no es cuestión de hablar mucho y de estar en todas partes, sino de decir las palabras oportunas y a su tiempo, y de haceros presentes allí donde y cuando seáis necesarios, discreta y eficazmente. La siembra evangélica, hecha con ese espíritu, Dios la bendice siempre y la hace fructificar abundantemente; ¡no lo dudéis!
Os bendigo con todo cariño, y le pido a Nuestra Madre, la Virgen María a quien invocamos como Santa María de la Almudena, que cuide de vosotros y de vuestros hijos y nietos, como lo hizo de todos en el hogar de Nazaret; y que os conceda asimismo la gracia de imitar las virtudes de san Joaquín y santa Ana en el cuidado y la atención de vuestros hijos y nietos.
Con todo mi cariño y respeto,
+ Carlos Card. Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
En este día de la celebración de los santos Joaquín y Ana, los padres de la Virgen María y abuelos del niño Jesús, me dirijo con todo afecto a todos y cada uno de vosotros.
Con mucho amor y esperanza, en su momento, afrontasteis la tarea de educar a vuestros hijos. Lo hicisteis tratando de darles lo mejor y también conscientes de que debía ser con rigor y exigencia, combinando todo ello con la justa dosis de flexibilidad y procurando ayudar a cada uno según su circunstancia y necesidad.
Ahora os toca la tarea de ver crecer a los hijos de vuestros hijos, y lo hacéis con otra ilusión diferente aunque igualmente maravillosa, que os colma de una satisfacción y un orgullo inimaginables y que nada ni nadie os podrán arrebatar.
Es verdad que las circunstancias han cambiado mucho, y que os toca abriros y entender la realidad presente, tan diferente a la vuestra cuando criabais a vuestros hijos. Ciertamente, vuestra responsabilidad con respecto a los nietos es otra y muy distinta a la de ser padres, pero no por ello menos importante y trascendente para la educación y el desarrollo de las nuevas generaciones.
Como dice el Papa Francisco, los abuelos sois «la sabiduría de la historia», «la memoria de un pueblo» y, junto con los niños, «la esperanza de cada pueblo». Así pues, tened muy claro que, aunque no sean conscientes de ello, vuestros nietos necesitan escucharos y aprender de vosotros, pues vosotros les conectáis con la vida, con la historia y con la realidad, que nos antecede y que da razón de lo que somos cada uno de nosotros. Y vosotros, por vuestra parte, necesitáis de vuestros nietos, que, casi sin daros cuenta, os conectan con el presente y os abren y os proyectan al futuro, al tiempo que fundan vuestra esperanza de que otro mundo, nuevo y diferente, es posible; y lo será si de verdad se aprende de la historia vivida y contada por nuestros mayores, y si nadie se enroca en su tiempo como si ya no pudiera existir nada más.
Ojalá que nunca se interrumpa esa cadena que une a las generaciones y que hace posible que todos –mayores, adultos, jóvenes y niños– nos sintamos protagonistas de una historia y de una vida que es común para todos, que nos trasciende a todos y a la que todos hemos de aportar nuestro granito de arena.
Si esto lo podemos decir en general, también lo podemos aterrizar para una cuestión tan importante como la transmisión de la fe. Nuestro Señor Jesucristo aprendió, humanamente hablando, a conocer al Padre desde el testimonio y gracias a la vida de piedad de sus padres terrenos, María y José. Pero podemos imaginar, sin temor a equivocarnos lo más mínimo, que en el hogar de Nazaret también estaban muy presentes Joaquín y Ana, los abuelos del Niño.
Como sabéis muy bien, vuestra tarea de abuelos no es, en ningún caso, suplantar a los padres, pero sí que ha de ser complementaria y en algunos casos podríamos decir que hasta supletoria. Contribuid, pues, en la medida de vuestras posibilidades, a crear, favorecer y cuidar el buen clima familiar; hacedlo con ese estilo, discreto y oportuno a la vez, propio de los padres de la Virgen María, y del que Ella dio tantas muestras, sobre todo, durante la vida pública de su Hijo Jesús. Ya sabéis, no es cuestión de hablar mucho y de estar en todas partes, sino de decir las palabras oportunas y a su tiempo, y de haceros presentes allí donde y cuando seáis necesarios, discreta y eficazmente. La siembra evangélica, hecha con ese espíritu, Dios la bendice siempre y la hace fructificar abundantemente; ¡no lo dudéis!
Os bendigo con todo cariño, y le pido a Nuestra Madre, la Virgen María a quien invocamos como Santa María de la Almudena, que cuide de vosotros y de vuestros hijos y nietos, como lo hizo de todos en el hogar de Nazaret; y que os conceda asimismo la gracia de imitar las virtudes de san Joaquín y santa Ana en el cuidado y la atención de vuestros hijos y nietos.
Con todo mi cariño y respeto,
+ Carlos Card. Osoro Sierra
Arzobispo de Madrid
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