domingo, 23 de julio de 2017

Mateo 13,24-30: Prefiero una Iglesia que se ensucia las manos lavando los paños de sus hijos a una de puros, por el papa Francisco

Mateo 13,24-30

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente: "El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los criados le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla?" Pero él les respondió: "No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores: 'Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'"

— Comentario del papa Francisco
"Prefiero una Iglesia que se ensucia las manos lavando los paños de sus hijos a una de puros"

“Que la Virgen María nos ayude a comprender en la realidad que nos rodea no sólo la suciedad del mal, sino también el bien y lo bello, para desenmascarar la obra de Satanás y, sobre todo, para confiar en la acción de Dios que fecunda la historia”. En la plaza de San Padre se reunieron este domingo miles de fieles y peregrinos para escuchar el comentario del Papa sobre el Evangelio, rezar por sus intenciones de Pastor de la Iglesia Universal y recibir su bendición apostólica.

Refiriéndose a las tres parábolas con las que Jesús habla del Reino de los cielos, en esta ocasión, el Obispo de Roma se detuvo a considerar la primera, que se refiere al grano bueno y a la cizaña, que ilustra el problema del mal en el mundo y pone de manifiesto la paciencia de Dios.

El Papa Bergoglio explicó que con esta imagen Jesús quiere decirnos que en este mundo el bien y el mal están entrelazados a tal punto que es imposible separarlos y extirpar todo el mal. De ahí que haya afirmado que sólo Dios puede hacerlo. A la vez que recordó que la situación actual, con sus ambigüedades y su carácter heterogéneo es el ámbito de la libertad de los cristianos, en que se pone en práctica el ciertamente difícil ejercicio del discernimiento.

De manera que, como explicó Francisco, se trata de unir, con gran confianza en Dios y en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias, a saber: la decisión y la paciencia.

La decisión –dijo el Papa– es la de querer ser buen grano, con las propias fuerzas, tomando distancia del maligno y de sus seducciones. Lo que significa preferir una Iglesia que es levadura en la masa y que no teme ensuciarse las manos lavando los paños de sus hijos, antes que una Iglesia de “puros”, que pretende juzgar, antes del tiempo, quien está o no en el Reino de Dios.

Además, el Sucesor de Pedro afirmó que el Señor es la Sabiduría encarnada que también hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no pueden identificarse con territorios definidos o determinados grupos humanos. Sino que Él nos dice que la línea de demarcación entre el bien y el mal está en el corazón de toda persona. Sí, porque todos somos pecadores. Y Jesucristo, que con su muerte y resurrección nos ha liberado de la esclavitud del pecado dándonos la gracia de caminar en una vida nueva; con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, puesto que siempre tenemos necesidad de ser perdonados.

Hacia el final de su reflexión, el Santo Padre dijo que “mirar siempre y sólo el mal que está fuera de nosotros, significa que no queremos reconocer el pecado que también está en nosotros.

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