1 Reyes 17,10-16
Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor
Hebreos 9,24-28
Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor
Hebreos 9,24-28
Marcos 12,38-44
1 Reyes 17,10-16
En aquellos días, el profeta Elías se puso en camino hacia Sarepta, y, al llegar a la puerta de la ciudad, encontró allí una viuda que recogía leña. La llamó y le dijo: «Por favor, tráeme un poco de agua en un jarro para que beba.» Mientras iba a buscarla, le gritó: «Por favor, tráeme también en la mano un trozo de pan.» Respondió ella: «Te juro por el Señor, tu Dios, que no tengo ni pan; me queda sólo un puñado de harina en el cántaro y un poco de aceite en la alcuza. Ya ves que estaba recogiendo un poco de leña. Voy a hacer un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos.» Respondió Elías: «No temas. Anda, prepáralo como has dicho, pero primero hazme a mí un panecillo y tráemelo; para ti y para tu hijo lo harás después. Porque así dice el Señor, Dios de Israel: "La orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra."» Ella se fue, hizo lo que le había dicho Elías, y comieron él, ella y su hijo. Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor por medio de Elías.
Salmo 145: Alaba, alma mía, al Señor
Que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos.
R. Alaba, alma mía, al Señor
El Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los peregrinos.
R. Alaba, alma mía, al Señor
Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
R. Alaba, alma mía, al Señor
Hebreos 9,24-28
Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecia sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.
Marcos 12,38-44
En aquel tiempo, entre lo que enseñaba Jesús a la gente, dijo: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos. Éstos recibirán una sentencia más rigurosa.» Estando Jesús sentado enfrente del arca de las ofrendas, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales. Llamando a sus discípulos, les dijo: «Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.»
— Comentario por Comunidad Agustiniana del Monasterio de San Lorenzo del Escorial
“Las lecturas bíblicas son siempre como un espejo en el que mirarnos”, decía el liturgista Aldazábal. Y hoy nos presentan dos escenas paralelas entrañables y conmovedoras: dos mujeres pobres y generosas, dos viudas sin seguridad social, ni pensión de jubilación, dos personas insignificantes que hoy nunca serían entrevistadas por periodistas ni perseguidas por cámaras de televisión, porque no son de alta sociedad, ni ricas, ni jóvenes ni guapas, ni divorciadas. Pero de una talla moral digna de gran elogio.
Tal es, en la lectura del Primer Libro de los Reyes 17,10-16, una viuda pagana de Sarepta en fenicia (hoy Líbano), que ayuda con un vaso de agua y un pan al hambriento y sediento profeta Elías (s. IX a.C.), exiliado por la autoridad civil del rey Acab y su esposa fenicia Jezabel, por ser agorero, por haber anunciado una sequía de tres años y medio como castigo a causa el culto idolátrico al dios Baal.
Y otra es una viuda judía en el evangelio que pone en el cepillo del templo dos monedillas , la moneda más ínfima del sistema monetario en circulación, equivalente a dos leptas para judíos o un cuadrante para greco-romanos o dos reales (media peseta) para españoles o menos de una centésima de euro para europeos de hoy).
Ambas viudas pobres, pero generosas, coinciden en ofrecer poco, pero dan, no de lo que les sobra, sino de lo que les hace falta. Eso es donación vital. Y así se lo hace saber Jesús a sus discípulos: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir (Mc 12,43-44).
Jesús valora la calidad sobre la cantidad, la humildad del innominado sobre la altanería de ricachos escribas. Jesús distingue la caridad auténtica de otras seudocaridades que ocultan injusticias. Serán humanitarismo, que está bien, pero no amor vital, que está mejor.
El modelo de este amor vital es el de Cristo-Jesús de la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, que no habla de entrega de lo que tengo sino de la entrega de lo que soy, donación vital de Jesucristo al Padre para salvación de la humanidad.
Y así se nos dice que Cristo se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo (Heb 9,26). Encarnación al final de los tiempos que san Pablo, interpreta como “plenitud del tiempo” (Gál 4,4), es decir, en palabras de un filósofo y teólogo español, el tiempo en su plenitud de los grandes pensadores del siglo V a.C. en la cultura bíblica y greco-romana, plenitud de la razón filosófica, que declinaba al limitarse a comentar la doctrina de sus maestros.
Entonces vino el evangelio sobrenatural –que no es antihumanismo, sino superhumanismo cristiano– a perfeccionar lo que el evangelio de la razón natural no sabía ya completar, convirtiéndose así el Verbo humanado en eje de la historia.
Y así hoy citamos los sucesos en función del siglo I antes y después de Cristo. Ante estos testimonios divinos y humanos de entrega generosa solo cabe nuestra humilde oración:
Perdónanos, Padre, porque nuestras calculadoras no coinciden con tus matemáticas, porque donde nosotros sumamos cantidad, tu multiplicas calidad. Enséñanos hoy a conjugar más los verbos dar y compartir, que el de recibir. Ayúdanos a entregar a los demás amor y acogida, respeto y sonrisa, amistad y tiempo, comprensión y felicidad, alegría, vida y pan. En este “año de la misericordia”, que vamos a comenzar, danos ser de verdad misericordiosos con los más pobres y necesitados entregándonos más a ti y a los hermanos. Amén.
Fuente: monasteriodelescorial.com
— Comentario por Comunidad Agustiniana del Monasterio de San Lorenzo del Escorial
“Las lecturas bíblicas son siempre como un espejo en el que mirarnos”, decía el liturgista Aldazábal. Y hoy nos presentan dos escenas paralelas entrañables y conmovedoras: dos mujeres pobres y generosas, dos viudas sin seguridad social, ni pensión de jubilación, dos personas insignificantes que hoy nunca serían entrevistadas por periodistas ni perseguidas por cámaras de televisión, porque no son de alta sociedad, ni ricas, ni jóvenes ni guapas, ni divorciadas. Pero de una talla moral digna de gran elogio.
Tal es, en la lectura del Primer Libro de los Reyes 17,10-16, una viuda pagana de Sarepta en fenicia (hoy Líbano), que ayuda con un vaso de agua y un pan al hambriento y sediento profeta Elías (s. IX a.C.), exiliado por la autoridad civil del rey Acab y su esposa fenicia Jezabel, por ser agorero, por haber anunciado una sequía de tres años y medio como castigo a causa el culto idolátrico al dios Baal.
Y otra es una viuda judía en el evangelio que pone en el cepillo del templo dos monedillas , la moneda más ínfima del sistema monetario en circulación, equivalente a dos leptas para judíos o un cuadrante para greco-romanos o dos reales (media peseta) para españoles o menos de una centésima de euro para europeos de hoy).
Ambas viudas pobres, pero generosas, coinciden en ofrecer poco, pero dan, no de lo que les sobra, sino de lo que les hace falta. Eso es donación vital. Y así se lo hace saber Jesús a sus discípulos: En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir (Mc 12,43-44).
Jesús valora la calidad sobre la cantidad, la humildad del innominado sobre la altanería de ricachos escribas. Jesús distingue la caridad auténtica de otras seudocaridades que ocultan injusticias. Serán humanitarismo, que está bien, pero no amor vital, que está mejor.
El modelo de este amor vital es el de Cristo-Jesús de la segunda lectura, tomada de la Carta a los Hebreos, que no habla de entrega de lo que tengo sino de la entrega de lo que soy, donación vital de Jesucristo al Padre para salvación de la humanidad.
Y así se nos dice que Cristo se ha manifestado una sola vez, al final de los tiempos, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo (Heb 9,26). Encarnación al final de los tiempos que san Pablo, interpreta como “plenitud del tiempo” (Gál 4,4), es decir, en palabras de un filósofo y teólogo español, el tiempo en su plenitud de los grandes pensadores del siglo V a.C. en la cultura bíblica y greco-romana, plenitud de la razón filosófica, que declinaba al limitarse a comentar la doctrina de sus maestros.
Entonces vino el evangelio sobrenatural –que no es antihumanismo, sino superhumanismo cristiano– a perfeccionar lo que el evangelio de la razón natural no sabía ya completar, convirtiéndose así el Verbo humanado en eje de la historia.
Y así hoy citamos los sucesos en función del siglo I antes y después de Cristo. Ante estos testimonios divinos y humanos de entrega generosa solo cabe nuestra humilde oración:
Perdónanos, Padre, porque nuestras calculadoras no coinciden con tus matemáticas, porque donde nosotros sumamos cantidad, tu multiplicas calidad. Enséñanos hoy a conjugar más los verbos dar y compartir, que el de recibir. Ayúdanos a entregar a los demás amor y acogida, respeto y sonrisa, amistad y tiempo, comprensión y felicidad, alegría, vida y pan. En este “año de la misericordia”, que vamos a comenzar, danos ser de verdad misericordiosos con los más pobres y necesitados entregándonos más a ti y a los hermanos. Amén.
Fuente: monasteriodelescorial.com
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