AUTOGRAFO DE SAN CARLOS BORROMEO |
"El 1 de noviembre de 1584, Carlos no consigue caminar; sostenido por sus colaboradores celebra en Arona su última misa. Al día siguiente ya no es capaz de moverse. Su primo Renato manda preparar una barca con una cama a bordo para llevarlo a Milán; en el río, el obispo halla aún fuerzas para dictar algunas cartas".
Monseñor Massimo Gaio en el prólogo a 24 cartas inéditas con firma autógrafa de san Carlos Borromeo (Asso, Tipografia artigiana Vallassinese, 2011) decide relatar la vida del obispo de Milán desde el final: «Si hasta el día antes de morir nuestro santo escogió, una vez más, este instrumento para comunicar su voluntad, es signo de que fue el preferido de todo su ministerio».
Su laboriosidad es legendaria —continúa el párroco de San Juan Bautista—; en Asso conservamos estas veinticuatro cartas auténticas con su firma, probablemente dictadas por él: un fragmento mínimo de una vastísima mina de documentos. En la Biblioteca ambrosiana de Milán se conservan miles de cartas que él dictaba y después corregía con su puño y letra, dirigidas a personajes ilustres, reyes y emperadores, a familiares, hermanas, sobrinos, a sacerdotes, religiosos y gente común. Se habla de que en la Curia trabajaban a sus ordenes cuatrocientas personas». No siempre movidas por el mismo heroico espíritu de servicio de su obispo.
«A veces se rebelaban —continúa monseñor Gaio, contando alguna anécdota tomada de la biografía del santo—. Un escribano romano, por ejemplo, que también debía hacer de cartero por calles largas y fangosas con enormes dificultades, le escribió una carta insolente. Se narra que una vez le propusieron un secretario muy experto en leyes pero frágil de constitución. Carlos no lo quiso: "No, si es delicado de salud no es para mí, no será capaz de soportar las fatigas, aquí todos tienen que cargar con el mismo peso"».
Fuentes que se consideran menores, como esta de la recopilación de cartas enviadas por el obispo a don Girolamo Curioni, —vicario foráneo de la parroquia de Vallassina, que Carlos varias veces señala como «nuestro muy querido preboste de Asso»— pueden reservar muchas sorpresas.
Prosigue el autor del prólogo:
«A menudo para captar la imagen verdadera de san Carlos los biógrafos han recurrido a elaborados documentos oficiales, pero también de estas fuentes más locales, atentas a la vida de las periferias de las diócesis, se puede reconstruir el identikit del hombre, del creyente, del pastor, del arzobispo. Este Carlos que escribe o dicta de un tirón, pero luego vuelve a pensar, revisa y borra, corrige y vuelve a formular, añade todavía alguna cosa, permite vislumbrar su pensamiento más auténtico, el que a menudo era sofocado por su notable capacidad de autocontrol».
La atención a su rebaño llega hasta tocar la vida diaria de cada uno de los fieles, como la preocupación por quien se trasladaba por trabajo a «tierras heréticas», o el permiso de trabajar la madera necesaria para las restauraciones internas de la iglesia, en caso de nieve. Ya sea que se trate de aconsejar a los sacerdotes sobre cuestiones aparentemente demasiado particulares para ser relevantes —como la invitación recurrente a escribir con orden y buena caligrafía, escogiendo hojas adecuadas para ser encuadernadas— o sobre delicados temas doctrinales, el intento siempre es el mismo: reforzar en las personas encomendadas a él, la consciencia de que ser cristianos significa haber sido tocados por el amor divino.
«Reverendo vicario —escribe Carlos Borromeo en un mensaje con fecha 26 de septiembre de 1574— para iniciar a los fieles en la devoción de la Compañía del Santísimo Sacramento e impulsarlos a abrazarla con fervor, dad orden a los curas de vuestro Vicariato...».
En el epistolario el verbo «riscardare» aparece con frecuencia; los curadores del libro, Armando y Roberto Nava, lo traducen con «estimular a», pero quizá es mejor no buscar un sinónimo a una palabra tan rica y afectivamente significativa, que arroja una luz cálida y familiar sobre el activismo del obispo y sobre su puntilloso cuidado de los detalles, haciendo comprender la diferencia entre formalismo y caridad que «urge» a la acción.
Fuente: L’Osservatore Romano, Silvia Guidi
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