De pronto se detiene ante él un joven jinete. Es un nuevo samaritano, un soldado romano que, sin dudarlo, parte su capa con la espada y le da la mitad. Dice que acaba de vestir a Cristo. Naturalmente estoy hablando de San Martín.
Lo que no supe entonces es que Martín, una vez bautizado, deja las armas y se une a San Hilario en la tarea de evangelización de la Galia. Su preocupación sigue siendo los pobres, la oración y la penitencia.
Funda el primer monasterio Occidental y, nombrado obispo de Tours, recorre gran parte de Francia, Luxemburgo y Alemania para llevar el evangelio y velar por los necesitados.
Tanto en Francia como en otros países encontramos infinidad de pueblos y de iglesias en su honor.
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