El episodio de la entrada de Jesús en el Templo es un episodio de gran singularidad en el relato evangélico. Para empezar, es el único en el que Jesús ejerce violencia, tanto así que resulta el favorito de cuantos “exégetas” quieren presentar los evangelios como la crónica de un movimiento político antirromano o partidario de la instauración de una nueva dinastía más o menos entroncada con el añorado Rey David. Como quiera que sea, en toda la demás violencia que narran los evangelios, Jesús es un mero testigo, cuando no directamente la víctima (como sucede en la Pasión, pero no sólo).
En segundo lugar, es un episodio que narran los cuatro evangelistas.
En tercer, y a pesar de lo dicho arriba, el relato que hace cada uno de los evangelios es muy diferente. Lucas es el que menos espacio le dedica:
“Entró en el Templo y comenzó a echar fuera a los que vendían, diciéndoles: ‘Está escrito: Mi Casa será Casa de oración. ¡Pero vosotros la habéis hecho una cueva de bandidos!’” (Lc 19,45-46).
Entre los sinópticos, Marcos hace un relato muy vívido, que Mateo copia casi completo:
“Entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y a los que compraban en el Templo; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba, diciéndoles: ‘¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las gentes? ¡Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos!’” (Mc 11,15-17, similar a Mt 21,12-13).
Y Juan hace el relato más descriptivo y dramático:
“Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: ‘Quitad esto de aquí. No hagáis de la casa de mi Padre una casa de mercado’.” (Jn 2,14-16)
Pero lo más curioso de todo es a lo que nos referimos en cuarto lugar, a saber, el emplazamiento cronológico del evento. Así, Mateo y Lucas lo sitúan en el mismo domingo de ramos en el que Jesús entra en Jerusalén, y por lo tanto, cinco días antes de ser crucificado. Mateo dice:
“Luego pusieron sobre ellos sus mantos, y él se sentó encima. La gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! Hosanna en las alturas!’ Y al entrar él en Jerusalén […] entró Jesús en el Templo y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el Templo […]” (Mt 21,7-12)
Y Lucas:
“Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino. Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto. Decían: ‘¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas’. […] Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella […] Entró en el Templo y comenzó a echar fuera a los que vendían […]” (Lc 19,36-44).
Marcos –como, por cierto, estamos haciendo nosotros tal día como hoy- lo sitúa un día después que sus colegas sinópticos, es decir, al día siguiente de la entrada mesiánica en Jerusalén, el lunes, segundo día de la semana hebrea, sólo cuatro días antes de que Jesús colgara en la cruz:
“Muchos extendieron sus mantos por el camino; otros, follaje cortado de los campos. Los que iban delante y los que le seguían, gritaban: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!’ Y entró en Jerusalén, en el Templo, y después de observar todo a su alrededor, siendo ya tarde, salió con los Doce para Betania. Al día siguiente, […] llegan a Jerusalén; y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían […]” (Mc 11,8-15).
Y Juan, siempre original hasta cuando decide serlo menos, como es el caso, extrae el episodio de las escenas de la pasión y en vez de colocarlo como culminación del ministerio del Nazareno, según hacen sus colegas sinópticos, una vez más se da el gustazo de corregir su versión de los hechos y lo coloca como apertura del mismo, durante la primera de las tres pascuas que Jesús pasa en Jerusalén (recuérdese, a los efectos, que en los sinópticos todo el ministerio de Jesús se sustancia en una pascua, no en tres), su primera manifestación mesiánica no siendo el milagro “precipitado” e “inesperado” que tiene que realizar en las bodas de Caná:
“Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos. Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo […]”, (Jn 2,13-15).
Y bien amigos, con estas historias, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. También en esta semana tan especial. Nos vemos mañana. Aquí, en la columna.
Fuente: religionenlibertad.com
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