sábado, 4 de agosto de 2018

El Sembrador que se hace semilla, por Ángel Moreno

Éxodo 16,2-4.12-15
Salmo 77: El Señor les dio un trigo celeste
Efesios 4,17.20-24
Juan 6,24-35

Éxodo 16,2-4.12-15

En aquellos días, en el desierto, comenzaron todos a murmurar contra Moisés y Aarón, y les decían: «¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Allí nos sentábamos junto a las ollas de carne, y comíamos hasta hartarnos; pero vosotros nos habéis traído al desierto para matarnos a todos de hambre.» Entonces el Señor dijo a Moisés: «Voy a hacer que os llueva comida del cielo. La gente saldrá a diario a recoger únicamente lo necesario para el día. Quiero ver quién obedece mis instrucciones y quién no.» Y el Señor se dirigió a Moisés y le dijo: «He oído murmurar a los israelitas. Habla con ellos y diles: "Al atardecer comeréis carne, y por la mañana comeréis hasta quedar satisfechos. Así sabréis que yo soy el Señor vuestro Dios."»  Aquella misma tarde llegaron codornices, las cuales llenaron el campamento; y por la mañana había una capa de rocío alrededor del campamento. Después que el rocío se hubo evaporado, algo muy fino, parecido a la escarcha, quedó sobre la superficie del desierto. Los israelitas, no sabiendo qué era aquello, al verlo se decían unos a otros: «¿Y esto qué es?» Moisés les dijo: «Éste es el pan que el Señor os da como alimento.»

Salmo 77: El Señor les dio un trigo celeste

Lo que oímos y aprendimos,
lo que nuestros padres nos contaron,
lo contaremos a la futura generación:
las alabanzas del Señor, su poder.
R. El Señor les dio un trigo celeste

Dio orden a las altas nubes,
abrió las compuertas del cielo:
hizo llover sobre ellos maná,
les dio un trigo celeste.
R. El Señor les dio un trigo celeste

Y el hombre comió pan de ángeles,
les mandó provisiones hasta la hartura.
Los hizo entrar por las santas fronteras,
hasta el monte que su diestra había adquirido.
R. El Señor les dio un trigo celeste

Efesios 4,17.20-24

En el nombre del Señor os digo y encargo que no viváis más como los paganos, que viven de acuerdo con sus vanos pensamientos. Pero vosotros no conocisteis a Cristo para vivir de ese modo, si es que realmente oísteis acerca de él; esto es, si de Jesús aprendisteis en qué consiste la verdad. En cuanto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos de vuestra vieja naturaleza, que está corrompida por los malos deseos engañosos. Debéis renovaros en vuestra mente y en vuestro espíritu, y revestiros de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios y que se manifiesta en una vida recta y pura, fundada en la verdad.

Juan 6,24-35

En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún. Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo has venido aquí?» Jesús les dijo: «Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él.» Le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?»  Jesús les contestó: «La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.» «¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: "Dios les dio a comer pan del cielo."» Jesús les contestó: «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo.» Ellos le pidieron: «Señor, danos siempre ese pan.» Y Jesús les dijo: «Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed.»

— "El Sembrador que se hace semilla"
por Ángel Moreno

Siempre me sorprendo al contemplar una concurrencia tan exacta de pasajes del Antiguo Testamento y del Evangelio como la que hoy se nos ofrece en la Liturgia de la Palabra de este domingo. Cuando esto sucede, se pone de manifiesto la clave de lectura que debemos aplicar siempre para comprender la Biblia, y es leerla desde el acontecimiento de Jesucristo.

Si el libro del Éxodo revela el nombre de Dios -“Yo soy”- y nos relata la experiencia del pueblo de Israel de haber sido alimentado de manera providente en la travesía del desierto - “El Señor dijo a Moisés: -«Yo haré llover pan del cielo: que el pueblo salga a recoger la ración de cada día” (Ex 16,4)-, la expresión en labios de Jesús “Yo soy el pan de vida”, revela su identidad divina, y la permanente opción de ser, para los que creen, el alimento en la travesía de la existencia.

El salmista, como eco de uno de los fenómenos más sobresalientes que vivió el pueblo de Dios, al haber sido alimentado durante cuarenta años de forma gratuita, eleva la memoria a cántico de alabanza: “El señor hizo llover sobre ellos maná, les dio un trigo celeste” (Sal 77).

Las palabras del discurso que Jesús pronuncia en Cafarnaúm: -«Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» -«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.» (Jn 6, 32.35)-, me llevan a una consideración sobrecogedora.

El Creador, que al tercer día hizo germinar las semillas sobre la faz de la tierra, y que después se manifiesta en Jesús, como el sembrador que esparce la semilla sobre el campo, y según sea la tierra, así da fruto, del 30%, del 60%, del 100%, se convierte Él mismo en cosecha y en pan partido, pan tierno, en el que se entrega totalmente para dar la vida por todos los hombres.

Y ante la figura holística, circular, tan propia de la literatura oriental, no solo me encuentro con el Sembrador que se hace semilla, cosecha abundante, pan en la cena, entrega total, sino que me sobrecogen otras muchas figuras, como la del viñador, que se hace viña, vid, copa brindada; el pastor que se hace Cordero y gracias a su inmolación somos redimidos. Pero aún es mayor la revelación cuando contemplamos al Creador hecho criatura, a Dios hecho hombre, para que el hombre alcance la filiación divina.

Quienes comen y beben del banquete del Señor, de su Cena Pascual, reciben vida y prenda de salvación eterna, si participan con fe en la Eucaristía.

No nos queda otra respuesta que el agradecimiento, la adoración y la entrega, porque como diría Santa Teresa de Jesús: “Amor saca amor”. O como nos dice san Pablo: “Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana” (Ef 4, 24).

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