LOS CUATRO EVANGELISTAS Pedro Pablo Rubens |
Lo primero que ha de decirse es que no siempre lo fue, que no siempre se siguió el orden que hoy damos por canónico.
En la literatura cristiana primitiva, se identifican no menos de ocho órdenes diferentes, que suelen girar en torno al lugar que se otorga al Evangelio de Juan. Se ha tendido también a colocar entre los sinópticos a Lucas en primer lugar, lo que bien puede obedecer a esa manera tan utilizada de clasificar documentos que consiste en ordenarlos según su longitud, siendo así que de los tres sinópticos, el de Lucas es el evangelio más largo, no digamos si, como también se hace en ocasiones, se le incorporan los Hechos de los Apóstoles, debidos a la misma pluma. Una manera de ordenar que en absoluto es ajena a otras colecciones, y así, tiene mucho que ver en el orden en el que se ordenan las Cartas de Pablo, y hasta en aquél utilizado en el Corán, cuyas 114 suras se ordenan, con alguna salvedad, de más larga a más corta.
Lo segundo que debe decirse es que aunque en algunos momentos y algunos autores hayan podido sostener que el orden en que citamos los evangelios es aquél en el que fueron escritos en el tiempo, el estado actual de la exegética dista mucho de aceptar que ello sea así.
Una cosa es indudable: si el orden canónico actual se halla consagrado lo es por haber sido el utilizado por San Jerónimo en su traducción de la llamada “Biblia Vulgata” encargada por el papa San Dámaso y terminada hacia el año 382, la cual, más allá de su extendida tradición, es la declarada canónica en el Concilio de Trento.
Pero no es desde luego Jerónimo de Estridón el primero que utiliza dicho orden, que él acepta precisamente por formar parte de una tradición muy consolidada.
Dicho orden es ya el que nos encontramos por ejemplo en el antiquísimo Canon de Muratori, y en autores tan importantes como San Ireneo, San Gregorio Nazianceno, San Atanasio, y también, en los manuscritos más antiguos que han llegado íntegros a nuestros días: el Códice Vaticano y el Códice Sinaítico. Siempre desde la creencia de que, según se ha dicho más arriba, ése era el orden en el que habían sido escritos. Así lo explica con toda claridad Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica” quien basa su argumento, como vamos a ver, en la autoridad de Ireneo de Lyon (pinche aquí si desea conocer más sobre la vida y obra de este importantísimo autor de la patrística cristiana):
“Puesto que al dar comienzo a la obra hicimos promesa de citar oportunamente las palabras de los antiguos presbíteros y escritores eclesiásticos, en las cuales nos han transmitido por escrito las tradiciones llegados hasta ellos acerca de las Escrituras canónicas, y como quiera que Ireneo era uno de ellos, citemos también sus palabras, y en primer lugar, las que se refieren a los sagrados evangelios. Son las siguientes: “Mateo publicó entre los hebreos, en su lengua propia, un Evangelio también escrito, mientras Pedro y Pablo estaban en Roma evangelizando y poniendo los cimientos de la Iglesia. Después de la muerte de éstos, Marcos, el discípulo e intérprete de Pedro, nos transmitió por escrito, él también, lo que Pedro había predicado. Y Lucas, por su parte, el seguidor de Pablo, puso en un libro el Evangelio que éste había predicado. Finalmente Juan, el discípulo del Señor, el que se había reclinado sobre su pecho, también él publicó el Evangelio, mientras moraba en Efeso en Asia”. Esto es lo que se dice en el libro tercero antes mencionado [nota del autor: el “Adversus haereses”, “Contra las herejías”]”.
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