Mt 10,1-7
10 1 Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
2 Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan;
3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo;
4 Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó.
5 A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos;
6 dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
7 Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Los obreros de la mies no son los ángeles, sino los discípulos"
En nuestros días, es importante que el corazón entre en esta dinámica de llamada. Jesús nos llama por nuestro nombre. Para él, yo también soy único e irrepetible. Me conoce y me ama desde siempre.
Su proyecto de salvación no consiste sólo en sacarme fuera de la falsedad de una vida centrada en intereses de corto alcance, sino que quiere hacer de mí nada menos que un instrumento de su salvación.
Lo que importa es creer que él me da su poder y, en su nombre, puedo llegar a ser luz para los hermanos con tal de que permanezca en contacto con él mediante una fuerte oración y mi corazón esté orientado a él y a los intereses del Reino.
La sección del evangelio dedicada a los prodigios de poder se cierra con un breve resumen que introduce el discurso apostólico. Los vv. 35-38, sin embargo, no sirven simplemente de transición: se recoge casi al pie de la letra el fragmento que precedía al sermón de la montaña, para indicar que la enseñanza y la actividad terapéutica de Jesús van estrechamente unidas.
Ambas brotan, en efecto, de su compasión por las muchedumbres necesitadas de guía y de cuidados como un rebaño desbandado. Jesús conoce el corazón del Padre, invocado como Pastor de Israel en el Primer Testamento, y él mismo es el Mesías-Pastor enviado a cuidar de las ovejas dispersas (Ez 34,23).
Jesús asocia a esta imagen la de la mies, que en los textos apocalípticos se refiere a los últimos tiempos (Mt 13,39b; Ap 14,14-16). Sin embargo, introduce un elemento nuevo en la simbología de costumbre: los obreros de la mies no son los ángeles, sino los discípulos. Su colaboración resulta, por tanto, esencial en el plan divino de salvación, y la comunidad cristiana debe elevar al Padre una oración suplicante, a fin de que suscite esos obreros en todos los tiempos.
Los apóstoles tienen un papel particular; por eso presenta Mateo la lista de los mismos después de haber hablado del poder que Jesús les ha conferido, a fin de que puedan compartir su misión. El evangelista recoge después, en un discurso que ocupa todo el capítulo 10, las instrucciones de Jesús a los discípulos relacionadas con su mandato.
Podemos identificar los ejes principales: el primer anuncio va dirigido al pueblo elegido (v. 6; cf. Hch 13,46); la grandeza del don recibido debe impulsar a los enviados a una entrega incondicionada (v. 8b) y a una confianza plena en la Providencia, con un estilo de pobreza y sencillez (vv. 9-1 1); el misionero lleva la paz, pero este bien puede ser desconocido o rechazado (vv. 13-16); la conciencia de la hostilidad no debe ser un freno para el enviado, sino que tiene que inducirle a moverse de manera prudente en las situaciones difíciles y a superarlas siempre con el corazón limpio.
10 1 Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia.
2 Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan;
3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo;
4 Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que le entregó.
5 A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos;
6 dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel.
7 Yendo proclamad que el Reino de los Cielos está cerca.
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Los obreros de la mies no son los ángeles, sino los discípulos"
En nuestros días, es importante que el corazón entre en esta dinámica de llamada. Jesús nos llama por nuestro nombre. Para él, yo también soy único e irrepetible. Me conoce y me ama desde siempre.
Su proyecto de salvación no consiste sólo en sacarme fuera de la falsedad de una vida centrada en intereses de corto alcance, sino que quiere hacer de mí nada menos que un instrumento de su salvación.
Lo que importa es creer que él me da su poder y, en su nombre, puedo llegar a ser luz para los hermanos con tal de que permanezca en contacto con él mediante una fuerte oración y mi corazón esté orientado a él y a los intereses del Reino.
La sección del evangelio dedicada a los prodigios de poder se cierra con un breve resumen que introduce el discurso apostólico. Los vv. 35-38, sin embargo, no sirven simplemente de transición: se recoge casi al pie de la letra el fragmento que precedía al sermón de la montaña, para indicar que la enseñanza y la actividad terapéutica de Jesús van estrechamente unidas.
Ambas brotan, en efecto, de su compasión por las muchedumbres necesitadas de guía y de cuidados como un rebaño desbandado. Jesús conoce el corazón del Padre, invocado como Pastor de Israel en el Primer Testamento, y él mismo es el Mesías-Pastor enviado a cuidar de las ovejas dispersas (Ez 34,23).
Jesús asocia a esta imagen la de la mies, que en los textos apocalípticos se refiere a los últimos tiempos (Mt 13,39b; Ap 14,14-16). Sin embargo, introduce un elemento nuevo en la simbología de costumbre: los obreros de la mies no son los ángeles, sino los discípulos. Su colaboración resulta, por tanto, esencial en el plan divino de salvación, y la comunidad cristiana debe elevar al Padre una oración suplicante, a fin de que suscite esos obreros en todos los tiempos.
Los apóstoles tienen un papel particular; por eso presenta Mateo la lista de los mismos después de haber hablado del poder que Jesús les ha conferido, a fin de que puedan compartir su misión. El evangelista recoge después, en un discurso que ocupa todo el capítulo 10, las instrucciones de Jesús a los discípulos relacionadas con su mandato.
Podemos identificar los ejes principales: el primer anuncio va dirigido al pueblo elegido (v. 6; cf. Hch 13,46); la grandeza del don recibido debe impulsar a los enviados a una entrega incondicionada (v. 8b) y a una confianza plena en la Providencia, con un estilo de pobreza y sencillez (vv. 9-1 1); el misionero lleva la paz, pero este bien puede ser desconocido o rechazado (vv. 13-16); la conciencia de la hostilidad no debe ser un freno para el enviado, sino que tiene que inducirle a moverse de manera prudente en las situaciones difíciles y a superarlas siempre con el corazón limpio.
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