Mateo 9,18-26
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo:
— Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.
Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo:
— ¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.
Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
— ¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
— Comentario por Reflexiones Católicas
Este relato presenta la típica estructura de encaje: se trata de dos episodios tan insertados entre sí que se revelan como dos aspectos de una única realidad: la fe en Jesús, que, si es auténtica, hace pasar de la muerte a la vida.
Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún, se postra ante Jesús en casa de Mateo precisamente cuando estaba hablando de bodas, de ropa nueva y de vino nuevo (cf. 9,16ss). En su discurso de vida se inserta la pena de quien acaba de ver morir a su hija de doce años (cf. Lc 8,42), la edad de las nupcias para los judíos.
La mujer con hemorragias:
Entre toda la gente que acompaña a Jesús por el camino hacia la casa de Jairo se encuentra una mujer con hemorragias.
La hemorragia (cfr. Lev 15) es causa de impureza y de exclusión de la sociedad. El contacto con una persona afectada por la hemorragia o con objetos de su uso la hacen impura (Lev 15,19-27). Por lo mismo, entrar en el templo o participar en la celebración de las fiestas es imposible para los que padecen hemorragias.
La mujer ha hecho todo lo posible para liberarse de la enfermedad. Debe haber sido adinerada, pero ha gastado todo su dinero buscando la curación por medio de los médicos. Sin embargo, durante doce años cada vez se agravó más su enfermedad. Como consecuencia, debía soportar el rechazo de la sociedad y al final se acostumbró a comportarse con una discreción continua. Después de la desilusión que le habían producido los médicos, pone ahora su esperanza religiosa en Jesús.
Pero la mujer —como persona que era considerada impura— no se atreve a pedirle ayuda a Jesús públicamente. Como muchos otros enfermos (cfr. Mc 3,10), busca tocarlo, pensando poder recibir de este manera el auxilio de su poder milagroso. Por eso se abre paso desde atrás y toca su manto.
Este «tocar a Jesús» se diferencia de todos los demás por su fe. Jesús quiere poner esto de manifiesto; pero también quiere ayudarle para que se reintegre en la vida. Esto último lo hace en tres pasos: primero pregunta quién lo ha tocado, luego viene la objeción de los discípulos y finalmente la mujer supera su temor y confiesa su situación a Jesús.
Jesús hace que ella confiese su impureza y sus esfuerzos por curarse. Él alaba su fe y confirma su curación. «El temor y temblor» de la mujer y las palabras bondadosas que Jesús le dirige dejan reconocer que él obra con el poder de Dios y con su misericordia.
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba, se acercó un personaje que se arrodilló ante él y le dijo:
— Mi hija acaba de morir. Pero ven tú, ponle la mano en la cabeza, y vivirá.
Jesús lo siguió con sus discípulos. Entretanto, una mujer que sufría flujos de sangre desde hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó el borde del manto, pensando que con sólo tocarle el manto se curaría. Jesús se volvió y, al verla, le dijo:
— ¡Animo, hija! Tu fe te ha curado.
Y en aquel momento quedó curada la mujer. Jesús llegó a casa del personaje y, al ver a los flautistas y el alboroto de la gente, dijo:
— ¡Fuera! La niña no está muerta, está dormida.
Se reían de él. Cuando echaron a la gente, entró él, cogió a la niña de la mano, y ella se puso en pie. La noticia se divulgó por toda aquella comarca.
— Comentario por Reflexiones Católicas
Este relato presenta la típica estructura de encaje: se trata de dos episodios tan insertados entre sí que se revelan como dos aspectos de una única realidad: la fe en Jesús, que, si es auténtica, hace pasar de la muerte a la vida.
Jairo, jefe de la sinagoga de Cafarnaún, se postra ante Jesús en casa de Mateo precisamente cuando estaba hablando de bodas, de ropa nueva y de vino nuevo (cf. 9,16ss). En su discurso de vida se inserta la pena de quien acaba de ver morir a su hija de doce años (cf. Lc 8,42), la edad de las nupcias para los judíos.
La mujer con hemorragias:
Entre toda la gente que acompaña a Jesús por el camino hacia la casa de Jairo se encuentra una mujer con hemorragias.
La hemorragia (cfr. Lev 15) es causa de impureza y de exclusión de la sociedad. El contacto con una persona afectada por la hemorragia o con objetos de su uso la hacen impura (Lev 15,19-27). Por lo mismo, entrar en el templo o participar en la celebración de las fiestas es imposible para los que padecen hemorragias.
La mujer ha hecho todo lo posible para liberarse de la enfermedad. Debe haber sido adinerada, pero ha gastado todo su dinero buscando la curación por medio de los médicos. Sin embargo, durante doce años cada vez se agravó más su enfermedad. Como consecuencia, debía soportar el rechazo de la sociedad y al final se acostumbró a comportarse con una discreción continua. Después de la desilusión que le habían producido los médicos, pone ahora su esperanza religiosa en Jesús.
Pero la mujer —como persona que era considerada impura— no se atreve a pedirle ayuda a Jesús públicamente. Como muchos otros enfermos (cfr. Mc 3,10), busca tocarlo, pensando poder recibir de este manera el auxilio de su poder milagroso. Por eso se abre paso desde atrás y toca su manto.
Este «tocar a Jesús» se diferencia de todos los demás por su fe. Jesús quiere poner esto de manifiesto; pero también quiere ayudarle para que se reintegre en la vida. Esto último lo hace en tres pasos: primero pregunta quién lo ha tocado, luego viene la objeción de los discípulos y finalmente la mujer supera su temor y confiesa su situación a Jesús.
Jesús hace que ella confiese su impureza y sus esfuerzos por curarse. Él alaba su fe y confirma su curación. «El temor y temblor» de la mujer y las palabras bondadosas que Jesús le dirige dejan reconocer que él obra con el poder de Dios y con su misericordia.
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