Aprovechando su estancia en Madrid por la celebración de la 109 Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, impartió una conferencia en la parroquia del Buen Suceso titulada Conversión o decadencia.
La charla de monseñor Munilla se enmarcaba en el ciclo de Los lunes de Cuaresma de esta parroquia y al acto acudieron más de 400 personas. Entre ellas estaba el diácono permanente Jaime Noguera Tejedor, que hizo esta crónica de la charla para Alfa y Omega (Semanario de la Arquidióceses de Madrid):
“Un cristiano es alguien que está en estado permanente de conversión”: la conversión es el “ser o no ser” del cristiano, y no caben puntos intermedios. Estamos llamados a redescubrir y revivir nuestra vocación a la santidad.
Citando al Papa Francisco, recordaba monseñor Munilla que la palabra santidad evoca las palabras paciencia y perseverancia: “no es difícil ser santo –decía–, pero es largo; es una batalla que dura toda la vida y que, a veces, termina después de morir”.
Para alcanzar la santidad ha señalado dos caminos: la inocencia y la penitencia. El primero fue el de la Virgen; a nosotros nos queda el segundo, para el que nos recomendaba aprender a entender la vida, a ver el mundo, desde Dios, siguiendo el camino del Evangelio.
Nos recordó que existe en nuestra cultura cierta alergia a la palabra conversión, así como rechazo al concepto de pecado. Nuestra sociedad busca el bienestar interior, poco más. Frente a ello nos recuerda que el pecado es signo de que alguien te quiere, tanto que hasta puedes ofenderle. De ahí la primacía de la gracia: el llamamiento definitivo que ha transformado el mundo no es ni el marxista ni el liberal capitalista, es el Convertíos y creed en el Evangelio.
Un breve recorrido por los estados estético (¿cómo me siento?), ético (¿qué puede esperar el prójimo de ti?) y religioso (¿qué espera Dios de mí?) sirven de punto de apoyo para recordar que la búsqueda de la felicidad exige el olvido de uno mismo, el abandono del victimismo, para dejarse interpelar por la vida… y para dejarse corregir, por Dios y por los demás.
Ante las tentaciones que se nos presentan: creer que el mal es todopoderoso (sólo Dios es omnipotente), o pretender ser como Dios, o no creer en la existencia de Satanás (que nos lleva a pensar que los demás tienen una capacidad para el mal que, en realidad, no tienen); ante los planteamientos minimalistas, que nos llevan a buscar equidistancias confortables, a confundir lo normal con lo corriente, el obispo de San Sebastián nos sitúa ante la falta de estrategia de Jesucristo, que no viene a vendernos un producto, sino a salvarnos.
Cuando se dice que la Iglesia no comunica bien, se está sugiriendo el abandono de la cruz, el olvido de la Verdad, que es buena, que es bella y que nos hace libres. Pero hay que educarse para ello.
Concluyendo su conferencia, monseñor Munilla nos animaba a perder el miedo a ser tentados, pues sólo desde la tentación se puede combatir y vencer al mal. La conversión, decía al final, es un comienzo, no un término. Y volvía a recordar que el Evangelio, los ojos de Dios, tiene la clave para ayudarnos a salir vencedores de ese combate.
La charla de monseñor Munilla se enmarcaba en el ciclo de Los lunes de Cuaresma de esta parroquia y al acto acudieron más de 400 personas. Entre ellas estaba el diácono permanente Jaime Noguera Tejedor, que hizo esta crónica de la charla para Alfa y Omega (Semanario de la Arquidióceses de Madrid):
“Un cristiano es alguien que está en estado permanente de conversión”: la conversión es el “ser o no ser” del cristiano, y no caben puntos intermedios. Estamos llamados a redescubrir y revivir nuestra vocación a la santidad.
Citando al Papa Francisco, recordaba monseñor Munilla que la palabra santidad evoca las palabras paciencia y perseverancia: “no es difícil ser santo –decía–, pero es largo; es una batalla que dura toda la vida y que, a veces, termina después de morir”.
Para alcanzar la santidad ha señalado dos caminos: la inocencia y la penitencia. El primero fue el de la Virgen; a nosotros nos queda el segundo, para el que nos recomendaba aprender a entender la vida, a ver el mundo, desde Dios, siguiendo el camino del Evangelio.
Nos recordó que existe en nuestra cultura cierta alergia a la palabra conversión, así como rechazo al concepto de pecado. Nuestra sociedad busca el bienestar interior, poco más. Frente a ello nos recuerda que el pecado es signo de que alguien te quiere, tanto que hasta puedes ofenderle. De ahí la primacía de la gracia: el llamamiento definitivo que ha transformado el mundo no es ni el marxista ni el liberal capitalista, es el Convertíos y creed en el Evangelio.
Un breve recorrido por los estados estético (¿cómo me siento?), ético (¿qué puede esperar el prójimo de ti?) y religioso (¿qué espera Dios de mí?) sirven de punto de apoyo para recordar que la búsqueda de la felicidad exige el olvido de uno mismo, el abandono del victimismo, para dejarse interpelar por la vida… y para dejarse corregir, por Dios y por los demás.
Ante las tentaciones que se nos presentan: creer que el mal es todopoderoso (sólo Dios es omnipotente), o pretender ser como Dios, o no creer en la existencia de Satanás (que nos lleva a pensar que los demás tienen una capacidad para el mal que, en realidad, no tienen); ante los planteamientos minimalistas, que nos llevan a buscar equidistancias confortables, a confundir lo normal con lo corriente, el obispo de San Sebastián nos sitúa ante la falta de estrategia de Jesucristo, que no viene a vendernos un producto, sino a salvarnos.
Cuando se dice que la Iglesia no comunica bien, se está sugiriendo el abandono de la cruz, el olvido de la Verdad, que es buena, que es bella y que nos hace libres. Pero hay que educarse para ello.
Concluyendo su conferencia, monseñor Munilla nos animaba a perder el miedo a ser tentados, pues sólo desde la tentación se puede combatir y vencer al mal. La conversión, decía al final, es un comienzo, no un término. Y volvía a recordar que el Evangelio, los ojos de Dios, tiene la clave para ayudarnos a salir vencedores de ese combate.
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