El ayuno y la oración tienen su mejor complemento en la limosna. La triple recomendación cuaresmal se objetiva cuando afecta al bolsillo.
“Os digo una cosa: si el jubileo no llega a los bolsillos, no es un verdadero jubileo. ¿Lo entendéis? ¡Y esto está en la Biblia! No lo inventa este Papa: está en la Biblia”. Estas palabras se las oí directamente a Francisco en la audiencia del 10 de febrero de 2016, cuando fuimos convocados los Misioneros de la Misericordia, para recibir el envío.
La limosna existe en todas las religiones como solidaridad con quienes tienen menos.
“Da limosna de cuanto posees; no seas tacaño. No apartes tu rostro ante el pobre y Dios no lo apartará de ti. Da limosna en la medida que puedas; si tienes poco, no te avergüences de dar poco. Así acumularás un tesoro para el día de la necesidad. La limosna preserva de la muerte y libra de caer en las tinieblas. Dar limosna es una ofrenda agradable para cuantos la hacen delante del Altísimo” (Tb 4, 7-13).
El justo, según el salmista:
“Reparte limosna a los pobres; su caridad dura por siempre” (Sal 112).
El Evangelio recomienda la discreción:
"Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,3-4).
Y en otro lugar Jesús alaba la generosidad de la viuda:
“En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,43-44).
San Pablo se tomó muy a pecho la recomendación que le hicieron los apóstoles, de que no se olvidara de los pobres de la iglesia de Jerusalén:
“Ahora voy a Jerusalén, para el servicio de los santos, pues Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta para los pobres que hay entre los santos de Jerusalén” (Rm 15,25).
En quien nos debemos fijar, a la hora de compartir nuestros bienes, es en Jesús:
“Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9).
Solemos interpretar que dar limosna es entregar una suma de dinero más o menos cuantiosa, según nuestras posibilidades, y quizá valoramos a las personas por el donativo que entregan, pero la virtud no está en la cantidad, sino en cómo se da y desde dónde, si desde el corazón o desde el deseo de cumplir una obligación.
Una condición cristiana es dar de forma discreta, sin humillar ni proyectar afán posesivo ni protagonismo. Es condición evangélica la gratuidad, y no justificarse por el diezmo entregado, sino permanecer con la conciencia de que siempre somos más beneficiarios que benefactores. Jesús nos enseña no solo a dar, sino a darnos a nosotros mismos en todo lo que compartimos.
“Os digo una cosa: si el jubileo no llega a los bolsillos, no es un verdadero jubileo. ¿Lo entendéis? ¡Y esto está en la Biblia! No lo inventa este Papa: está en la Biblia”. Estas palabras se las oí directamente a Francisco en la audiencia del 10 de febrero de 2016, cuando fuimos convocados los Misioneros de la Misericordia, para recibir el envío.
La limosna existe en todas las religiones como solidaridad con quienes tienen menos.
“Da limosna de cuanto posees; no seas tacaño. No apartes tu rostro ante el pobre y Dios no lo apartará de ti. Da limosna en la medida que puedas; si tienes poco, no te avergüences de dar poco. Así acumularás un tesoro para el día de la necesidad. La limosna preserva de la muerte y libra de caer en las tinieblas. Dar limosna es una ofrenda agradable para cuantos la hacen delante del Altísimo” (Tb 4, 7-13).
El justo, según el salmista:
“Reparte limosna a los pobres; su caridad dura por siempre” (Sal 112).
El Evangelio recomienda la discreción:
"Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6,3-4).
Y en otro lugar Jesús alaba la generosidad de la viuda:
“En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir” (Mc 12,43-44).
San Pablo se tomó muy a pecho la recomendación que le hicieron los apóstoles, de que no se olvidara de los pobres de la iglesia de Jerusalén:
“Ahora voy a Jerusalén, para el servicio de los santos, pues Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta para los pobres que hay entre los santos de Jerusalén” (Rm 15,25).
En quien nos debemos fijar, a la hora de compartir nuestros bienes, es en Jesús:
“Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9).
Solemos interpretar que dar limosna es entregar una suma de dinero más o menos cuantiosa, según nuestras posibilidades, y quizá valoramos a las personas por el donativo que entregan, pero la virtud no está en la cantidad, sino en cómo se da y desde dónde, si desde el corazón o desde el deseo de cumplir una obligación.
Una condición cristiana es dar de forma discreta, sin humillar ni proyectar afán posesivo ni protagonismo. Es condición evangélica la gratuidad, y no justificarse por el diezmo entregado, sino permanecer con la conciencia de que siempre somos más beneficiarios que benefactores. Jesús nos enseña no solo a dar, sino a darnos a nosotros mismos en todo lo que compartimos.
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