Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
En estos momentos de la historia estamos viviendo tiempos difíciles, lo cual no quiere decir que no haya habido en el pasado situaciones semejantes. La gran pena de estos tiempos difíciles, además del dolor y sufrimiento, es que hoy tenemos tantos medios para evitar el caos y la desesperación de mucha gente. La ciencia y la tecnología que pueden ser usadas para el bien de la humanidad, parece que tienen otro uso y la gente sigue siendo aguijoneada por el mal uso de las mismas, y como consecuencia muchos entran en ese estado de ánimo que llamamos desesperación, depresión, estrés.
La página evangélica que hoy nos ofrece la sagrada liturgia nos debe hacer pensar y mucho. Nos relata ese primer día de Jesús Resucitado. Dos de sus discípulos dejan la ciudad de Jerusalén y se van camino de un pueblo llamado Emaús. Si les miramos las caras, reflejan lo que sienten: desánimo, desilusión, fracaso. Habían seguido a Jesús, le creían el Mesías, habían aguantado tres días sin Él, pero ya era demasiado, las promesas que les había hecho no se habían cumplido. Sí es verdad que algunas mujeres les habían contado que Jesús ya no estaba en la tumba, que unos ángeles les habían asegurado que Jesús estaba vivo, pero…ellos no lo habían visto, y por eso se iban, y se iban desilusionados, con el ánimo por los suelos.
Es muy posible que algunos, tal vez muchos de nosotros, nos hallamos visto en una situación semejante por todas esas cosas que nos pasan, por no avanzar en nuestra vida espiritual, porque mirando a nuestro futuro no lo vemos muy claro, porque la enfermedad nos ha visitado, porque la familia no resulta como la habíamos soñado, etcétera.
Esos dos discípulos, se alejaron no solamente de lo que habían vivido, sino también de lo que habían soñado. Y aquí viene lo mejor, Jesús que se coloca al lado de ellos y les empieza a hablar, primero con un suave reproche, y después con una explicación de que todo lo acontecido en esos días había sido anunciado, insistiendo en la necesidad de lo sucedido.
Nosotros a veces nos alejamos, pero Jesús siempre nos busca, se nos acerca, nos llama la atención y se queda con nosotros. Esta es la oración que debemos decir siempre, especialmente, cuando estamos desorientados y nos sentimos desconsolados: “Quédate con nosotros”.
¿Cuáles son los beneficios? Estar junto a Jesús que para eso hemos sido llamados (Mc 3,13). Cuando estamos cerca de Él y especialmente cuando le escuchamos, nuestros desánimos desaparecen, y como los dos discípulos confiesan que sus “corazones ardían escuchando su palabra”, y es que Jesús verdaderamente tiene “palabras de vida eterna”.
Al escuchar la Palabra se nos disipan las dudas, comprendemos el mensaje, hay un profundo cambio en nuestro corazón, y nuestro abatimiento se convierte en esperanza, las nubes desaparecen y brilla un sol que nos ilumina, y hace que ardamos en el fuego del amor de Cristo.
Hay otro punto que creo nos debe hacer pensar. Cuando Jesús se sienta a la mesa con ellos, nos dice el evangelio: “Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio. A ellos se les abrieron los ojos y le reconocieron”.
Por unos momentos los dos discípulos estaban encantados con este buen hombre que se les había acercado. Era todo un sabio pues conocía las Escrituras, hablaba con convicción, lo aceptaron como compañero con gusto, hasta al punto que cuando hizo el intento de seguir adelante cuando ellos dos habían llegado a su destino, le invitaron a quedarse, y no solamente porque se hacía de noche y viajar de noche por aquellos caminos podía ser peligroso. Le invitaron porque se sentían muy a gusto con Él. Sin embargo solamente lo reconocen “al partir el pan”, al partir ese pan bendecido, esa Eucaristía, ese Cuerpo del Señor.
¿Por qué hoy en día, a pesar de todo lo bueno que hay en la comunidad de fe, en esa comunidad de seguidores de Jesús, hay mucha gente que se marcha, hay mucha gente que se desilusiona, hay mucha gente que se seculariza, hay mucha gente que se mofa, hay mucha gente que critica? Es posible que nosotros no hayamos decidido partirnos por los demás, tal vez no sepamos o no queramos lavar los pies de algunos que no nos gustan, es posible que sigamos adorando ese diosito que yo me creo ser.
El día que nos decidamos a dar la vida por el hermano/a, a partirnos por ellos/as, ese día muchos reconocerán a Cristo, muchos volverán, pues la sangre de mártires, incruentos incluidos, es semilla de cristianos.
¿No nos ardía nuestro corazón mientas nos hablaba por el camino? Quédate con nosotros Señor, sin ti la vida es un constante anochecer.
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