Desideria es el nombre de uno de los personajes creados por San Jose Manyanet (1833-1901) para ilustrar su espiritualidad y su pensamiento. Desideria puede ser un hombre o una mujer, una persona joven o adulta. Pero Desideria es, ante todo, un espiritu ingenuo, inquieto e infantil, cuyo deseo de aprender y ser feliz parece no tener limites.
miércoles, 31 de julio de 2024
SANTOS ÓLEOS
La sustancia de los óleos debe ser de aceite de oliva o de otros aceites vegetales si es difícil conseguir el de oliva. Los santos óleos, bendecidos o consagrados en la Misa crismal por el obispo, son tres:
Con el Santo Crisma son ungidos los nuevos bautizados en la coronilla tras el baño del agua. También son signados en la frente los que son confirmados para significar la donación del Espíritu.
En la ordenación de presbíteros y obispos se ungen las manos de los presbíteros y la cabeza de los obispos. Por último, con el Santo Crisma se ungen las paredes y los altares en el rito de la consagración de iglesias.
En latín Sacrum Chrisma (SC): “Bálsamo sacro o sagrado”
Al Santo Crisma se le añade un bálsamo o aroma para obtener una fragancia que lo distingue de los otros óleos. La consagración del crisma es competencia del Obispo.
Es competencia de los párrocos recoger y custodiar dignamente los santos óleos para su uso en los sacramentos en los que se precisan. Debe renovarlos cada año.
La liturgia cristiana retoma el uso del Antiguo Testamento, cuando los reyes, sacerdotes y profetas, eran ungidos con el óleo de la consagración; ellos prefiguran a Cristo, que significa “Ungido”. Del mismo modo, los cristianos al ser ungidos con el santo crisma participan por el bautismo en el misterio pascual de Cristo: han muerto, han sido sepultados y resucitados con él y ahora participan de su sacerdocio real y profético.
El Santo crisma se consagra mientras que los otros óleos se bendicen. No es lo mismo bendecir (bene-dicere: desear algo bueno) que consagrar (hacer sagrada una cosa).
La palabra “crisma” proviene del griego e identifica un ungüento aromático mezcla de aceite y bálsamo oloroso. El verbo “chrio”, ungir, ha dado origen al término “Cristos”, que significa ”El Ungido”. De ahí deriva la palabra Cristo, con la que designamos al Salvador.
Óleo de los Catecúmenos:
Con este óleo se unge a los que se preparan para ser bautizados, fortaleciéndoles para renunciar al diablo y al pecado, antes de que se acerquen y renazcan de la fuente de la vida. En latín Oleum Catechumenorum (OC): “óleo de los catecúmenos”; o también, Oleum Sanctum (OS): “óleo santo”.
Óleo de los Enfermos:
Este óleo es utilizado para ungir a los enfermos: de esta manera se les prepara para aliviarse y superar la enfermedad. No sólo está indicado para los moribundos: también es aconsejable ungir a los enfermos graves o ancianos ya muy deteriorados en su salud. Entonces, puede recibirse más de un vez, si hay mejoría y posterior agravamiento.
En latín Oleum Infirmorum (OI), que significa “óleo de los enfermos”.
VER TAMBIÉN:
Aceite
lunes, 29 de julio de 2024
29 de julio: Memorial de Santa Marta, María y Lázaro
domingo, 28 de julio de 2024
¿Somos personas espirituales?
¿Somos personas espirituales? Cuando haces esta pregunta a un grupo de personas creyentes la respuesta es SÍ. Entonces, la siguiente pregunta es: "¿Y cómo es una persona espiritual?"
Aquí algunas caras muestran sorpresa o dificultad. ¿Qué quiere decir que soy una persona espiritual? "Una persona espiritual es una persona que reza, que va a la iglesia..." Esta fue mi respuesta hace muchos años, cuando nos preparabamos para recibir el sacramento de la confirmación. Y el catequista me dijo: "Tal vez si o tal vez no. Yo voy muy a menudo a la cocina y me paso bastante tiempo cocinando, pero no soy cocinero".
Un compañero del grupo de Confirmación, dijo: "Una persona espiritual puede escribir un poema, leer y componer música"; entonces, el catequista respondió: "Tal vez si o tal vez no. Vosotros diríais que una persona que escribe un libro o compone una sinfonía para hacerse millonario es una persona espiritual?" Uau! Otra vez nos salía con una de las suyas y teníamos que darle la razón.
Pero entonces, ¿cómo es una persona espiritual?, preguntamos todos.
La persona espiritual ve mas allá de sí misma: de sus deseos, ansiedades, tristezas, éxitos, fracasos; de si es guapa o fea, alto o bajo, gordo o flaco. Cuando alguien sacrifica su orgullo, privilegios, comodidad, unos momentos de placer, para hacerse más accesible a los demás, es una persona espiritual.
Un persona espiritual es libre para decidir algo contrario a lo que sus impulsos y emociones le exigen. Por eso, cuando a una persona actúa bajo el influjo de la ira, la envidia, la lujuria..., está muy lejos de ser una persona espiritual. Una persona espiritual es capaz de perdonar incluso cuando esta herida.
Una persona espiritual es capaz decir no al chocolate, al tabaco, al alcohol, aunque su cuerpo se lo pida con vehemencia. Por eso, las personas espirituales practican la negación de sí mismas, y no les mueve el orgullo o la ambición, sino el querer darse más a los demás.
Espero que os hayáis dado cuenta de que hay personas que rezan pero no son espirituales. Y es que ser una persona espiritual no es fácil.
DOMINGO DE LA 17 SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO, Año B (Lecturas)
En aquellos días, uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: «Dáselos a la gente, que coman.» El criado replicó: «¿Qué hago yo con esto para cien personas?» Eliseo insistió: «Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.» Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.
Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.» Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.» Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.» Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.» Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.
sábado, 27 de julio de 2024
jueves, 25 de julio de 2024
miércoles, 24 de julio de 2024
24 de julio: San Chárbel Makhlouf, ejemplo de vida consagrada y mística
San Chárbel Makhlouf fue un asceta y religioso del Líbano perteneciente al rito maronita, y el primer santo oriental canonizado desde el siglo XIII.
Este santo nació el 8 de mayo de 1828 en Beqaa-Kafra, el lugar habitado más alto del Líbano. Creció con el ejemplo de dos de sus tíos, ambos ermitaños; y a la edad de veintitrés, dejó su casa en secreto y entró al monasterio de Nuestra Señora de Mayfuq, tomando el nombre de un mártir Sirio: Charbel.
Hizo los votos solemnes en 1853 y fue ordenado sacerdote en 1859 por Mons. José al Marid, bajo el patriarcado de Paulo I Pedro Masad. Fijó como su residencia el monasterio de San Marón en Annaya, que se encuentra 1067 metros sobre el nivel del mar.
El Padre Charbel vivió en esta comunidad por 15 años siendo un monje ejemplar dedicado a la oración, apostolado y la lectura espiritual.
Tiempo después sintió el llamado a la vida ermitaña y el 13 de febrero de 1875 recibió la autorización para ponerla en práctica. Desde ese momento hasta su muerte en 1898, se dedicó a la oración, ascesis, penitencia y el trabajo manual. Comía una vez al día y permanecía en silencio.
La única perturbación a su oración venía por la cantidad de visitantes que llegaban atraídos por su reputación de santidad. Estos buscaban consejo, la promesa de oración o algún milagro.
Fue beatificado por el Papa Pablo VI el 5 de diciembre de 1965, durante la clausura del Concilio Vaticano II. Mientras que su canonización se realizó el 9 de octubre de 1977 durante el Sínodo Mundial de Obispos.
Su devoción se ha extendido en el Líbano, pero también ha cruzado las fronteras a América y en especial en México donde se lo venera fuertemente.
Fuente: Aciprensa
martes, 23 de julio de 2024
23 de julio: Santa Brígida, santa patrona de Europa, por Luis Antequera
Celebramos hoy a Santa Brígida de Siena, una de las tres santas mujeres a las que el también santo papa Juan Pablo II declaró patrona de Europa junto a Santa Catalina de Siena y a Teresa Benedicta de la Cruz el 1 de octubre del año 1999 mediante carta apostólica en forma motu proprio, engrosando así una nómina en la que ya militaban San Benito de Nursia y los hermanos San Cirilo y San Metodio.
Deja claro el papa el hecho de que la elección es personal: “El motivo que ha orientado específicamente mi opción por estas tres santas se halla en su vida misma”. Y destaca que se haya dirigido su elección hacia tres mujeres:
“Considero particularmente significativa la opción por esta santidad de rostro femenino, en el marco de la tendencia providencial que, en la Iglesia y en la sociedad de nuestro tiempo, se ha venido afirmando, con un reconocimiento cada vez más claro de la dignidad y de los dones propios de la mujer. En realidad, la Iglesia, desde sus albores, no ha dejado de reconocer el papel y la misión de la mujer, aun bajo la influencia, a veces, de los condicionamientos de una cultura que no siempre la tenía en la debida consideración”.
Por lo que hace a la que hoy festejamos, Brígida nace en Uppland 1303, en el seno de una aristocrática familia. Es su padre Birger Persson, gobernador de Uppland, pariente del rey y uno de los grandes terratenientes del país. Es su madre Ingeborg Bengtsdotter, a la que pierde a la temprana edad de doce años. Brígida recibe una piadosa educación que dirige su tía y que continuará toda su vida gracias al contacto con los hombres más importantes de su época y de su entorno, así el teólogo Nicolás Hermanni, después obispo de Linköping, así Matías, canónigo de Linköping, así Pedro de Alvastrâ o Pedro Magister, exhibiendo ya desde su infancia una acendrada religiosidad que le lleva a tener incluso apariciones. Tan pronto como a los trece años de edad, Brígida es unida en matrimonio con Ulf Gudmarsson, al que dará hasta ocho hijos, la cuarta de ellos nada menos que Santa Catalina de Suecia.
Trasladada a la corte de Magnus Eriksson, Brígida va a ejercer sobre el rey una gran influencia. Con unos cuarenta años, hace la peregrinación a Santiago de Compostela en compañía de su marido, que enferma durante la misma y morirá poco después, en 1344, en el monasterio cistercense de Alvastrâ en Gothland del este.
Una vez viuda, Brígida se da por entero a la vida religiosa. Se reiteran sus apariciones, entre las cuales la del mismísimo Jesucristo. Escribe las revelaciones que recibe, traducidas al latín por Matías Magister y el Prior Pedro. Y funda una congregación religiosa, las Brigitas u Orden del Santo Salvador, confirmada por el Papa Urbano V en 1370.
En 1349 viaja a Roma, donde va a residir ya hasta su muerte, no sin realizar una nueva peregrinación, esta vez a Tierra Santa, en 1373. A las gestiones de Brígida cabe atribuir buena parte del regreso del papado desde Avignon a Roma, en tiempos de Gregorio XI (1370-1378).
Fuente: religionenlibertad.com
lunes, 22 de julio de 2024
martes, 16 de julio de 2024
lunes, 15 de julio de 2024
Homilia de la beatificación de Luis Martin y Cecilia Guerin
Acabo de concluir el rito de beatificación, mediante el cual el Santo Padre ha inscrito conjuntamente a estos esposos en el catálogo de los beatos. Es un gran estreno esta beatificación de Luis Martin y Celia Guérin, a quienes Teresa definía padres sin igual, dignos del cielo, tierra santa, totalmente impregnada de un perfume virginal (cf. Ms A).
Mi corazón da gracias a Dios por este testimonio ejemplar de amor conyugal, que puede estimular a los hogares cristianos a la práctica integral de las virtudes cristianas como suscitó el deseo de santidad en Teresa.
Mientras leía la carta apostólica del Santo Padre pensaba en mi padre y en mi madre; y en este momento quisiera que también vosotros pensarais en vuestro padre y en vuestra madre, y que juntos diéramos gracias a Dios porque nos ha creado y nos ha hecho cristianos a través del amor conyugal de nuestros padres. Recibir la vida es algo maravilloso, pero, para nosotros, es más admirable aún que nuestros padres nos hayan conducido a la Iglesia, la única capaz de hacer cristianos. Nadie puede hacerse cristiano por sí mismo.
El matrimonio es una de las vocaciones más nobles y más elevadas a las que los hombres están llamados por la Providencia. Luis y Celia comprendieron que podían santificarse no a pesar del matrimonio, sino a través, en y por el matrimonio, y que su unión debía ser considerada como el punto de partida de una ascensión de dos personas. Hoy la Iglesia no solamente admira la santidad de estos hijos de la tierra de Normandía, un don para todos, sino que se mira en esta pareja de beatos que contribuye a hacer más hermoso y espléndido el vestido de novia de la Iglesia. No sólo admira la santidad de su vida; reconoce en este matrimonio la santidad eminente de la institución del amor conyugal, tal como la ha concebido el Creador mismo.
El amor conyugal de Luis y Celia es reflejo puro del amor de Cristo a su Iglesia; también es reflejo puro del amor con el que la Iglesia ama a su Esposo, Cristo. El Padre "nos eligió en él antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados en su presencia, en el amor" (Ef 1, 4).
Luis y Celia testimoniaron el radicalismo del
compromiso evangélico de la vocación al matrimonio hasta el heroísmo. No
temieron hacerse violencia a sí mismos para arrebatar el reino de los cielos, y
así se convirtieron en luz del mundo, que hoy la Iglesia pone en el candelero a
fin de que brillen para todos los que están en la casa (la Iglesia). Brillan
ante los hombres, para que estos vean sus buenas obras y glorifiquen a nuestro
Padre que está en los cielos. Su ejemplo de vida cristiana es como una ciudad
situada en la cima de un monte, que no puede ocultarse (cf.Mt 5,13-16).
¿Cuál es el secreto del éxito de su vida cristiana? "Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Dios de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios" (Mi 6,8). Luis y Celia caminaron humildemente con Dios en busca del consejo del Señor. Señor, danos tu consejo. Buscaban el consejo del Señor. Tenían sed del consejo del Señor. Amaban el consejo del Señor. Se conformaron al consejo del Señor sin quejarse. Para estar seguros de caminar en el verdadero consejo del Señor, se dirigieron a la Iglesia, experta en humanidad, poniendo todos los aspectos de su vida en armonía con las enseñanzas de la Iglesia.
Para los esposos Martin, era muy claro qué es del César y qué es de Dios. Al Señor Dios es al primero que se ha de servir, decía Juana de Arco. Los esposos Martin lo convirtieron en lema de su hogar: para ellos Dios ocupaba siempre el primer lugar en su vida. La señora Martin decía a menudo: "Dios es el Maestro. Hace lo que quiere". El señor Martin se hacía eco de esas palabras, repitiendo: "Al Señor Dios es al primero que se ha de servir". Cuando la prueba llegó a su hogar, su reacción espontánea fue siempre la aceptación de esta voluntad divina. Sirvieron a Dios en la pobreza, no por simple impulso de generosidad ni por justicia social, sino simplemente porque el pobre es Jesús. Servir al pobre es servir a Jesús, es dar a Dios lo que es de Dios: "Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).
Dentro de algunos instantes proclamaremos nuestra profesión de fe, que Luis y Celia repitieron tantas veces en la misa y enseñaron a sus hijos. Después de haber confesado la santa Iglesia católica, el símbolo de los Apóstoles añade la comunión de los santos.
Yo creía —decía Teresa—, "sentía que hay un cielo y que este cielo está poblado de almas que me quieren, que me consideran como su hija..." (Ms B).
En este cielo poblado de almas ahora podemos incluir a los beatos Luis y Celia, a quienes por primera vez invocamos públicamente: "Luis y Celia, rogad a Dios por nosotros. Os pido que nos queráis, que nos consideréis como vuestros hijos; quered a toda la Iglesia, quered sobre todo, nuestros hogares y a sus hijos".
Luis y Celia son un don para los esposos de todas las edades por la estima, el respeto y la armonía con que se amaron durante diecinueve años. Celia escribió a Luis: "Yo no puedo vivir sin ti, querido Luis". Él le respondió: "Yo soy tu marido y amigo que te ama por toda la vida". Vivieron las promesas del matrimonio: la fidelidad del compromiso, la indisolubilidad del vínculo, la fecundidad del amor, tanto en las alegrías y en las penas como en la salud y en la enfermedad.
Luis y Celia son un don para los padres. Ministros del amor y de la vida, engendraron numerosos hijos para el Señor. Entre estos hijos, admiramos particularmente a Teresa, obra maestra de la gracia de Dios, pero también obra maestra de su amor a la vida y a los hijos.
Luis y Celia son un don para todos los que han perdido un cónyuge. La viudez es siempre una situación difícil de aceptar. Luis vivió la pérdida de su esposa con fe y generosidad, prefiriendo el bien de sus hijos a sus atracciones personales.
Luis y Celia son un don para los que afrontan la enfermedad y la muerte. Celia murió de cáncer; Luis terminó su existencia afectado por una arteriosclerosis cerebral. En nuestro mundo, que trata de ocultar la muerte, nos enseñan a mirarla a la cara, abandonándonos a Dios.
Por último, doy gracias a Dios, en esta 82ª Jornada mundial de las misiones, porque Luis y Celia son un modelo ejemplar de hogar misionero. He aquí la razón por la que el Santo Padre quiso que la beatificación se realizara en esta jornada tan amada por la Iglesia universal, como para unir a los maestros Luis y Celia a la discípula Teresa, su hija, que se ha convertido en patrona de las misiones y doctora de la Iglesia.
Los testimonios de los hijos de los esposos Martin a propósito del espíritu misionero que reinaba en su hogar son unánimes e impresionantes: "Mis padres se interesaban mucho por la salvación de las almas... Pero nuestra obra de apostolado más conocida era la propagación de la fe, para la cual cada año nuestros padres daban un cuantioso donativo. Este mismo celo por las almas les hacía desear mucho tener un hijo misionero e hijas religiosas".
Recientemente el cardenal Ivan Dias, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos (Propaganda Fide), escribió: "Para un discípulo de Cristo anunciar el Evangelio no es una opción, sino un mandato del Señor... Un cristiano debe considerarse en misión (...) para difundir el Evangelio en cada corazón, en cada hogar, en cada cultura (Conferencia de Lambeth, 23 de julio de 2008).
Hermanos míos, quiera Dios que vuestras familias, vuestras parroquias, vuestras comunidades religiosas de Normandía, de Francia y de todo el mundo, sean también hogares santos y misioneros, como lo fue el hogar de los beatos esposos Luis y Celia Martin. Amén.
Primera pareja de esposos en ser canonizada en una misma ceremonia
El matrimonio es camino hacia la santidad
“Los santos esposos (…) vivieron el servicio cristiano en la familia,
construyendo cada día un ambiente lleno de fe y de amor; y en este clima
brotaron las vocaciones de las hijas, entre ellas Santa Teresa del Niño Jesús”,
afirmó el Papa Francisco en la Misa de canonización de Luis y Celia.
La historia de los Martin Guérin está llena de episodios ejemplares,
marcados por alegrías profundas, así como por los dolores y dificultades
propios de la vida conyugal.
Resulta siempre edificante constatar cómo ambos, unidos, supieron capear
los obstáculos del día a día con cariño y confianza en Dios. Quizás sea bueno
considerar alguno de esos detalles: como muchas familias de la actualidad, los
Martin, con diecinueve años de matrimonio, se vieron obligados a dejar la
tierra en la que habían vivido siempre y trasladarse a Lisieux, afectados por
la crisis económica que asolaba Francia en ese momento. También, como muchas
familias de hoy, lo que los movió a dar el gran paso fue el deseo de garantizar
el bienestar y futuro de sus hijos.
Luis trabajó como relojero y joyero, mientras que Celia se convirtió en
pequeña empresaria -hoy sería llamada “emprendedora”-, dirigiendo un taller de
bordado. Al lado de sus cinco hijas, los Martin Guerin emplearon tiempo,
esfuerzo e ingenio para salir adelante, y Dios les procuró siempre lo necesario
para solventar los gastos domésticos y ayudar solidariamente a otras familias
en mayor necesidad.
Iglesia doméstica
A los santos esposos les tocó vivir en la Francia del siglo XIX, aquejada
por los problemas políticos y económicos acaecidos tras la Revolución francesa
y el expansionismo napoleónico. Les tocó además hacer frente a tiempos de un
creciente secularismo y abandono de la fe.
Luis nació en Burdeos en 1823 y falleció en Arnières-sur-Iton en 1894. Su
esposa, María Celia, había nacido en San Saint-Denis-Sarthon en 1831 y murió en
Alençon en 1877.
Luis y Celia fueron educados en la devoción por sus respectivas familias, y
abrazaron su fe desde muy jóvenes. Durante su juventud, antes de conocer a
Luis, María Celia quiso ser religiosa e ingresó al monasterio de las Hijas de
la Caridad de San Vicente de Paúl.
Luis, por su parte, también experimentó el deseo de consagrar su vida a
Dios y se presentó como candidato al monasterio, pero no tuvo éxito en los
estudios debido a su dificultad con el latín. Al final de cuentas, Dios tenía
un plan distinto para ellos.
Los jóvenes se conocieron cuando Luis tenía 35 años y Celia 27. El
entendimiento y el amor fue tan rápido y grande entre los dos que contrajeron
matrimonio el 13 de julio de 1858, sólo tres meses después de haberse conocido.
Ambos llevaron una vida matrimonial ejemplar: Misa diaria, oración personal y
en familia, Confesión frecuente, participación en la vida parroquial. De su
unión nacieron nueve hijos, cuatro de los cuales murieron prematuramente.
Diversidad de llamados, una sola meta: la santidad
Las cinco hijas que sobrevivieron ingresaron a la vida religiosa. Entre
ellas estaba santa Teresita de Lisieux, la futura Patrona de las Misiones,
quien, de paso, fue fuente invalorable para fortalecer el proceso de
santificación de sus padres. Para santa Teresita, si algún ideal estuvo siempre
presente en la mente de sus progenitores fue este: educar a sus hijas para que
sean buenas cristianas y ciudadanas honradas.
Dios llamó a Celia primero, a los 45 años, mientras que Luis le sobrevivió
por varios años, hasta que cumplió 70. Luis tenía 53 años al quedar viudo.
Entre 1882 y 1887, Luis acompañó en distintos momentos a tres de sus hijas
hasta las puertas de algún convento carmelita. Quizás el sacrificio mayor que
experimentó fue separarse de Teresa, que ingresó al Carmelo a los 15 años.
Fuente: aciprensa
domingo, 14 de julio de 2024
sábado, 13 de julio de 2024
Mc 6,7-13: Les envió de dos en dos, por el P. Raniero Cantalamessa, OFM
«Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos. Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón; ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja; sino “Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas”...».
Los estudiosos de la Biblia nos explican que, como de costumbre, el evangelista Marcos, al referir los hechos y las palabras de Cristo, tiene en cuenta la situación y necesidades de la Iglesia en el momento en el que escribe el Evangelio, esto es, después de la resurrección de Cristo. Pero el hecho central y las instrucciones que en este pasaje da Cristo a los apóstoles se refieren al Jesús terreno.
Es el inicio y como las pruebas generales de la misión apostólica. Por el momento se trata de una misión limitada a los pueblos vecinos, esto es, a los compatriotas judíos. Tras la Pascua esta misión será extendida a todo el mundo, también a los paganos: «Id por todo el mundo y predicad la Buena Nueva a toda la creación» [Mc 16,15. Ndt.].
Este hecho tiene una importancia decisiva para entender la vida y la misión de Cristo. Él no vino para realizar una proeza personal; no quiso ser un meteorito que atraviesa el cielo para después desaparecer en la nada. No vino, en otras palabras, sólo para aquellos pocos miles de personas que tuvieron la posibilidad de verle y escucharle en persona durante su vida. Pensó que su misión tenía que continuar, ser permanente, de manera que cada persona, en todo tiempo y lugar de la historia, tuviera la posibilidad de escuchar la Buena Nueva del amor de Dios y ser salvado.
Por esto eligió colaboradores y comenzó a enviarles por delante a predicar el Reino y curar a los enfermos. Hizo con sus discípulos lo que hace hoy con sus seminaristas un buen rector de seminario, quien, los fines de semana, envía a sus muchachos a las parroquias para que empiecen a tener experiencia pastoral, o les manda a instituciones caritativas a que ayuden a cuantos se ocupan de los pobres para que se preparen a la que un día será su misión.
La invitación de Jesús «¡Id!» se dirige en primer lugar a los apóstoles, y hoy a sus sucesores: el Papa, los obispos, los sacerdotes. Pero no sólo a ellos. Éstos deben ser las guías, los animadores de los demás, en la misión común. Pensar de otro modo sería como decir que se puede hacer una guerra sólo con los generales y los capitanes, sin soldados; o que se puede poner en pie un equipo de fútbol sólo con un entrenador y un árbitro, sin jugadores.
Tras este envío de los apóstoles, Jesús, se lee en el Evangelio de Lucas, «designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir» (Lc 10,1). Estos setenta y dos discípulos eran probablemente todos los que Él había reunido hasta ese momento, o al menos todos los que le seguían con cierta continuidad. Jesús, por lo tanto, envía a todos sus discípulos, también a los laicos.
La Iglesia del post-Concilio ha asistido a un florecimiento de esta conciencia. Los laicos de los movimientos eclesiales son los sucesores de esos 72 discípulos... La vigilia de Pentecostés brindó una imagen de las dimensiones de este fenómeno con esos cientos de miles de jóvenes llegados a la Plaza de San Pedro para celebrar con el Papa las Vísperas de la Solemnidad. Lo que más impresionaba era el gozo y el entusiasmo de los presentes. Claramente para esos jóvenes vivir y anunciar el Evangelio no era un peso aceptado sólo por deber, sino una alegría, un privilegio, algo que hace la vida más bella de vivir.
El Evangelio emplea sólo una palabra para decir qué debían predicar los apóstoles a la gente («que se convirtieran»), mientras que describe largamente cómo debían predicar. Al respecto, una enseñanza importante se contiene en el hecho de que Jesús les envía de dos en dos. Eso de ir de dos en dos era habitual en aquellos tiempos, pero con Jesús asume un significado nuevo, ya no sólo práctico. Jesús les envía de dos en dos –explicaba San Gregorio Magno— para inculcar la caridad, porque menos que entre dos personas no puede haber ahí caridad. El primer testimonio que dar de Jesús es el del amor recíproco: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13, 35).
Hay que estar atentos para no interpretar mal la frase de Jesús sobre el marcharse sacudiéndose también el polvo de los pies cuando no son recibidos. Éste, en la intención de Cristo, debía ser un testimonio «para» ellos, no contra ellos. Debía servir para hacerles entender que los misioneros no habían ido por interés, para sacarles dinero u otras cosas; que, más aún, no querían llevarse ni siquiera su polvo. Habían acudido por su salvación y, rechazándoles, se privaban a sí mismos del mayor bien del mundo.
Es algo que también hay que recalcar hoy. La Iglesia no anuncia el Evangelio para aumentar su poder o el número de sus miembros. Si actuara así, traicionaría la primera el Evangelio. Lo hace porque quiere compartir el don recibido, porque ha recibido de Cristo el mandato: «Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis».
DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo B (Lecturas)
En aquellos días, dijo Amasías, sacerdote de Casa-de-Dios, a Amós: «Vidente, vete y refúgiate en tierra de Judá; come allí tu pan y profetiza allí. No vuelvas a profetizar en Casa-de-Dios, porque es el santuario real, el templo del país.» Respondió Amós: «No soy profeta ni hijo de profeta, sino pastor y cultivador de higos. El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: "Ve y profetiza a mi pueblo de Israel."»
Bendito sea Dios, Padre nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad. Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra. Por su medio hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así, nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria. Y también vosotros, que habéis escuchado la palabra de verdad, el Evangelio de vuestra salvación, en el que creísteis, habéis sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido, el cual es prenda de nuestra herencia, para liberación de su propiedad, para alabanza de su gloria.
En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
jueves, 11 de julio de 2024
11 de julio: SAN BENITO DE NURSIA, por Celestino Hueso, SF.
Celebramos hoy a San Benito, patrono principal de Europa. Ya desde jovencito se sintió atraído por la vida contemplativa de tal manera que a los 20 años se retiró a vivir como ermitaño en una cueva en Subiaco. Poco después se fue con unos monjes que lo eligieron prior enseguida pero la dicha duró menos que un bizcocho en la puerta de una escuela porque a continuación trataron de envenenarlo pues era muy riguroso.
Se retiró a Montecasino donde fundó los benedictinos, también un monasterio femenino, en la falda del mismo monte, que dirigió su hermana gemela Santa Escolástica.
Escribió la famosa “Regla” que está en la base de todo el monacato occidental. Su lema “Ora et labora” (Reza y trabaja) ha alcanzado fama universal. Para que el rezo litúrgico no se hiciera a la remanguillé, organizó el breviario repartiendo los 150 salmos en un periodo de cuatro semanas, estructura que, con muy pocas variantes, se sigue utilizando hoy en toda la Iglesia con el nombre renovado de Liturgia de las Horas.
Mucha gente utiliza también la llamada medalla de San Benito que es una especie de sacramental para pedir al Señor que no nos deje caer en las tentaciones que nos presenta “el patas”. Por si alguien está interesado en su significado lo voy a colocar en un comentario aparte.
Felicidades a los Benito y a toda Europa, especialmente, sus monjes.
Cruz de san Benito:
Para los devotos de San Benito, ahí va la explicación de su medalla.
En la cara de la medalla aparece San Benito con la Cruz en una mano y el libro de las Reglas en la otra, con la oración: "A la hora de nuestra muerte seamos protegidos por su presencia". (Oración de la Buena Muerte).
C.S.P.B.: "Santa Cruz del Padre Benito"
C.S.S.M.L. : "La santa Cruz sea mi luz" (crucero vertical de la cruz)
N.D.S.M.D.: "y que el Dragón no sea mi guía." (crucero horizontal)
En círculo, comenzando por arriba hacia la derecha:
V.R.S. : "Abajo contigo Satanás"
N.S.M.V. : "para de atraerme con tus mentiras"
S.M.Q.L. : "Venenosa es tu carnada"
I.V.B. : "Trágatela tu mismo".
PAX : "Paz"
San Benito: "Es la libertad y no las cadenas lo que da sentido a la vida", por Josep Miquel Bausset
El 11 de julio la Iglesia celebra la fiesta de San Benito, padre de monjes y patrono de Europa. La enseñanza de este santo abad la encontramos reflejada en la Regla que escribió para los monjes, y que sintetiza la vida de un hombre, "Benito de nombre y bendecido de Dios", como lo definió el Papa San Gregorio el Grande.
Esta Regla, que es un modelo y un camino de vida monástica está formada por diversos ejes, que estructuran la vida de los monjes, como la oración, la humildad, la paternidad abacial, la acogida de huéspedes, pobres y peregrinos, la obediencia, el perdón y sobre todo la comunión fraterna, fundamento sobre la cual se construye la comunidad.
San Benito quiere que cada monasterio sea una escuela de servicio, donde cada uno de los monjes sea un icono del amor Trinitario. Y todo eso vivido desde la libertad, que es a la base de la opción monástica y de cualquier otra opción de vida.
La persona y la obra de San Benito y su invitación a la fidelidad, me trae el recuerdo de una moda que, desde hace unos años, concretamente desde el 2008, se ha extendido por diversos puentes de París y que algunos han calificado de gregaria. Se trata de comprar un candado, escribir en él el nombre de la pareja, fijarlo en un lugar "romántico" y lanzar la llave al río Sena, como muestra de afecto y de fidelidad.
Se sabe que solo en el puente de las Artes de París había cerca de un millón de candados, cosa que hacía que este puente aguantara una carga de cuarenta toneladas. Es evidente que ante el peligro que suponía la carga de los candados, las autoridades, con muy buen criterio, decidieron retirarlos. Este fenómeno "romántico" se ha extendido a los diversos puentes de París, además del de las Artes. Pero no solo en París. Esta "moda" ha llegado también la bahía de San Francisco e incluso a la Ciudad Prohibida de Pequín.
Este "invento" de los candados en los puentes de París, me ha hecho recordar un capítulo del Libro Tercero de los Diálogos del Papa San Gregorio el Grande, en el cual San Benito hizo a ver al ermitaño Martín, que la fidelidad a Cristo no se encuentra en el hecho de atarse materialmente a una cadena, sino en vivir la propia vocación desde la libertad y desde el amor.
San Gregorio el Grande escribió el Segundo Libro de los Diálogos, que dedicó por completo a la vida de San Benito. Pero también en el capítulo XVI del Tercer Libro de los Diálogos, titulado, "El ermitaño Martín del Monte Marsico", San Gregorio nos relata este episodio de la vida del santo abad:
"Hace poco, también en el país de Campania, sobre el Monte Marsico, un hombre muy venerable llamado Martín, vivía en vida solitaria, y durante muchos años estuvo recluido en una cueva muy estrecha. Muchos de los nuestros lo conocieron y estuvieron presentes en sus acciones. He sabido muchas cosas por el Papa Pelagio, mi predecesor de venerable memoria, y por otros hombres muy religiosos.
"Martín, al principio de estar en aquella montaña, cuando aun no estaba recluido en la cueva, se había atado el pie a una cadena de hierro que había fijado en la roca por la otra extremidad, para así no haber de ir más lejos de lo largo de la cadena. Benito, el hombre de vida venerable que ya he recordado, lo supo. Le dijo por uno de los sus discípulos: Si eres servidor de Dios, no estés retenido por una cadena de hierro, sino por la cadena de Cristo. Después de estas palabras, Martín se deshizo de aquella cadena y nunca más se alejó del radio de acción de donde iba con el pie encadenado. Libre de la cadena se estableció en el espacio donde estaba antes, cuando estaba atado".
La "moda" de los candados en los puentes del Sena no hace sino poner en peligro la seguridad de los que pasean por París, a la vez que reduce el amor de las parejas a una anécdota o a una caricatura con un simple candado.
Es evidente que el amor y el afecto de los enamorados no necesitan ni de candados ni de cadenas. Al contrario: el amor se fundamenta en la libertad y en la confianza. Y un candado no es precisamente el mejor símbolo para expresar el afecto y el amor.
El capítulo XVI del Tercer Libro de los Diálogos de San Gregorio que he mencionado, nos da a entender que es la libertad y no las cadenas lo que da sentido a la vida, al compromiso de una pareja o de unos monjes o monjas, que quieren que el amor sea lo que de sentido y fundamento a la propia vida. Y es que San Benito, a pesar de los XV siglos que tiene su Regla, continua humanizando la vida de los monjes, de los oblatos benedictinos y de todos aquellos que ven en este texto una fuente de sabiduría y de humanidad.