Mientras a unos la malicia y la maldad les produce ira y enfado, a otros les produce tristeza. La tristeza es un sentimiento menos provocativo pero mas misterioso que el enfado. La persona con ira tiende a manifestarse, mientras que la persona triste prefiere la retirada y el recogimiento.
La tristeza toma el relevo del enfado cuando se ha logrado apaciguar el orgullo. La tristeza viene a ser la compañera en esta segunda etapa (en la primera etapa había sido la ira) del crecimiento emocional y espiritual de la persona. Tarde o temprano nos damos cuenta de que la ira no es buena consejera. Las decisiones que se toman en un momento de ira, separan, dividen y destruyen; por otra parte, la persona entristecida tampoco está en condiciones de tomar decisiones. Así pues, algunos de nosotros, cuando percibimos la malicia y la maldad a nuestro alrededor o dentro de nosotros, nos enfadamos y escandalizamos, y otros nos ponemos tristes. Después de la ira y la tristeza, ¿hay algo más?
No reemplazamos la ira con la tristeza porque este sea siempre el camino de nuestro crecimiento emocional. Hay muchas personas que permanecen en la etapa de la ira, sin mas remedio que convivir con sus emociones. No pasamos de la ira a la tristeza de una manera inconsciente.
La persona entristecida por la maldad aprende a reconocerla en sus múltiples maneras y formas. Al finalizar esta etapa, la malicia y la maldad no son vistas como una fuerza sino como una debilidad. Al mismo tiempo, comprendemos que no es algo que afecte sólo a los demás cuando estamos convencidos de que son la causa de nuestro mal, sino a cada uno de nosotros. Es en este momento, cuando empezamos a sentir y comprender la malicia y la maldad de una nueva manera y la tristeza que sentimos comienza a transformarse.
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