viernes, 27 de julio de 2012

DOMINGO DE LA SEMANA 17 DEL TIEMPO ORDINARIO, B, por Mons. Francisco González, S.F.

2 Reyes 4,42-44
Salmo 144: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias
Efesios 4,1-6
Juan 6,1-15

 
2 Reyes 4:42-44

En aquellos días, uno de Baal-Salisá vino a traer al profeta Eliseo el pan de las primicias, veinte panes de cebada y grano reciente en la alforja. Eliseo dijo: «Dáselos a la gente, que coman.» El criado replicó: «¿Qué hago yo con esto para cien personas?» Eliseo insistió: «Dáselos a la gente, que coman. Porque así dice el Señor: Comerán y sobrará.» Entonces el criado se los sirvió, comieron y sobró, como había dicho el Señor.

Salmo 144,10-11.15-16.17-18:
Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas.
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente.
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

El Señor es justo en todos sus caminos,
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente.
R/. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias

Efesios 4:1-6

Yo, el prisionero por el Señor, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados. Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor; esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza de la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.

Juan 6:1-15

En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?» Lo decía para tentarlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer. Felipe contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.» Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dice: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces; pero, ¿qué es eso para tantos?» Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.» Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron; sólo los hombres eran unos cinco mil. Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.» Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron a los que habían comido. La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía: «Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.» Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo.

Comentario de Mons. Francisco González, S.F.
Obispo Auxiliar de Washington, D.C.


Nuestro mundo no está acostumbrado a milagros, es un mundo de ciencia, de evidencias, de sumas, restas, multiplicaciones y divisiones matemáticas; es un mundo, en definitiva, de cálculos e intereses bancarios, deudas y beneficios, donde lo sobrenatural, lo inexplicable y espiritual, normalmente, no tienen espacio ni audiencias, porque no producen beneficios contables obedientes al fruto del cálculo matemático. Este es nuestro mundo, el mundo de la materia y de lo material, el mundo de lo que se logra por medio de la técnica, del esfuerzo personal, de la preparación, la experiencia, y la fe en uno mismo.

Puede que este análisis parezca un tanto negativo, pero la verdad es que ha sido casi siempre así, no es una enfermedad nueva que nuestra sociedad acaba de contraer. Ya mucho antes de Cristo había pobres y ricos, creyentes e indiferentes, fieles a Dios y enfrentados a Él, humildes y soberbios, señores y sirvientes, esclavos y ricos, amor e injusticia. Estos son algunos de los muchos contrastes de la vida del hombre que hicieron que Dios decidiera encarnarse para salvarnos de los poderes de esas tinieblas que siempre amenazan al hombre con confundirlo y desviarlo. Tal vez hoy en día esas fuerzas de las tinieblas se extiendan con más facilidad como consecuencia del tecnicismo, del materialismo, de los medios de comunicación y redes sociales.

Ante este mundo que vive de las evidencias de la ciencia se encuentra la realidad de la fe cristiana que vive de creer en lo que no ve, de las promesas divinas, esperando en lo humanamente imposible.

Así, en la primera lectura de hoy (2 Reyes 4,42-44) podemos ver la fuerza de la fe, y los frutos de la misma: "…Le dijo Eliseo: ‘Dale los panes a estas personas para que coman’. Su servidor le dijo: ‘¿Cómo voy a repartir estos panes entre cien hombres? Dáselos a la gente para que coma, insistió Eliseo, porque así dice el Señor: Comerán y sobrará. El hombre entonces se los presentó: ellos comieron y dejaron sobras, como el Señor había dicho’".

El hombre, a pesar de haber experimentado el poder de Dios en su propia historia, en la historia de la salvación del mundo, duda de que para Dios nada hay imposible, que la fe basta para mover montañas. El hombre del que nos habla esta lectura es imagen fiel de la actitud que nosotros tenemos ante Dios y nuestros problemas. No terminamos de creer que Él puede solucionarlos, y que sólo basta con creer y confiar en el poder inmenso de nuestro Padre Dios.

Hoy les invito a reflexionar sobre este aspecto particular de nuestras vidas de creyentes: ¿creemos, en verdad, que Dios lo puede todo?, ¿me he confiado a Dios y he puesto en sus manos todos aquellos problemas que me afligen?

Si la lectura del Antiguo Testamento no fuera suficiente, el Señor nos da pruebas de su poder en el Evangelio de la multiplicación de los panes (Jn. 6,1-15). Lo que parecía imposible se hizo realidad, y no sólo comieron, sino que hasta sobró el alimento. Cuando confiemos en Dios nos convertiremos en invencibles, y obraremos las mismas maravillas en su nombre, mensajeros del amor que Dios tiene por el hombre.

Pero para que el mundo crea en el poder de Dios, Él necesita de nosotros, de nuestra colaboración sincera. ¿Hubiera podido Jesús obrar semejante milagro sin la colaboración del muchacho quien entregó lo que tenía, cinco panes y dos panes de cebada? Hoy es Cristo mismo quien cuestiona nuestra generosidad y confianza en Él. Generosidad en ofrecerle lo poco o mucho que tengamos, los dones que nos ha regalado. La confianza de saber que la Palabra de Dios se cumple, y Él hará producir abundantes frutos de salvación

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