2 Corintios 1,18-22
Salmo 118,129.130.131.132.133.135:
Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Mateo 5,13-16
Hermanos, ¡Dios me es testigo! La palabra que os dirigimos no fue primero «sí» y luego «no». Cristo Jesús, el Hijo de Dios, el que Silvano, Timoteo y yo os hemos anunciado, no fue primero «sí» y luego «no»; en él todo se ha convertido en un «sí»; en él todas las promesas han recibido un «sí». Y por él podemos responder «Amén» a Dios, para gloria suya. Dios es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya, el Espíritu.
Salmo 118,129.130.131.132.133.135
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Tus preceptos son admirables,
por eso los guarda mi alma.
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
La explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes.
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Abro la boca y respiro,
ansiando tus mandamientos.
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Vuélvete a mí y ten misericordia,
como es tu norma con los que aman tu nombre.
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Asegura mis pasos con tu promesa,
que ninguna maldad me domine.
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo,
enséñame tus leyes.
R. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
—«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».
—«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo».
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