Lucas 17,5-10
17:5 Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
17:6 Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
17:7 Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"?
17:8 ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después"?
17:9 ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
17:10 Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber"".
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Por amor hacemos lo que es bueno"
Son muchos los que vienen ante Dios con la actitud de “negociar”. Dios tiene derechos sobre nosotros y eso nos puede imponer unos mandatos. Si los cumplimos mereceremos recibir la recompensa. Suponen que el premio corresponde a las acciones realizadas y, por eso, se sienten dispuestos a exigirle a Dios la "paga".
Frente a esa actitud ha situado el evangelio la postura del "siervo" que recibe el encargo que el señor le ha encomendado. Si obra bien no actúa por la paga; hace simplemente lo que debe. De manera semejante, el verdadero seguidor de Cristo ha descubierto que Dios es el Señor y que merece la pena realizar las obras que nos manda. Por eso, al final del camino, no puede exigirle nada. No ha sido más que un pobre siervo; ha hecho aquello que debía.
Para interpretar rectamente esta postura hay que situarla en el trasfondo de una auténtica amistad, de una confianza verdadera. Amigo es el que ayuda al otro sin hablar de premio o recompensa. No necesita leyes o mandatos.
Así debe ser nuestra actividad respecto a Dios. Descubrimos su voluntad y la cumplimos. No importa, en principio, el premio o el castigo; es más, pensamos que Dios no puede ser jamás nuestro deudor por más que hayamos intentado cumplir hasta el final sus mandatos.
Después de afirmar esto debemos añadir algo muy importante. Dios no está obligado a darnos ningún premio, ni tiene por qué agradecernos ningún servicio. Sin embargo, desde el momento en que es amigo sabemos que se preocupa de nosotros y podemos confiar en su presencia y en su ayuda. Una vez que hemos hecho lo nuestro y hemos dicho "somos unos pobres siervos", podemos añadir..., "y sin embargo, tenemos un amigo que nos quiere más que todo lo que nosotros podemos imaginar".
Nuestra experiencia religiosa sale del plano de la ley, del mérito y del premio que se exige y entra en un contexto de amor y de confianza. Por amor hacemos lo que es bueno.
Confiadamente nos ponemos al final en las manos del misterio que recibe ante nosotros rasgos de un amigo y padre (Dios). No sabemos lo que el amigo vendrá a darnos; pero tenemos una inmensa confianza. Y por eso, cuando hemos hecho lo que estaba en nuestra mano, podemos añadir: "Ahora estamos de verdad en buenas manos. En las manos de un amigo que nos quiere. No merecemos nada, pero confiamos en su amor y estamos seguros de que vendrá a concedernos mucho más de todo lo que hubiéramos soñado".
17:5 Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe".
17:6 Él respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: "Arráncate de raíz y plántate en el mar", ella les obedecería.
17:7 Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: "Ven pronto y siéntate a la mesa"?
17:8 ¿No le dirá más bien: "Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después"?
17:9 ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
17:10 Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: "Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber"".
— Comentario por Reflexiones Católicas
"Por amor hacemos lo que es bueno"
Son muchos los que vienen ante Dios con la actitud de “negociar”. Dios tiene derechos sobre nosotros y eso nos puede imponer unos mandatos. Si los cumplimos mereceremos recibir la recompensa. Suponen que el premio corresponde a las acciones realizadas y, por eso, se sienten dispuestos a exigirle a Dios la "paga".
Frente a esa actitud ha situado el evangelio la postura del "siervo" que recibe el encargo que el señor le ha encomendado. Si obra bien no actúa por la paga; hace simplemente lo que debe. De manera semejante, el verdadero seguidor de Cristo ha descubierto que Dios es el Señor y que merece la pena realizar las obras que nos manda. Por eso, al final del camino, no puede exigirle nada. No ha sido más que un pobre siervo; ha hecho aquello que debía.
Para interpretar rectamente esta postura hay que situarla en el trasfondo de una auténtica amistad, de una confianza verdadera. Amigo es el que ayuda al otro sin hablar de premio o recompensa. No necesita leyes o mandatos.
Así debe ser nuestra actividad respecto a Dios. Descubrimos su voluntad y la cumplimos. No importa, en principio, el premio o el castigo; es más, pensamos que Dios no puede ser jamás nuestro deudor por más que hayamos intentado cumplir hasta el final sus mandatos.
Después de afirmar esto debemos añadir algo muy importante. Dios no está obligado a darnos ningún premio, ni tiene por qué agradecernos ningún servicio. Sin embargo, desde el momento en que es amigo sabemos que se preocupa de nosotros y podemos confiar en su presencia y en su ayuda. Una vez que hemos hecho lo nuestro y hemos dicho "somos unos pobres siervos", podemos añadir..., "y sin embargo, tenemos un amigo que nos quiere más que todo lo que nosotros podemos imaginar".
Nuestra experiencia religiosa sale del plano de la ley, del mérito y del premio que se exige y entra en un contexto de amor y de confianza. Por amor hacemos lo que es bueno.
Confiadamente nos ponemos al final en las manos del misterio que recibe ante nosotros rasgos de un amigo y padre (Dios). No sabemos lo que el amigo vendrá a darnos; pero tenemos una inmensa confianza. Y por eso, cuando hemos hecho lo que estaba en nuestra mano, podemos añadir: "Ahora estamos de verdad en buenas manos. En las manos de un amigo que nos quiere. No merecemos nada, pero confiamos en su amor y estamos seguros de que vendrá a concedernos mucho más de todo lo que hubiéramos soñado".
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