Cuando el papa Francisco anunció el Año Santo de la Misericordia, prometió que los cristianos podrían ganar una indulgencia especial durante este año. Eso dejó a muchos católicos de hoy día y, todavía a más protestantes y anglicanos, rascándose las cabezas y haciéndose algunas preguntas: ¿Aún está el Catolicismo Romano ocupándose de las indulgencias? ¿No aprendimos nada de Lutero y de la Reforma? ¿Creemos de hecho que ciertas prácticas rituales, como pasar a través de unas señaladas puertas de la iglesia, facilitarán nuestra entrada en el cielo?
Estas son preguntas válidas que se deben hacer. ¿Qué es, de veras, una indulgencia?
El papa Francisco, en su decreto El Rostro de la Misericordia (Misericordiae Vultus), dice a propósito de las indulgencias:
“Un jubileo lleva también consigo la referencia a las indulgencias. En el Año Santo de la Misericordia, ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (Mt 5,48), pero sentimos el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación, Dios perdona los pecados; y, sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que, a través de la Esposa de Cristo, alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.
La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía, esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (Ap. 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así, la Madre Iglesia es capaz, con su oración y su vida, de ir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza de que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Ganar una indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia, que hace participar a todos de los beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido por doquier. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su ‘indulgencia’ misericordiosa”.
¿Qué está diciendo el Papa aquí? Claramente, no está enseñando lo que ha sido durante tanto tiempo la popular (e incorrecta) noción de que una indulgencia es una manera de acortar el tiempo de uno en el purgatorio. Más bien está enlazando la idea de indulgencia a dos cosas:
Primera, una indulgencia es la aceptación y celebración de la asombrosa gratuidad de la misericordia de Dios. Una indulgencia es la consciente aceptación de un amor, una misericordia y un perdón que es completamente inmerecido. El amor puede ser indulgente. Los padres pueden ser indulgentes para con sus hijos. Así, cuando hacemos una oración o práctica religiosa con el deseo de ganar una indulgencia, la idea es que esa oración o práctica nos haga más conscientes y agradecidos por la indulgente misericordia de Dios. Vivimos en una sorprendente e inefable misericordia de la que somos en su mayor parte inconscientes. Durante el Año Santo de la Misericordia, el papa Francisco nos invita a hacer algunas oraciones y prácticas especiales que nos hagan más certeramente conscientes de esa indulgente misericordia.
Más allá de esto, el papa Francisco une la noción de indulgencia a otro concepto, a saber, nuestra unión y solidaridad con cualquier otro miembro del Cuerpo de Cristo. Como cristianos, creemos que estamos unidos con cualquier otro en un profundo, invisible, espiritual y orgánico vínculo que es tan real que nos forja en un cuerpo, con la misma corriente de vida y la misma corriente de sangre que fluye a través de todos nosotros. Así, dentro del Cuerpo de Cristo, de igual manera que en todos organismos vivos, hay un sistema inmune de modo que lo que hace una persona, para bien o para mal, afecta al cuerpo entero. De aquí que, como el papa asegura, al haber un solo sistema inmune en el Cuerpo de Cristo, la fortaleza de unos puede vigorizar la debilidad de otros, que así reciben una indulgencia, una gracia inmerecida.
Cruzar una puerta santa es hacernos más certeramente conscientes de la indulgente misericordia de Dios y de la maravillosa comunidad de vida en la que vivimos.
Estas son preguntas válidas que se deben hacer. ¿Qué es, de veras, una indulgencia?
El papa Francisco, en su decreto El Rostro de la Misericordia (Misericordiae Vultus), dice a propósito de las indulgencias:
“Un jubileo lleva también consigo la referencia a las indulgencias. En el Año Santo de la Misericordia, ella adquiere una relevancia particular. El perdón de Dios por nuestros pecados no conoce límites. En la muerte y resurrección de Jesucristo, Dios hace evidente este amor que es capaz incluso de destruir el pecado de los hombres. Dejarse reconciliar con Dios es posible por medio del misterio pascual y de la mediación de la Iglesia. Así, Dios está siempre disponible al perdón y nunca se cansa de ofrecerlo de manera siempre nueva e inesperada. Todos nosotros, sin embargo, vivimos la experiencia del pecado. Sabemos que estamos llamados a la perfección (Mt 5,48), pero sentimos el peso del pecado. Mientras percibimos la potencia de la gracia que nos transforma, experimentamos también la fuerza del pecado que nos condiciona. No obstante el perdón, llevamos en nuestra vida las contradicciones que son consecuencia de nuestros pecados. En el sacramento de la Reconciliación, Dios perdona los pecados; y, sin embargo, la huella negativa que los pecados dejan en nuestros comportamientos y en nuestros pensamientos permanece. La misericordia de Dios es incluso más fuerte que esto. Ella se transforma en indulgencia del Padre que, a través de la Esposa de Cristo, alcanza al pecador perdonado y lo libera de todo residuo, consecuencia del pecado, habilitándolo a obrar con caridad, a crecer en el amor más bien que a recaer en el pecado.
La Iglesia vive la comunión de los Santos. En la Eucaristía, esta comunión, que es don de Dios, actúa como unión espiritual que nos une a los creyentes con los Santos y los Beatos cuyo número es incalculable (Ap. 7,4). Su santidad viene en ayuda de nuestra fragilidad, y así, la Madre Iglesia es capaz, con su oración y su vida, de ir al encuentro de la debilidad de unos con la santidad de otros. Vivir entonces la indulgencia en el Año Santo significa acercarse a la misericordia del Padre con la certeza de que su perdón se extiende sobre toda la vida del creyente. Ganar una indulgencia es experimentar la santidad de la Iglesia, que hace participar a todos de los beneficios de la redención de Cristo, para que el perdón sea extendido por doquier. Vivamos intensamente el Jubileo pidiendo al Padre el perdón de los pecados y la dispensación de su ‘indulgencia’ misericordiosa”.
¿Qué está diciendo el Papa aquí? Claramente, no está enseñando lo que ha sido durante tanto tiempo la popular (e incorrecta) noción de que una indulgencia es una manera de acortar el tiempo de uno en el purgatorio. Más bien está enlazando la idea de indulgencia a dos cosas:
Primera, una indulgencia es la aceptación y celebración de la asombrosa gratuidad de la misericordia de Dios. Una indulgencia es la consciente aceptación de un amor, una misericordia y un perdón que es completamente inmerecido. El amor puede ser indulgente. Los padres pueden ser indulgentes para con sus hijos. Así, cuando hacemos una oración o práctica religiosa con el deseo de ganar una indulgencia, la idea es que esa oración o práctica nos haga más conscientes y agradecidos por la indulgente misericordia de Dios. Vivimos en una sorprendente e inefable misericordia de la que somos en su mayor parte inconscientes. Durante el Año Santo de la Misericordia, el papa Francisco nos invita a hacer algunas oraciones y prácticas especiales que nos hagan más certeramente conscientes de esa indulgente misericordia.
Más allá de esto, el papa Francisco une la noción de indulgencia a otro concepto, a saber, nuestra unión y solidaridad con cualquier otro miembro del Cuerpo de Cristo. Como cristianos, creemos que estamos unidos con cualquier otro en un profundo, invisible, espiritual y orgánico vínculo que es tan real que nos forja en un cuerpo, con la misma corriente de vida y la misma corriente de sangre que fluye a través de todos nosotros. Así, dentro del Cuerpo de Cristo, de igual manera que en todos organismos vivos, hay un sistema inmune de modo que lo que hace una persona, para bien o para mal, afecta al cuerpo entero. De aquí que, como el papa asegura, al haber un solo sistema inmune en el Cuerpo de Cristo, la fortaleza de unos puede vigorizar la debilidad de otros, que así reciben una indulgencia, una gracia inmerecida.
Cruzar una puerta santa es hacernos más certeramente conscientes de la indulgente misericordia de Dios y de la maravillosa comunidad de vida en la que vivimos.
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