Lucas 14,1.7-11
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
— Comentario por Reflexiones Cristianas
“¿Qué es lo que estoy buscando?”
Jesús interpreta la vida cotidiana, con las ocupaciones que la caracterizan y con los acontecimientos que marcan su curso, para hacer comprender unas verdades que abren, a quienes las acogen, los horizontes de la «vida nueva» de los hijos de Dios. Así ocurre cuando, habiendo sido invitado a casa de un jefe fariseo, nota el afán que anima a los invitados por ocupar los primeros puestos (v. 7).
El relato-parábola propuesto por Jesús es una enseñanza de buena educación, de respeto de las precedencias según la escala social. Quien ocupa un puesto que no le corresponde se expone al ridículo y a la vergüenza: la ambición, alterando el justo concepto de sí mismo, es un obstáculo para las relaciones con los otros. En cambio, el que no presume de ser digno de honores puede encontrarse con la sorpresa de recibir atenciones imprevistas por parte del señor de la casa.
El don de Dios es gratuito y no consecuencia de méritos humanos. Jesús advierte que deben recordarlo los que ambicionan recibir reconocimientos. La humildad, es decir, la confianza total puesta en el amor de Dios, es la condición que permite recibir la gloria y el honor que concede el mismo Dios (cf. 1,46-48.52; Sal 2 1,6-8), que consisten en estar unidos a él en la obra de salvación (cf. Lc 22,28-30; Mc 10,3 5-40).
La Palabra del Señor nos invita hoy a formarnos una conciencia realista, que nos haga ver el puesto que ocupamos, la responsabilidad que se nos ha confiado, la tarea que estamos llamados a desarrollar. El presuntuoso, que suele mirarse en un espejo que dilata las proporciones, se situa «fuera de su sitio». ¡Qué provechoso, en cambio, es estar en el sitio que nos corresponde! Fuera de las lógicas de los que aspiran a hacer carrera, lejos de los delirios de protagonismo, se experimenta que la humildad auténtica no es una mal soportada reducción de nuestras propias cualidades, sino un ponerlas al servicio de los otros con generosidad, sin autoexaltaciones.
Hoy siento que se me dirige una pregunta: ¿Qué es lo que estás buscando? Si busco un puesto bien vistoso, si busco el predominio sobre los otros, corro el riesgo de ser catapultado al final de la fila. Si busco el crecimiento del bien y la promoción de los demás, entonces aprendo a celebrar todo aquello que pueda ayudarles, aunque suponga un sacrificio para mí. ¿Qué es lo que estoy buscando?
El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me atrae a sus redes, imponiéndome tomar posición. Cada una compite para hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con un pedazo de mi cartera... Con sonrisas amistosas, la vida me invita a que me acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi salvación y la de mis hermanos. Es más fácil un beneficio egoísta inmediato que esperar hasta quién sabe cuándo, que ilusionarse con que un día alguien salga afuera y me diga: «Amigo, pasa más adelante! ¡Tú mereces más: eres una persona valiosa!».
Tu Palabra me inquieta, me ilumina, me infunde ánimo. Me impone confrontarme con la verdad de mí mismo. Me llama a la humildad (que no es autodenigración), me presenta la promoción de los hermanos, me ensancha los horizontes hasta los confines de la vida eterna. Gracias, Señor, por esta luz que no disminuye. Permanece siempre cerca y llévame de la mano a ocupar mi sitio.
Un sábado, entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso esta parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al otro y te dirá: "Cédele el puesto a éste." Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.»
— Comentario por Reflexiones Cristianas
“¿Qué es lo que estoy buscando?”
Jesús interpreta la vida cotidiana, con las ocupaciones que la caracterizan y con los acontecimientos que marcan su curso, para hacer comprender unas verdades que abren, a quienes las acogen, los horizontes de la «vida nueva» de los hijos de Dios. Así ocurre cuando, habiendo sido invitado a casa de un jefe fariseo, nota el afán que anima a los invitados por ocupar los primeros puestos (v. 7).
El relato-parábola propuesto por Jesús es una enseñanza de buena educación, de respeto de las precedencias según la escala social. Quien ocupa un puesto que no le corresponde se expone al ridículo y a la vergüenza: la ambición, alterando el justo concepto de sí mismo, es un obstáculo para las relaciones con los otros. En cambio, el que no presume de ser digno de honores puede encontrarse con la sorpresa de recibir atenciones imprevistas por parte del señor de la casa.
El don de Dios es gratuito y no consecuencia de méritos humanos. Jesús advierte que deben recordarlo los que ambicionan recibir reconocimientos. La humildad, es decir, la confianza total puesta en el amor de Dios, es la condición que permite recibir la gloria y el honor que concede el mismo Dios (cf. 1,46-48.52; Sal 2 1,6-8), que consisten en estar unidos a él en la obra de salvación (cf. Lc 22,28-30; Mc 10,3 5-40).
La Palabra del Señor nos invita hoy a formarnos una conciencia realista, que nos haga ver el puesto que ocupamos, la responsabilidad que se nos ha confiado, la tarea que estamos llamados a desarrollar. El presuntuoso, que suele mirarse en un espejo que dilata las proporciones, se situa «fuera de su sitio». ¡Qué provechoso, en cambio, es estar en el sitio que nos corresponde! Fuera de las lógicas de los que aspiran a hacer carrera, lejos de los delirios de protagonismo, se experimenta que la humildad auténtica no es una mal soportada reducción de nuestras propias cualidades, sino un ponerlas al servicio de los otros con generosidad, sin autoexaltaciones.
Hoy siento que se me dirige una pregunta: ¿Qué es lo que estás buscando? Si busco un puesto bien vistoso, si busco el predominio sobre los otros, corro el riesgo de ser catapultado al final de la fila. Si busco el crecimiento del bien y la promoción de los demás, entonces aprendo a celebrar todo aquello que pueda ayudarles, aunque suponga un sacrificio para mí. ¿Qué es lo que estoy buscando?
El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me atrae a sus redes, imponiéndome tomar posición. Cada una compite para hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con un pedazo de mi cartera... Con sonrisas amistosas, la vida me invita a que me acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi salvación y la de mis hermanos. Es más fácil un beneficio egoísta inmediato que esperar hasta quién sabe cuándo, que ilusionarse con que un día alguien salga afuera y me diga: «Amigo, pasa más adelante! ¡Tú mereces más: eres una persona valiosa!».
Tu Palabra me inquieta, me ilumina, me infunde ánimo. Me impone confrontarme con la verdad de mí mismo. Me llama a la humildad (que no es autodenigración), me presenta la promoción de los hermanos, me ensancha los horizontes hasta los confines de la vida eterna. Gracias, Señor, por esta luz que no disminuye. Permanece siempre cerca y llévame de la mano a ocupar mi sitio.
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