jueves, 13 de octubre de 2016

Lucas 11,47-54: Colaboradores del proyecto de Dios

Lucas 11,47-54

En aquel tiempo, dijo el Señor: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, después que vuestros padres los mataron! Así sois testigos de lo que hicieron vuestros padres, y lo aprobáis; porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros. Por algo dijo la sabiduría de Dios: "Les enviaré profetas y apóstoles; a algunos los perseguirán y matarán"; y así, a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo; desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el santuario. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación. ¡Ay de vosotros, maestros de la Ley, que os habéis quedado con la llave del saber; vosotros, que no habéis entrado y habéis cerrado el paso a los que intentaban entrar!» Al salir de allí, los escribas y fariseos empezaron a acosarlo y a tirarle de la lengua con muchas preguntas capciosas, para cogerlo con sus propias palabras.

— Comentario por Reflexiones Católicas
"Colaboradores del proyecto de Dios"

Los doctores de la Ley de tiempos de Jesús no eran mejores que sus padres. Jesús, con una profunda ironía, desenmascara su falsedad. Por un lado, pone de manifiesto que su veneración por los profetas es hipócrita, porque no están dispuestos a escuchar las llamadas de Dios, exactamente igual que hicieron sus padres en el pasado. Del mismo modo que los profetas fueron rechazados y asesinados por ser incómodos, así también es rechazado ahora Jesús: es exactamente el mismo comportamiento.

Los «sabios», que construyen mausoleos a los profetas, no por ello se convierten en seguidores de los mismos, como quieren dar a entender —y tal vez ellos mismos crean—, sino en cómplices de quienes los mataron. El Gólgota confirmará este análisis de Jesús, apoyado por la sentencia del juicio profético (vv.49-51), que concibe la historia de Israel como una historia de porfiada obstinación, que ha producido constantemente sus víctimas, «desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías» (la primera y la última muerte relatadas en la Biblia hebrea).

Notemos que la culpa se sitúa en el ámbito del Antiguo Testamento: da la impresión de que Lucas quiera sugerir que la misericordia del Padre no pretende pedir cuentas de la sangre de su Hijo, que también está a punto de ser derramada. «Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de él» (Jn 3,17). Sin embargo, «Dios va a pedir cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas vertida desde la creación del mundo».

Jesús arremete contra la arrogancia intelectual y religiosa de los doctores de la Ley, que, aun disponiendo de los instrumentos necesarios, no han seguido o reconocido el camino que conduce a Dios, indicado por la Ley y por los profetas; al contrario, lo han hecho inaccesible también al pueblo, privando a los preceptos y las normas de su auténtico de significado.

Qué contraste entre la conmovida contemplación del grandioso proyecto de salvación «ideado» y puesto pacientemente en práctica por la benevolencia de Dios.

El plan de la salvación es maravilloso: contemplémoslo; con ello obtendremos un profundísimo consuelo y alegría, que serán nuestra fuerza para los momentos de dificultad y para los tiempos —a menudo largos— de crecimiento y maduración, que con facilidad someten a una dura prueba nuestra perseverancia.

Ahora bien, también nosotros hemos de estar vigilantes, porque muchos a quienes Dios lo confió antes que a nosotros, en vez de colaborar, le opusieron resistencia. ¡Que no nos suceda lo mismo a los que escuchamos esta palabra!

La segunda llamada es: No somos responsables sólo de nosotros mismos. Dios nos ha revelado el misterio de su voluntad: que todos los hombres se salven en Cristo. Eso significa vigilar para no escandalizar con nuestros comportamientos a fin de convertirnos para los otros en lugar de encuentro con Cristo, y, por otra parte, significa tener el valor de mostrarnos y actuar como cristianos, a fin de llegar a ser vehículos de su amor. 

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